Relatos de Nicaragua, Brasil, Sudán del Sur y Islas Marshall

Tiempo de lectura: 3 minutos
Por: Misioneros Maryknoll
Fecha de Publicación: Nov 1, 2016

 

Supe por primera vez acerca del concepto de acompañamiento, el “caminar con el pueblo”, de las Hermanas Maryknoll. Este es, pensé, el ministerio al que estoy siendo llamada aquí en Nicaragua. Inicialmente, mi caminar estaba con los campesinos de la hacienda cafetera La Fundadora en las magníficas montañas de Matagalpa. Luego, empecé a acompañar a las mujeres urbanas que estaban desarrollando un servicio para sus hermanas, las mujeres embarazadas de las zonas rurales. Las mujeres rurales con embarazos de alto riesgo necesitaban dar a luz en el hospital regional de Matagalpa en lugar de en sus casas. Eso nos llevó a establecer la Casa Materna, o casa de maternidad. La Casa ofrece alimentos, refugio, atención médica, educación y transporte hacia y desde el hospital, y hace un seguimiento de las madres en sus comunidades de origen. Ahora, mientras camino cada mañana con las madres embarazadas de la Casa, continuo viendo mi ministerio principal como uno de acompañamiento. No es tanto el “hacer” sino el “estar con” y escuchar lo que es importante.
Catherine Madden, Afiliada Maryknoll

 

Cansado después de una calurosa tarde en una feria de salud en la periferia de Sao Paulo, Brasil, donde sirvo como misionero laico Maryknoll, emprendí el viaje de regreso de dos horas en tren y autobús. Entré agotado al metro y me senté al lado de una brasileña que parecía como si acababa de terminar sus compras del día y regresaba a casa también. La saludé con mi quebrado portugués. Ella me devolvió la cortesía. Luego sacó una botella de refresco y me la dio. La miré incrédulo. Ella sonrió. Charlamos un rato. Le pasé la botella y ella bebió también. Los brasileños son conocidos por su cercanía, incluso con extraños. Como nuevo misionero, me estoy acostumbrando a eso. Ese viaje me puede haber ayudado a reducir mi espacio personal.
Jim Kott, MKLM

 

(Paul Jeffery/ Sudán del Sur)

 

En el campamento de Naciones Unidas para desplazados internos en Malakal, Sudán del Sur, donde sirvo a personas cuyas vidas han sido destrozadas por los tres años de guerra civil del país, teníamos una cruz procesional que usábamos los domingos para nuestras celebraciones litúrgicas. En febrero la cruz desapareció durante un ataque entre grupos étnicos en el que se quemaron muchas tiendas de campaña donde viven las personas. Días más tarde, una mujer de nuestra comunidad católica vio a niños jugando con la cruz y le pidió a los niños entregársela. La cruz estaba quemada y Jesús no tenía el brazo izquierdo. Regresó con la cruz y la aseguramos en un poste para usarla en nuestra celebración de Pascua. Como a Jesús le faltaba un brazo, le dije a la gente que ahora ellos son los brazos y las manos de Jesús para ayudarse los unos a los otros en la pacificación de Sudán del Sur. La cruz se ha convertido para nosotros en un crucifijo de esperanza.
Michael Bassano, M.M.

 

Un barco de suministros no había llegado desde hacía mucho tiempo a Likiep en las Islas Marshall, donde he servido en misión, y los planes para dar regalos de Navidad se fueron desvaneciendo. Aún así, todo el pueblo decidió poner algo de lo que tenía para que pudiéramos tener una fiesta de Navidad de todos modos. ¿Qué tal si hacemos galletas de Navidad? Nadie tenía suficiente harina de sobra, pero en una versión moderna de la multiplicación de los panes y los peces, recogimos un cuarto de taza de harina de aquí y otro cuarto de taza de allá, y juntamos la suficiente cantidad de harina para hacer la simple masa. Una botella de vino de la iglesia funcionó como un perfecto rodillo. ¡Hubo una galleta para todos el día de Navidad!
Janet Hockman, M.M.

Foto principal: Sean Sprague/Brasil
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