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Mirad, hago todas las cosas nuevas
Por Joseph R. Veneroso, M.M.

Cuando la noche parecía más larga y la oscuridad
se esparcía por la tierra cubriendo
los pueblos con sombra de muerte,
mientras el luto cubría su triste lamento
a través de corazones, mentes y sueños
de un día mejor, casi abandonado
Entonces, ¡oh, entonces, mirad! Una estrella de la mañana distante
ilumina la tierra con inquebrantable
esperanza, y el nombre de la esperanza fue María.

Cómo puede ser esto ya que recién comprometida
y con toda pureza inocente ella le pide a Gabriel
una respuesta a un misterio enloquecedor:
¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? ¿Por qué aquí?
De antaño, profetas y videntes sagrados miraron con atención
a un universo indiferente con las manos abiertas
o los puños apretados exigiendo que la Creación
justifique su existencia altamente improbable.

¡Mirad! La sierva del Señor
y con este fíat fresco de labios vírgenes retoñó
como un brote verde del tocón de Jesé
del linaje de Lucas y genealogía de Mateo
de Adán o Abraham a José,
el esposo de María, de la cual Jesús,
Mesías y Salvador, completo con
un cordón umbilical conectado a toda la humanidad,
nació.

¡Oh buen cristiano! Enciende cada vela
con cuidado y oración mientras esperas
en santa expectativa, sabiendo muy bien
y aún así, pretendiendo lo contrario, que esta vez
este lugar, esta Navidad, este niño
cumplirá así la antigua promesa
de conquistar la muerte viviendo,
al pecado muriendo, al odio perdonando
en la debilidad humana la fuerza divina
para asumir y transformar un mundo cansado y
mirad que por fin y por amor
hará todo nuevo.