El Papa: Lágrimas y Esperanza en Juárez

Tiempo de lectura: 6 minutos
Por: Lelia Mattingly, M.M.
Fecha de Publicación: May 1, 2016

Hermana Maryknoll asiste a Misa del papa en frontera México-Estados Unidos

Cuando el Papa Francisco llegó a Ciudad Juárez, México el 17 de febrero, 2016, para celebrar una Misa y honrar a las miles de vidas perdidas al cruzar la frontera, más de 200,000 personas en ambos lados de la frontera lo esperaban.

Juárez, la ciudad fronteriza tristemente conocida por su alto nivel de asesinatos, este miércoles no derramó lágrimas de tristeza sino de alegría y esperanza. Su gente, por tanto tiempo oprimida por el dolor y el olvido, tuvo motivos para celebrar. En la multitud de personas había trabajadores cansados, padres con pocas esperanzas en el futuro, mujeres que viven con miedo por la violencia. Pero en este día, era seguro para las familias llevar a sus hijos, y para las mujeres solteras aventurarse al aire libre.

Miles acompañaron al Papa Francisco durante su visita a México.

Miles acompañaron al Papa Francisco durante su visita a México.

En este miercoles, último día del viaje de seis días a México del Papa Francisco, yo estuve en El Paso, Texas con otras 30,000 personas reunidas en el estadio Sun Bowl para la transmisión simultánea de la Misa. Entre nosotros, había 100 menores no acompañados, quienes el Papa había invitado, que se encuentran retenidos por el departamento de Homeland Security en uno de tres centros de detención en El Paso. En esta misma ciudad, yo sirvo como voluntaria en Nazareth Hall, un refugio para familias inmigrantes y refugiados.

Una pantalla gigante en el estadio mostraba a las miles de personas que colmaron las calles de Juárez para darle la bienvenida al papa. Cerca a la pantalla del estadio también se veían carteles que decían: “Dos Naciones, una fe” y “¡Estamos contigo, Juárez!”

Cientos de migrantes indocumentados se reunieron a lo largo de la valla fronteriza en El Paso, lo más cerca posible para escuchar al papa. Veo a diario a personas como ellos quienes llegan al refugio sólo con lo que tienen puesto. En busca de asilo, ellos han sido detenidos por la patrulla fronteriza o se han entregado voluntariamente. Pero este día, por la visita del papa, los funcionarios de inmigración prometieron que no iban a detener a nadie.

Irma Cruz, de El Paso, Texas, cruzó la frontera con su hija para asistir a la Misa.

Cuando el papamóvil llegó, se desbordó la emoción. Cantamos desde las gradas, “¡Se ve, se siente, el papa está presente!” Pero hubo silencio cuando el papa subió una rampa en la frontera y rezó por todos aquellos que murieron tratando de cruzarla. Desde ahí, bendijo a los inmigrantes en el lado de El Paso y luego a todos en el lado mexicano, muchos de los cuales nunca podrán cruzar la frontera.

El papa ha llamado a las fronteras internacionales “monumentos de exclusión” e incluso “una forma de suicidio”, debido a la violencia y caos mundial que crea más refugiados que mueren diariamente en busca de un lugar seguro donde recostar su cabeza. Para las 4 p.m., cuando el Papa Francisco comenzó la Misa, todos nos sentimos unidos. Desde ambos lados de la frontera, en medio de miles, sentí una tremenda cercanía a nuestro “Papa”,
celebrando nuestra unidad en Cristo ante Dios.

Me impresionó la homilía del papa en Juárez, un lugar donde la explotación global y las prácticas comerciales en las maquiladorasy deshumaniza a los trabajadores. Al reflexionar sobre la primera lectura del día del Libro de Jonás, el Papa recordó la opresión y la violencia autodestructiva de la gente en la antigua Nínive y nos reiteró el llamado de Dios al profeta Jonás: “Ve y dile a los que se han acostumbrado a esta forma degradante de vida y han perdido su sensibilidad al dolor”, dijo el papa. “Ve y diles que la injusticia ha infectado su forma de ver el mundo”.

rodeaba el sitio de la Misa en Juárez, mientras

Una mujer mira por la valla que rodeaba el sitio de la Misa en Juárez, mientras que miles más detras de ella escuchan desde afuera.

