Padre Thesing: El reto del hambre cero

Tiempo de lectura: 7 minutos
Por: Lynn F. Monahan
Fecha de Publicación: Nov 1, 2016

Sacerdote Maryknoll quien creció en una granja, combate el hambre mundial.

|| Por Lynn F. Monaha, fotos de Sean Sprague

Por la mayor parte de su vida misionera, el Padre Maryknoll Ken Thesing ha luchado con el espectro del hambre. Asignado a África oriental como un joven sacerdote en 1972, el misionero ha visto de primera mano los estragos de la sequía y el hambre en una parte del mundo conocida por la escasez de alimentos y agua.

El Padre Thesing creció en una granja en Lewiston, Minnesota, y su familia todavía cultiva la tierra y cría ganado allí. Durante toda su vida ha sido testigo de la transformación de la agricultura americana en el siglo 20, de una agricultura familiar a una de grandes empresas agrícolas. Además, como misionero ha recorrido la sabana de Tanzania con agricultores de subsistencia que apenas pueden producir lo suficiente como para alimentar a sus familias.

Hoy en día, como delegado de la International Congregation of Religious de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma (FAO), el Padre Thesing usa su comprensión de esos dos extremos—el modelo de agroindustria o agricultura industrial y la difícil situación agrícola de los pobres en zonas rurales de los países menos desarrollados—en su tarea de reducir el hambre y la malnutrición en todo el mundo.

“El hambre es una función de la pobreza”, dice el Padre Thesing, cuya labor incluye el hacer aportaciones a las políticas de la FAO y ayudar a ponerlas en práctica en el ámbito local. “La gente tiene hambre en su mayor parte porque son pobres. No es por falta de producción mundial de alimentos”.

El mundo produce más que suficiente comida para alimentar a 7.3 billones de habitantes del planeta, explica. “Se producen suficientes alimentos para alimentar a 10 billones de personas”, dice. Lamentablemente, añade, tanto como hasta un 40% de los alimentos producidos en el mundo son desperdiciados en lugar de llegar a las bocas hambrientas.

Algo clave para eliminar el hambre, dice el Padre Thesing, son los sistemas de producción de alimentos sostenibles y resistentes—con un énfasis en el plural: más de un sistema. En el mundo de la producción de alimentos un modelo no sirve para todos, dice.

“Sólo pensamos en el sistema industrial agrícola, porque eso es lo que conocemos, pero el 70% de los alimentos que se consumen en el mundo son producidos por agricultores a pequeña escala”, dice el Padre Thesing, quien en su juventud misionera dirigió en Tanzania un programa agrícola para la Diócesis de Shinyanga. Él explica que el término preferido en la agricultura en estos días es el de ‘productores de alimentos’ y que eso incluye a campesinos, pescadores, habitantes de los bosques y personas que crían ganado.

“Muchos de los países menos desarrollados del mundo tienden a hablar en términos de agroecología, y de métodos y sistemas agroecológicos”, dice. “Eso significa más control local de la agricultura: la gente tiene sus propias semillas; la gente tiene sus propios métodos; y la gente tiene sus propias ideas de cómo la agricultura se desarrolla en un área”.

Irónicamente, las mismas personas que son agricultores en pequeña escala también se encuentran entre los más vulnerables al hambre, dice el misionero. Son dependientes de las vicisitudes del tiempo y los mercados, y son a menudo pobres de dinero en efectivo.

“Esta es la pregunta básica: ¿Cuál es el modelo de agricultura que va a servir en el futuro?”, se pregunta el Padre Thesing. Para muchas personas, esa pregunta se reduce a una de dos opciones: agricultura industrial o agroecología. La agroecología es similar a la agricultura orgánica, dice el Padre Thesing. Usualmente es un sistema integrado de cultivos y animales similar al sistema con el que él creció en la granja de su padre en Minnesota.

“Hemos tenido vacas y cerdos y pollos, así que teníamos nuestro propio abono y recogíamos nuestra propia alfalfa, maíz y granos”, dice. “Hemos tenido un sistema integrado, abonos naturales para fertilizar la tierra, y lo complementábamos con fertilizantes comerciales”.

Todo eso ha cambiado desde las décadas de 1950 y 1960. “Ahora mi hermano, por ejemplo, sólo usa fertilizantes artificiales porque ya no quedan animales en la granja”, dice el Padre Thesing. “Eso es el resultado de nuestro sistema alimentario y del desarrollo de nuestro sistema agrícola”.

Los países industrializados tienden a hablar de la agroindustria y usan términos como ‘agricultura industrial’, dice el Padre Thesing. Este es el modelo dominante en Estados Unidos, Canadá y otros países exportadores de alimentos. Se trata de una agricultura a gran escala y de plantación de monocultivos, utilizando semillas híbridas y modificadas genéticamente, y fertilizantes, herbicidas y pesticidas químicos.

Thesing dice que muchas veces las mismas personas que son agricultores en pequeña escala también se encuentran entre los más vulnerables al hambre.

Casi por definición, dice, las corporaciones agrícolas internacionales controlan las medidas relacionadas a la agroindustria y agricultura industrial. Por lo menos, dice, es “un alto modelo financiero de ingresos”, lo que significa, en otras palabras, que es caro, que requiere grandes desembolsos de dinero cada año para las semillas, fertilizantes, herbicidas y pesticidas.

