Santa Kateri de la Tierra

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Por: Joseph Veneroso, M.M.
Fecha de Publicación: Oct 1, 2013

La estatua de Santa Kateri en la propiedad de las Hermanas Maryknoll es un tributo apropiado a la patrona de la ecología. (Janice McLaughlin/Nueva York)

El Padre Maryknoll Joseph Veneroso explica la conexión de su ciudad natal con Kateri Tekakwitha, la primera mujer nativa americana en ser canonizada como santa.

Cuando el Papa Benedicto XVI anunció que Kateri Tekakwitha, el ‘Lirio de los Mohawk’, sería canonizada en Roma en el 2012, supe que tenía que ir. Nací en Amsterdam, Nueva York, a orillas del Río Mohawk a siete millas de donde ella nació. Crecí escuchando cuentos de Kateri y de los misioneros jesuitas que proclamaron el Evangelio entre los nativos y fueron los primeros mártires norteamericanos.

Cada Viernes Santo varios compañeros de secundaria y yo caminamos las siete millas al santuario Auriesville de Kateri y los mártires. Nos atraía mucho la serenidad silvestre del santuario y los cuentos de los mártires. Pero era Kateri Tekakwitha la que más me cautivaba.

Kateri, quien supo de la fe católica por un tío convertido a la fe, nació en 1656 en una aldea Mohawk—hoy Auriesville. La viruela, que devastó la población nativa, le marcó su cara y dañó su vista. Por eso la llamaban Tek-ak-wit-ha (la que tropieza con todo).

Soldados franceses y aliados da la tribu Iroqui incendiaron la aldea de Kateri cuando ella tenía 10 años. Ella se refugió en una aldea cercana donde fue bautizada cuando tenía 20 años. Debido a su fe, fue amenazada por sus vecinos, y se le negaron los alimentos por rehusarse a trabajar los domingos.

Por eso, huyó a pie a un asentamiento de indios católicos cerca a Montreal, Canadá. Me imagino lo difícil que fue para ella escapar a ese lugar tan lejano.

Desde la pendiente en la que se ve el Río Mohawk, no es difícil imaginar a los indios nativos navegando en canoas. Justo sobre una enorme cruz hecha de pino, visible desde la carretera New York State Thruway, un Rosario hecho de piedras descansa en la pendiente. Cuenta la leyenda que Kateri, al ser negada de su devoción favorita por mohawks que se oponían al cristianismo, hizo un Rosario de piedras y rezaba de rodillas. En su honor, hice lo mismo.

Misioneros jesuitas de su tiempo la describían como una mística, porque pasaba horas en el bosque con sus queridos árboles y animales. Eso apeló a mi sentido de ecologista en ciernes que vive en mí. Kateri atendió a enfermos y ancianos de su campamento. Fue así que obtuvo la enfermedad que le costó la vida a los 24 años, un 17 de abril de 1680. Testigos declaran que, al momento de su muerte, su cara marcada se puso clara y sin marcas, casi radiante.

Reportes de milagros atribuidos a su intercesión comenzaron inmediatamente, pero fue la milagrosa cura en el 2006 de un niño, Jake Finkbonner, quien sufría de una bacteria que comía su carne, lo que convenció a oficiales del Vaticano de su santidad. Parado por cinco horas bajo el candente sol italiano ese soleado domingo 21 de octubre del 2012, fui testigo de su canonización que trajo una sonrisa a mis ojos.

Entre los presentes estaba Finkbonner, el joven curado por la intercesión de Kateri. Él y sus padres llegaron desde la reservación Nación Lummi en Washington donde viven. Como Kateri, su enfermedad casi fatal dejó su cara marcada, pero no abatió su ánimo, salud o su fe.

“Es un día maravilloso. Hemos esperado mucho”, dijo Patricia Ferguson, una canadiense presente en la canonización. Se refería a los católicos nativos americanos, pero yo también me incluyo. Este Año de la Fe observo el 14 de julio como el Día de Kateri, la primera mujer nativo americana en ser canonizada.

Cada vez que regreso al Santuario de Santa Kateri, siento que también estoy hermanado al Lirio de los Mohawk.

Sobre la autora/or

Joseph Veneroso, M.M.

Joseph R. Veneroso, M.M., es el ex editor de la revista Maryknoll. Él sirvió como misionero en Corea y ahora vive en el Centro de Maryknoll en Ossining, Nueva York, y también atiende las necesidades pastorales de una comunidad coreana en una parroquia católica en New York City. Es autor de dos libros de poesía, Honoring the Void y God in Unexpected Places, una colección de columnas de la revista Maryknoll titulada Good New for Today y Mirrors of Grace: The Spirit and Spiritualities of the Maryknoll Fathers and Brothers.

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