El Papa Francisco nos pidió llorar por la injusticia, la corrupción y la opresión, como lo hicieron los habitantes de Nínive. “Estas son las lágrimas que conducen a la transformación”, dijo, “que ablandan el corazón; que purifican nuestra mirada y nos permiten ver el ciclo de pecado en el que muy a menudo nos hemos hundido… En este Año de la Misericordia, con ustedes aquí, ruego por la misericordia de Dios; con ustedes pido por el don de las lágrimas, el don de la conversión”.

En todos los aspectos de esta Misa histórica se hizo presente la condición humana de los sin voz. El altar donde el Papa Francisco celebró la Misa, un bloque de granito de tres toneladas, fue cincelado por artesanos, incluyendo a Pedro Campos, deportado a México después de cinco años de detención en Estados Unidos, obligado a dejar a su familia en Phoenix, Arizona.

El crucifijo de madera que el papa llevó durante la Misa fue tallado por internos del Centro de Readaptación Social #3 de Ciudad de Juárez, donde se reunió con 700 hombres y mujeres presidiarios. Esa cruz nos habló de cómo la belleza puede nacer, incluso en los lugares más oscuros, cuando hay misericordia y amor.

En México, el papa rogó a los líderes que eviten la corrupción, la explotación y el “descarte” de personas que son tan preciosas para Dios. Habló a los líderes políticos sobre la dignidad humana, recordándoles que todo el mundo es “legal” ante los ojos de Dios.

el papa subió la rampa para rezar por los miles que murieron cruzando la frontera.

Momento de oración cuando el papa subió la rampa para rezar por los miles que murieron cruzando la frontera.

Yo quedé conmovida por su decisión de visitar la frontera, lo que puso de relieve la difícil disyuntiva de las personas que se ven obligadas a huir o tratar de vivir bajo la pobreza y el miedo.

En mi estado natal de Kentucky, empecé a trabajar con los migrantes en 1997 después del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (nafta) que devastó la agricultura local en México y se tradujo en hambre para un sinnúmero de personas que se vieron forzadas a migrar.

Después de servir en Bolivia y Nicaragua, acompañando al pueblo durante años muy violentos, el año pasado, a mis 74 años de edad, me sentí llamada a servir en la frontera para acompañar a los niños y las madres que escapan esta nueva ola de violencia. Fui llamada de nuevo a entrar en las llagas de Cristo y experimentar la desesperación que la gente siente enfrentando amenazas contra sus vidas, sus hijos y familias, como ocurre en América Central.

Agentes de ice (Inmigración y Aduanas) llevan a estas personas tribuladas a Nazareth Hall, donde los recibimos con un ¡Bienvenidos! y un poco de apoyo emocional. Les decimos que están a salvo por ahora, pero no podemos hacer promesas sobre si las políticas de Estados Unidos les permitirán quedarse, incluso si se reúnen con familiares en Estados Unidos.

Tengo la suerte de ser testigo de su dolor, su desesperación y sus destellos de esperanza—una esperanza personificada por la presencia de nuestro humilde papa.

Para mí, una sola Hermana en medio de un océano de dolor, tal vez fueron las propias lágrimas del papa lo que fue más significante para mí. Dijo el Papa Francisco al partir de México: “Sentí ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”.

Imagen destacada: Un recluso le regala al Papa Francisco una cruz de madera tallada en la cárcel cereso de Ciudad Juárez, México, 17 de febrero, 2016. Ese día el papa celebró una Misa histórica en la frontera entre México y Estados Unidos. Gabriela Romeri contribuyó con este artículo.

Sobre la autora/or

Lelia Mattingly, M.M.

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