Hace algún tiempo cuando serví en Arequipa, Perú, un patrocinador de Maryknoll me envió dinero para ayudar a una persona a encontrar trabajo o para crear uno. Emperatriz, una mujer abandonada con su pequeño hijo, estaba acostumbrada a pedir limosna en mi puerta. Un día le pregunté si sabía hacer algo que le ayudara a ganar dinero sin necesidad de pedir. Ella me dijo que podría hacer tamales y venderlos en las escuelas. Necesitaba un molinillo de maíz y dinero para los ingredientes. Fui con ella y compré lo que necesitaba para preparar 100 tamales. Al día siguiente ella regresó sonriente y, llena de gratitud, me regaló un tamal. Mi inversión costó alrededor de $70.00 y esta mujer ya no está mendigando; hasta pudo matricular a su niño en la escuela. Esto me hizo pensar en cómo Jesús multiplicó los panes para 5,000 personas y cómo una pequeña ayuda puede cambiar toda una vida.
Philip Erbland, M.M.
Fui un soldado en la Guerra de Vietnam y hace poco, mi esposa y yo decidimos visitar Vietnam del Sur. En el bello parque Phong Nha-Ke Bang, patrimonio de la humanidad, fuimos aglomerados por niñas pobres, todas vendiendo las mismas postales. Tratamos de deshacernos de ellas cuando una niña que llevaba una pequeña cruz de plástico azul colgada en su cuello la tomó en su mano y señaló el crucifijo de oro que mi esposa llevaba. Hubo un silencio repentino en todas las niñas. Mi esposa la miró, le dijo “eres cristiana” y la besó en la frente. Pensé que la razón por la que estas pobres niñas están paradas vendiendo postales y nosotros paseando como turistas solventes, no es porque somos más inteligentes o más dignos, sino simplemente por suerte.
Larry Dominessy
Louisville, Tennessee
Cuando llegué por primera vez a Camboya, viví con estudiantes universitarias para conocer a las jóvenes a quienes pronto enseñaría. Una tarde, yo estaba sentada con una docena de estudiantes mientras estudiaban sus cursos y yo el idioma Khmer. El calor era agobiante y los mosquitos absolutamente voraces. Me picaban y me estaban volviendo casi loca. Las jóvenes de vez en cuando dejaban de estudiar para mirarme. Le murmuré a una: “¿Por qué soy la única a la que le están picando, pequeña hermana?” y, bromeando, añadí, “¡Debo tener sangre dulce!” Todas continuamos trabajando. Unos minutos después otra se inclinó hacia mí y murmuró: “A todas nos están picando, hermana grande”. Escoger vivir una vida simple es, por supuesto, diferente a la pobreza involuntaria que vemos en casa y en el extranjero. Sin embargo, el llamado de Cristo es “tomar asiento”. Algunas veces es lo mejor que podemos hacer.
María Montello, MKLM
Una Hermana y yo fuimos a ministrar a dos mujeres en una prisión en Macao, China. Una hablaba inglés y la otra mandarín. Yo tomé el reto de conversar con la mujer que hablaba mandarín. Normalmente las presidiarias llevan sus propias lecturas bíblicas, y yo no lleve mi Biblia ese día. Por eso, la mujer, que no era católica ni cristiana, me preguntó: “¿En dónde está tu Biblia?” Al compartir un poquito con ella descubrí que, en la enorme celda donde está recluida con muchas otras mujeres, ella había quedado muy impresionada con las mujeres católicas que se reunen a diario para compartir lecturas bíblicas y oración. “Ellas tienen algo que yo no tengo y ¡yo también lo quiero!”, dijo ella. Aunque encarceladas, las mujeres católicas son misioneras para las otras presas en su celda. ¡La misión está en todos lados y la puedes hacer con las personas que te rodean! Una buena lección misionera para mí.
Anne Marie Emdin, M.M.