Para muchos observadores, ese modelo agroindustrial con vastas áreas de cultivos en países con ricas llanuras fértiles, como en Estados Unidos, es el futuro; un mundo en el que las naciones con la cesta del pan alimentan a los hambrientos del mundo. Ese sistema ha hecho que las pequeñas granjas familiares sean algo prácticamente anacrónico en gran parte de este país, sin embargo, para bien o mal está alimentando a nuestra nación, dice el misionero.

Que ese sistema pueda alimentar al mundo de una manera sostenible, sin embargo, está en disputa, sobre todo después de la crisis económica y alimentaria mundial de 2007-2008 y la prohibición temporal de Rusia sobre las exportaciones de trigo en el 2010, después de una sequía que devastó la producción de cereales de ese año. La prohibición de Rusia a las exportaciones de trigo conmocionó a los países que dependen de esas exportaciones, señala el Padre Thesing.

“Este tipo de situaciones se ponen en discusión en el tema de la seguridad alimentaria”, dice. Para algunos países dependientes de la importación de alimentos, la prohibición de trigo planteó una cuestión alarmante, dice: “¿Si hemos llegado a una etapa en la que los principales actores pueden hacer algo como esto, qué nos protege?”

La crisis alimentaria ayudó a dar impulso al movimiento agroecológico, que hace hincapié en el control local de la producción de alimentos, así como el uso de los insumos y recursos naturales locales. La FAO no favorece la agroecología sobre la agroindustria o viceversa, dice el Padre Thesing, pero es compatible con ambos sistemas. En el 2014, patrocinó un simposio sobre agroecología y el año pasado llevó a cabo uno en biotecnología agrícola.

“En la FAO el principio más importante es la seguridad alimentaria, lo que significa una alimentación accesible y adecuada de buena calidad nutricional, culturalmente sensible a lo que la gente come en diferentes áreas y culturas de todo el mundo”, dice el Padre Thesing. Otra prioridad, según él, es que la gente tenga control sobre su suministro de alimentos, lo cual es esencial para la seguridad alimentaria.

Con esto en mente, el misionero Maryknoll se ha convertido en un defensor de El Reto del Hambre Cero de las Naciones Unidas, una iniciativa lanzada en 2012 por el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, que busca establecer el acceso a la alimentación como un derecho humano y la construcción sostenible de alimentos y sistemas agrícolas. El objetivo del reto, que es parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, busca un “progreso mensurable en la erradicación del hambre y la malnutrición y la creación de sistemas alimentarios inclusivos, sostenibles y resistentes para el año 2030”, según la ONU.

La mayoría de los países en el mundo pueden producir suficiente comida para alimentar a sus poblaciones, reitera el Padre Thesing, y mientras que sólo un 1% de la población de Estados Unidos se gana la vida directamente de la agricultura, en todo el mundo tanto como alrededor de 3.5 billones de personas trabajan en la agricultura. Eso es casi la mitad de la población mundial.

Con los pies sembrados, en sentido figurado, tanto en la agricultura industrializada de los países menos desarrollados como en el cultivo tradicional del mundo en desarrollo, el Padre Thesing comprensiblemente ve los problemas de la alimentación y la seguridad alimentaria de ambos lados. Él ve los beneficios de ambos, y los peligros de ambos. Él se preocupa, por ejemplo, que unas pocas empresas multinacionales masivas, como la Monsanto Company, controlen la oferta mundial de semillas, y, por otra parte, que ha visto a agricultores locales destruir una buena tierra en pocas décadas de mala gestión, debido al pastoreo excesivo, dejando agotado un suelo que una vez fue productivo.

“Así que tenemos estos dos polos”, dice el Padre Thesing. “La respuesta de los países industrializados y la agroindustria es que de alguna manera podemos producir nuestra manera de salir del hambre. El otro, dice: ‘No, tenemos que tener mucho más control en las manos de las personas que realmente trabajan la tierra para que tengan un sentido de dignidad en la producción de los alimentos para sus familias y los demás’”.

Él dice que la cuestión del hambre está profundamente relacionada con la tierra y el trabajo, y la necesidad de que la gente se junte para encontrar soluciones globales. Son los pobres los que están hambrientos, añade.

“Para nosotros, como cristianos, como católicos, es una cuestión moral”, dice, “y una cuestión ética, ya que empezamos diciendo que cada persona tiene la dignidad de ser creados como iguales por Dios”.

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Foto principal: El Padre Maryknoll Ken Thesing compra fruta en el mercado de Juba, en Sudán del Sur. Actualmente, el misionero es delegado en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en Roma.

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Sobre la autora/or

Lynn F. Monahan

Lynn F. Monahan es director editorial ejecutivo de las revistas Maryknoll—Maryknoll magazine y revista Misioneros—y sirvió como misionero laico de Maryknoll en Perú durante los 1990s. Trabajaba para varios periódicos y agencias de noticias, incluyendo el ser corresponsal de la Associated Press en Perú, y después fue redactor en la sección de América Latina para Bloomberg News en Nueva York. Completó su licenciatura en comunicaciones y literatura en La Universidad de Syracuse, Nueva York, y su maestría en escritura en Manhattanville College, Nueva York.

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