Hermana Maryknoll lleva preocupaciones de los pobres a Naciones Unidas
Desde 1998 las Hermanas Maryknoll y los Padres y Hermanos Maryknoll, al igual que otras 1,700 organizaciones no gubernamentales (ong), han tenido carácter consultivo especial en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ecosoc), uno de los seis órganos principales de Naciones Unidas. Estas ongs tienen el derecho de enviar representantes o declaraciones escritas para influir en las reuniones del ecosoc, las cuales se enfocan en temas como el desarrollo social, el desarrollo sostenible, la situación de las mujeres y los derechos del niño. Debido a la importancia de transmitir los temas que tan profundamente afectan a las personas más vulnerables del mundo a los responsables de las políticas internacionales, Maryknoll se ha preocupado de mantener personal con años de experiencia en trabajo de campo en las asambleas de Naciones Unidas.
La Hermana Zwareva está ampliamente calificada para ese trabajo. Su primera asignación misionera en el extranjero en 1987 la llevó a servir a los marginados de la sociedad en Bolivia, país que, dice, tenía una de las tasas más altas de pobreza y mortalidad en América Latina. Su ministerio incluyó un programa de alcance, patrocinado por la agencia de ayuda católica caritas, que proporciona alimentos a las madres pobres y les ofreció atención y educación básica en salud. Ella recuerda pasar una buena cantidad de tiempo subiendo por las laderas de la ciudad de La Paz, hacia las zonas más humildes en busca de los más pobres y enfermos en necesidad de asistencia. “Demasiados niños pequeños y madres mueren siendo muy jóvenes allí”, dice ella. “Muchos simplemente no podían pagar las medicinas o tenían miedo de ir a un médico u hospital. Yo tenía que buscarlos”. Encontró a niños en el comedor de beneficencia quienes, agradecidos por la comida caliente, le indicaron donde había otros niños hambrientos y madres que esperaban paradas en largas filas en clínicas ambulatorias para recibir tratamiento médico para sus pequeños. Uno de sus recuerdos más desgarradores es la muerte de su ayudante aymara, Isabel, quien murió de anemia a los 34 años de edad al dar a luz a su primer hijo. Tales experiencias ampliaron aún más la mente y el corazón de la Hermana Zwareva sobre la difícil situación de los pobres y profundizaron su deseo de aliviar su sufrimiento.
Luego fue nombrada secretaria administrativa del Instituto de Bioética de la Universidad Católica de Bolivia. “Allí vi la necesidad de integrar la bioética como una materia académica en las escuelas, sobre todo en el mundo de hoy que se ve amenazado por el sida y la pobreza”, dice ella. Debido a que la bioética ve los problemas médicos a la luz de la moral, la justicia social y la paz, dice, la bioética toca todos los aspectos de la vida. También toca la esencia de su vocación. “Desde nuestra fundación, las Hermanas Maryknoll se han enfocado en ministerios que promueven la paz, la justicia y la integridad de la creación”, dice la Hermana Zwareva. “Esta tarea es aún más crucial hoy en día debido a la deforestación, la sobre explotación de los recursos de la Tierra y la vida silvestre, así como la contaminación del agua, el aire y el suelo”.
Después de obtener una licenciatura en biología en Marymount/Fordham University en Nueva York y una maestría en bioética en Case Western Reserve University, en Ohio, a la Hermana Zwareva le encantó saber en el 2013 que las Hermanas Maryknoll querían que lleve su experiencia misionera y educativa en representación de las Hermanas ante Naciones Unidas. Este ministerio implica trabajar en estrecha colaboración con la Oficina para Asuntos Globales de Maryknoll en Washington, DC, administrada por personal de Maryknoll y laicos, quienes presentan ante los legisladores estadounidenses las preocupaciones de la gente que Maryknoll sirve en todo el mundo.
La posición también implica trabajar con representantes de las más de 70 congregaciones religiosas que también participan en Naciones Unidas como ongs. Estas congregaciones que representan a 153 países juegan un papel cada vez más importante en la presentación de informes sobre lo que realmente ocurre en el mundo. Sus mensajes, dice la Hermana Zwareva, incluyen: “Poner a la gente y a la Tierra en primer lugar; el agua, los alimentos y el aire son derechos humanos; el tráfico humano y de vida silvestre deben ser abolidos”.
Recientemente, mientras se preparaba para asistir a las reuniones internacionales de la cop 21 de Naciones Unidas (Conferencia de las Partes) en Perú como observadora de ecosoc, estaba deseosa de interactuar con los delegados en la negociación de un nuevo documento que sustituya al Protocolo de Kyoto, el primer acuerdo internacional jurídicamente vinculante sobre el límite de las emisiones de gases de efecto invernadero. “Los temas sobre el cambio climático son importantes para nosotros en nuestros esfuerzos de misión hoy en día y es importante para nosotros estar allí”, dijo. “Tenemos que estar allí para garantizar la transparencia en las negociaciones”.
Ella encuentra aliento en la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco y en su discurso ante las Naciones Unidas el pasado septiembre, donde, dice, hizo un llamamiento urgente, no sólo a los católicos, sino a toda la familia humana a reunirse en el diálogo para enfrentar las graves implicaciones de la contaminación, las guerras, el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales y el agua potable, la pérdida de biodiversidad y más destrucción autoinfligida en la Tierra, “nuestra casa común”.
Para misioneros como la Hermana Claris Zwareva, el mensaje del Papa Francisco es una confirmación de su ministerio: “Todo está conectado. La preocupación por el medio ambiente debe estar unida a un amor sincero por los demás seres humanos y un compromiso inquebrantable para darle solución a los problemas de la sociedad”
Foto principal: Niños sentados sobre un tráiler en campamento de Naciones Unidas para refugiados en Sudán del Sur. Más de 20,000 civiles viven en el campamento. CNS/Sudán del Sur