Un sacerdote fortalece su fe sirviendo en una cultura no-cristiana
El trabajo misionero usualmente significa obrar fuera de nuestra zona familiar y de confort. En mi caso, esto es particularmente cierto en Japón, donde he sido misionero por los últimos ocho años.
Mi fe está enraizada en la Iglesia católica de El Salvador, donde nací y fui criado. En El Salvador casi todos son católicos mientras que en Japón los católicos constituyen menos de un 0.5% del total de la población.
En El Salvador abundan las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa y en Japón los sacerdotes trabajamos solos debido a la escasez de sacerdotes. En El Salvador las parroquias siempre están llenas de gente; en Japón, después de la Misa y otros eventos parroquiales, los feligreses se van a sus casas y yo me quedo sólo en una iglesia vacía.
En El Salvador muchos niños se preparan para recibir los sacramentos; en Japón la catequesis se ofrece sólo a una o dos personas a la vez. En El Salvador hay muchos bautismos; en Japón muy pocas personas se vuelven católicas.
Misión para mí también es servir a los migrantes en este país, quienes constituyen a más de la mitad de feligreses de la Iglesia católica en Japón. Cuando llegué a Japón en el 2009, comencé a pasar mis fines de semana ayudando en diferentes parroquias con feligreses inmigrantes que hablaban español, portugués e inglés, ya que muchos inmigrantes católicos de Brasil, Filipinas, Perú y otros países católicos trabajan aquí.
Algunos de ellos vienen a la Iglesia buscando no sólo la práctica de su fe sino también ayuda con problemas legales, económicos y de vivienda. Ahora continúo sirviendo a los migrantes siempre que surge la oportunidad de hacerlo.
En cualquier lugar que nos encontremos, el estar en misión también es ser cambiado por la gente y el lugar donde servimos. En Otsu donde vivo, cerca a Kioto, hay cientos de santuarios sintoístas y templos budistas. Veo en esos lugares la profunda fe del japonés no cristiano y por eso tengo ahora un mayor aprecio por la diversidad de religiones y culturas.
Japón tiene una sociedad ordenada y moderna donde la gente sostiene valores éticos profundos. El pueblo japonés siempre expresa cortesía, respeto y honestidad hacia los demás. El cambio de cultura y costumbres me lleva a amar a Dios más y a ser un mejor cristiano.
Misión en Japón para mí es apoyar a las personas que enfrentan desafíos en sus vidas. Japón es un país homogéneo, donde no hay expresión pública de sentimientos o de lo que se piensa. Se espera que los japoneses trabajen duro siempre, sean disciplinados en todo lo que hacen hasta el punto de la perfección y observen un código de honor muy estricto en todo. Pero a pesar de la prosperidad en la que viven, muchos japoneses enfrentan enormes problemas diarios.
Según las estadísticas de la policía japonesa, 35,000 japoneses se suicidan cada año como resultado de problemas psicológicos o mentales. Algunos japoneses recurren al alcohol, las drogas u otros tipos de adicciones para escapar la realidad. Antes de venir a Japón obtuve una maestría en consejería psicológica. Ahora uso ese entrenamiento para ayudar a la gente.
Ya que una gran mayoría de japoneses católicos son adultos mayores, mi misión como párroco de las iglesias de Otsu, Karasaki y Adogawa es también visitar a los enfermos y los ancianos. Cuando voy a ungir a los enfermos o a los ancianos en sus casas o en el hospital también les llevo la Santa Comunión y escucho sus esperanzas y miedos, alegrías y penas. Esto me lleva a obrar en una zona familiar: el hacer la presencia de Cristo visible en mis hermanos y hermanas en Japón.
Espero que mi experiencia en el ministerio parroquial produzca una buena cosecha.