Antes de venir a Bangladesh en 1975 para comenzar un ministerio de testimonio cristiano, nunca me di cuenta de lo importante que es el concepto de la misericordia para la gente de esta nación del sur de Asia, predominantemente musulmana.
Durante estos 40 años de vida entre los musulmanes, en uno de los países más pobres y más densamente poblados del mundo, he observado muchas señales de misericordia, comenzando con los nombres de las personas.
Aquí, donde a todos los varones musulmanes se les pone el nombre Muhammad en honor al fundador de su religión, he descubierto que la mayoría de ellos también tienen un segundo nombre el cual es tomado de uno de los 99 bellos nombres que tiene Alá—la palabra que significa Dios en el Islam. Los nombres describen los atributos del Altísimo, incluyendo Wadud, (el amoroso), Karim (el generoso), Gaffar (el que perdona), Rahman (el benefactor) y Rahim (el misericordioso).
Las personas tienen un dicho: “Tu sonrisa en la cara de tu hermano es caridad”. Esta expresión destaca para mí la similitud entre los pensamientos islámicos y cristianos sobre la misericordia. Al igual que los actos que resultan del amor cristiano, los actos que El Misericordioso inspira en los fieles musulmanes son la bondad, la compasión, la cooperación y ayuda.
En este año jubilar de la Merced he reflexionado a menudo sobre los muchos ejemplos de misericordia que he recibido y de los que he sido testigo.
Como parte de mi ministerio, yo viajo en mi bicicleta a los pueblos pobres para buscar personas, especialmente niños, que padecen discapacidades y por tanto sentirse abrumados durante toda la vida debido a sus condiciones físicas. Con una pequeña cámara tomo fotos de sus aflicciones: parálisis cerebral, distrofia muscular, quemaduras, labio leporino, hernias, tumores y fracturas óseas causadas por accidentes. Después, viajo a Dhaka, la capital, para mostrarles las fotos a los médicos, quienes hacen diagnósticos provisionales. Con esta información, ayudo a que niños y adultos reciban un tratamiento gratuito en uno de los hospitales públicos de la ciudad.
Una de estos niños era Suriana. Su madre estaba tan agradecida por la exitosa operación de su hija que le pidió a su hijo, un estudiante de la ley islámica, que ore ante el Más Glorioso por mí, su ayudante cristiano.
Una de mis vecinas, Jasna, al ver que yo estaba agotado después de un largo día manejando mi bicicleta, instió en que yo no cocine para mí ese día y me ofreció su propia comida.
Kamrula, otra vecina, me reprendió porque temía que la ropa que yo había dejado a secar al aire libre se iba a mojar en la tormenta que se avecinaba mientras yo estaba millas de distancia. Ella bajó la ropa antes de la lluvia, y luego me dijo: “Usted sirve a los pobres ¿no le parece que nosotros queremos servirle a usted?”
En otro pueblo, Jahangir me prestó su teléfono celular para llamar a un médico para una persona enferma. Jahangir se mostró muy satisfecho de colaborar en un acto de misericordia y me dijo: “El Misericordioso tiene misericordia de los misericordiosos”.
Muchas veces me he conmovido por la amabilidad que existe entre la gente.
Cuando Shofiqul, un miembro del Rotary Club, supo que había un niño, Iusub, discapacitado y confinado en su casa en una aldea lejana, le envió a una silla de ruedas que le permite al niño salir y sentarse a diario en el mercado local donde está rodeado de gente y se distrae.
Rohima, una viuda, perdió a su hija de 8 años de edad, Shamee, debido a complicaciones después de una cirugía. Cuando supo de la muerte de Shamee, uno de los primos lejanos de Rohima viajó 100 millas para consolarla y acompañarla de vuelta a casa con el cadáver de la chica.
Un día visité a Nitu, una niña de 7 años de edad, con progeria, una enfermedad genética que causa envejecimiento y muerte prematuros. Su madre le compra con frecuencia vestidos y zapatos nuevos, con el dinero que necesita para los otros siete miembros de la familia. “Después que Nitu se haya ido, toda la familia se arrepentiría de haber rechazado la ropa que ella deseaba”, dijo la madre.
Al ser un cristiano que vive entre musulmanes, me llena de energía ver la misericordia en su reconocimiento por las personas que viven vidas piadosas. Sus pequeños actos de misericordia y bondad hacen que valga la pena vivir la vida. Como dice una canción que se hizo popular en Estados Unidos hace medio siglo: “Las pequeñas cosas significan mucho”.
Foto principal: El Padre McCahill visita un menor que sufrió quemaduras en una aldea en Bangladesh. Sean Sprague/Bangladesh