Aserrín en mis venas

Tiempo de lectura: 4 minutos
Por: Frank Dolphin, M.M.
Fecha de Publicación: May 1, 2017

Un Hermano de Maryknoll lamenta el fin del “Mejor Show de la Tierra”

 

El amor por las grandes carpas corre en las venas de mi familia y por eso el circo ha estado en mi corazón desde que era niño. Incluso, como Hermano misionero he hecho que el circo y su gente formen parte de mi ministerio. Por eso, enterarme que el circo de los Ringling Bros. y Barnum & Bailey cerrará sus puertas para siempre este mayo, después de 146 años de entretenimiento, es una triste noticia.

Sangre de circo corre por mis venas—o como se dice en el circo, sangre de aserrín. Los dos hermanos de mi padre, mis tíos Chester y Everett Dolphin, eran malabaristas de circo, y mi papá, quien solía caminar por la cuerda floja del Boys Club en Worcester, Massachusetts, quería seguirlos en esa carrera hasta que conoció a mi madre, Mary Anne Jackson del Condado de Fermanagh, Irlanda, quien prefirió formar una familia.

Crecí en Dorchester, en Boston, en la década de 1940 y principios de los 50s, recuerdo muy bien el ir a ver el circo de los Ringling Bros. y Barnum & Bailey en el Boston Garden a principios de mayo. Mi padre nos compró maní para alimentar a los elefantes, que eran parte integral del circo en ese entonces. Mi papá, quien también era malabarista como sus hermanos, conocía los actos y a los grandes malabaristas de la época, como Massimiliano Truzzi y Francis y Lottie Brunn, todos ellos eran parte del circo Ringling.

Después de 146 años de entretenimiento, el circo de Ringling Bros. y Barnum & Bailey cerrará sus puertas para siempre este mayo. (Foto: CNS/Virginia)

Cuando yo era un adolescente, esperaba la llegada del circo al Boston Garden cada año y veía llegar a todo el equipo y a los animales. Después de esa parada en Boston, el circo comenzaba su recorrido veraniego. Siempre me sentía triste cuando el circo se iba de la ciudad y solía ir a las tiendas para recolectar los afiches y carteles de circo que habían sido pegados en las ventanas antes de que el espectáculo llegara a la ciudad.

Ya de joven, soñaba ir con ellos y practicaba mis malabarismos y mi acto de payaso con mi propia nariz roja. Pero Dios tenía otros planes.

Entré en el noviciado de los Hermanos Maryknoll en 1957. Sin embargo, llevaba a compañeros seminaristas y otros Hermanos al Circo Ringling cuando llegaba al Madison Square Garden de Nueva York, y les presentaba a las estrellas de circo que eran mis amigos.

De alguna manera, la vida con Maryknoll, viajando de un lugar a otro, era como estar en el circo. Eso es parte de lo que me atrajo a Maryknoll. La vida de un misionero es viajar. Como misionero fui asignado a Chile en 1972 y descubrí que a los chilenos les encanta el circo. No importa donde vaya, siempre busco el circo, y no fue diferente en Chile durante mis 25 años de ministerio allí, ni en Bolivia, donde he estado por los últimos 14 años.

Cuando el circo llega a la ciudad, voy a visitar y conocer a los artistas y a ver si necesitan algo. En Chile desarrollé un ministerio de circo, para ayudar a las personas de circo que siempre están en el camino. Necesitan apoyo espiritual. Ellos necesitan recibir los sacramentos y alguien que les escuche. En América Latina, la mayoría de artistas de circo son católicos.

“Sangre de circo corre por mis venas—o como se dice en el circo, sangre de aserrín”.

 

Una de las maravillas del circo es que tienen un estilo de vida muy familiar. Los artistas tienen vínculos familiares muy fuertes. Tienen que trabajar juntos como una familia.

A menudo la madre es artista y el padre también, e incluso los niños y hasta sus tías y tíos forman parte del espectáculo. La vida y las habilidades circenses, junto con el amor por las grandes carpas, se pasan de generación en generación. Los artistas pueden competir en términos de actos, pero como familia, trabajan juntos.

En Chile me hice amigo del Circo de Tony Caluga donde fui payaso e hice algo de malabarismo. También participé en otros circos.

Recuerdo un circo muy pequeño en Curico, Chile, que tenía un sólo camión. Los propietarios se sorprendieron de que yo, no sólo un “gringo”, sino también un Hermano religioso, visitara su circo. Se sentían honrados y yo también.

En Curico, comencé a visitar el hospital de niños en traje y maquillaje de payaso, pero eso asustaba a los niños. Así que sólo usaba mi nariz roja y mi títere de mano “Kiki” que compré en Nueva York. Los niños disfrutaban de Kiki porque también hablaba español. Ser payaso también me ayudó cuando enseñaba inglés como segunda lengua. Uno tiene que hacer payasadas para que los estudiantes se relajen y respondan. Me ponía mi nariz de payaso y los estudiantes se divertían y no se daban cuenta que conversábamos en inglés.

El año pasado, Ringling Bros. decidió que ya no viajaría con elefantes, y entiendo que eso fue una gran razón para la caída en la asistencia al circo, lo que finalmente los hizo cerrar el show por completo. Aunque nunca vi que se maltrate a los elefantes en los años que estuve cerca a los circos, sé que los grupos de derechos de los animales se esfuerzan en protegerlos.

Cumplí 80 años en marzo y he estado siguiendo circos por más de siete décadas. Voy a extrañar el circo Ringling Bros. y Barnum & Bailey. Sé lo que se siente al ver que el circo se va de la ciudad—peor aún, ahora sé lo que es decirle adiós para siempre.

Foto principal: Para el Hermano Maryknoll Frank Dolphin, el circo ha sido parte de su ministerio en su servicio misionero en Chile y Bolivia. (Foto: Lynn Monahan/Bolivia)

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Sobre la autora/or

Frank Dolphin, M.M.

J. Francis (Frank) Dolphin creció en North Quincy, Massachusetts, y cuando era un adolescente trabajó como payaso en los circos Ringling Brothers y Clyde Beatty en Boston antes de unirse a los Hermanos Maryknoll en 1957. Trabajó como misionero en Chile durante 25 años y ha estado sirviendo en Bolivia durante los últimos 14 años.

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