Un ardor en el corazón

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Por: Deirdre Cornell
Fecha de Publicación: Jul 1, 2016

Al Padre Joaquín Mejía Cruz, OFM, le conmueve el camino que por desesperación toman miles de jóvenes y menores no-acompañados: dejar sus países en búsqueda de esperanza. “Soy parte de esa realidad”, dice.

La violencia durante la guerra civil en su país, El Salvador, lo llevó a huir en 1988. “Los jóvenes estábamos en el cuello de la guerra”, dice. “Quienes no entraban en el ejército eran sospechosos de pertenecer a las guerrillas. Era jugarse el futuro o quedarse a morir”. Por eso, sus padres no tuvieron otra alternativa que enviarlo donde sus hermanas en Estados Unidos. “Me acuerdo la cara de mi mamá el momento de la partida. Tuvo que esconderse detrás de la puerta, para que yo no viera sus lágrimas”.

El Padre Mejía, Fray Joaquín, tenía 21 años de edad cuando huyó de El Salvador con dos primos: uno mayor que él y otro de 15 años de edad. “Nunca había salido de mi país”, recuerda. Primero, llegaron a un albergue en Guatemala. “Tengo vivo en la memoria el encuentro con jóvenes de otras nacionalidades: panameños, costarricenses, hondureños y nicaragüenses”. Para no ser detectados por la policía, continúa, los migrantes sólo podían movilizarse por las noches. De ese modo, llegaron hasta México, al Distrito Federal, donde se integraron a otras personas en camino a Estados Unidos. Allí se prepararon para la parte más dura del viaje, el camino por los desiertos. Empacaron latas de maíz, galletas, agua y pasta de dientes. “Hasta hoy día me da asco el olor, pues se me regó la pasta de dientes en la mochila”, dice Fray Joaquín.

“Llegamos exhaustos y deshidratados a una granja en San Luís Potosí, México. Como el dueño estaba fuera, el responsable de la granja nos dio de comer y nos dejó pasar la noche. Me bañé con agua caliente por primera desde que salí de mi casa y dormí ¡en la cama del dueño! La hospitalidad de este hombre nos dio una inyección de energía y esperanza”.

Los días en el desierto estuvieron colmados de fatiga y cansancio; hambre y sed; calor en el día y frío en la noche. Los jóvenes se escondían en los arbustos por miedo de los policías federales. Algunos no lo soportaron y regresaron. En el desierto, dice Fray Joaquín, “las luces de la ciudad se veían cercanas, pero no lo eran. Las ilusiones ópticas nos tenían desorientados, caminábamos en círculos y no podíamos avanzar”. Caminaron un día completo, perdidos, sin saber a dónde iban.

Cuando llegaron a la frontera con Estados Unidos, “decidimos entregarnos a las autoridades”, cuenta el sacerdote. Salieron a la carretera y cuando la patrulla fronteriza los recogió, explicaron que eran refugiados huyendo de una situación de guerra. “Fueron muy educados,” dice Fray Joaquín de los policías. Sin embargo, tuvieron que entregar sus pertenencias—incluyendo el crucifijo que les había acompañado en el camino. “Uno se siente menos en esas circunstancias”, reflexiona. Fueron encerrados por tres días—incluyendo el joven de 15 años—en una cárcel junto con criminales.

Afortunadamente, después de interrogarlos, los dejaron libres para que puedan reunirse con sus familiares—y al poco tiempo recibieron sus visas temporales. Las hermanas de Joaquín pagaron el boleto de avión para que él viaje a Boston. “Teníamos seis años de no vernos”, dice el sacerdote. Él y sus hermanas llamaron por teléfono a sus padres en El Salvador. Esta vez, su madre lloró de alegría.

En Boston, el joven Joaquín se integró a su parroquia y después de varios años de servicio pastoral, asistió a una conferencia de catequistas en 1999. Una religiosa le preguntó si había considerado el sacerdocio. “Reconocí que, ardientemente en el corazón, sentía el deseo”, reflexiona. Su proceso de discernimiento lo llevó al noviciado en el 2003 y a su ordenación sacerdotal el 6 de abril, 2013—a pocos días del inicio del papado del Papa Francisco. Los últimos años, ha servido a la comunidad de Monte Alvernia en Wappingers Falls, Nueva York, y pronto recibirá una nueva asignación para seguir caminando con su nueva familia, la gran familia de los franciscanos.

Para Fray Joaquín, los jóvenes que huyen de situaciones de violencia no son cifras, son personas—cada una con una historia. Dice: “Dijo el Papa Francisco, cuando visitó la frontera de México con Estados Unidos, que cuando hablamos de los migrantes, no son números y estadísticas. ¡Al contrario! El Papa quiere que hablemos de las historias de personas, y de familias”. Esa convicción motivó a Fray Joaquín a compartir este testimonio.

Foto principal: El Padre Joaquín Mejía (dcha.) vivió el drama de los menores no-acompañados que cruzan la frontera. (Cortesía de Deirdre Cornell)

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Sobre la autora/or

Deirdre Cornell

Deirdre Cornell sirvió como misionera laica Maryknoll en México. Es autora de tres libros Orbis Books, entre ellos Jesus Was a Migrant y American Madonna: Crossing Borders with the Virgin Mary, y actualmente trabaja con el equipo de la revista Maryknoll.

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