Misionero laico Maryknoll brinda a jóvenes salvadoreños un camino hacia la no violencia a través del deporte
La pobreza no es el único reto que enfrenta Las Delicias, una barriada, o cantón, de unos 4.000 habitantes, sino también la persistente y preocupante inseguridad que se vive debido a la violencia ocasionada por el fenómeno de las pandillas en El Salvador.
Llegué a Las Delicias, en el 2006 a través de un programa universitario para estudiar en otro país. Estuve seis meses y realicé servicio social allí. Después de esta profunda experiencia decidí entrar a los Misioneros Laicos Maryknoll (MKLM) para seguir trabajando y acompañando a los pobres y construir el Reino de Dios. La asociación misionera me permitió regresar a Las Delicias para seguir acompañando a esta comunidad, esta vez como misionero laico.
Ubicado en las afueras de la capital San Salvador, en el cantón hay servicio de agua potable, pero en el verano el agua llega a cada casa una vez cada tres semanas. La mayoría de las casas tienen suelos de tierra, paredes de material reciclado y techos de hojalata. Sólo se puede llegar o salir del cantón en cuatro buses que prestan servicio en horas definidas o en camionetas que transportan a la gente desde el cantón a la carretera, donde se debe abordar otro bus para ir a la ciudad.
El clima de violencia en Las Delicias es evidente. Es algo común para mí ver patrullas de policía o militares caminando por las calles sin asfalto con sus armas en la mano en “búsqueda de pandilleros”. Cada vez que ocurre me siento asustado pues puede haber un conflicto entre la policía y los pandilleros que puede terminar con la muerte de algún joven inocente de la comunidad.
Esa es la realidad de muchas comunidades pobres en El Salvador, un pequeño país centroamericano que según estudios del 2015 tenía una de las tazas de homicidios más alta del mundo con 103 homicidios por cada 100.000 personas.
Debido a la presencia militar en Las Delicias, los jóvenes tienen miedo de caminar solos por la calle. Como mi ministerio es con los jóvenes, cuando estoy con ellos, la policía también me ha parado a mí para revisar mis documentos.
Sin apoyo económico ni motivaciones para estudiar, los jóvenes del cantón tienen pocas posibilidades de terminar la escuela secundaria y mucho menos aspirar a una carrera universitaria. Las oportunidades de empleo son muy escasas, los empleos prácticamente explotan a los trabajadores, no ofrecen beneficios laborales y los sueldos no aseguran una vida digna para los empleados y sus familias.
Sin oportunidades y en medio de un ambiente de miedo y violencia, algunos jóvenes entran a las pandillas.
En el 2009, con el apoyo de MKLM y la Fundación para el Desarrollo y la Solidaridad Castulo Antonio (FUDESCA), una organización sin fines de lucro de la comunidad, analizamos la realidad de la niñez en el lugar y decidimos iniciar un programa de desarrollo para la niñez que fomente una cultura de paz. De ese modo nació el programa y escuela de deporte “Jugando por la Paz”, una alternativa a la violencia y una manera de promover la paz desde el deporte.
Cinco jóvenes de la comunidad con una gran pasión por el fútbol, José María, Mauricio, Ernesto, Ricardo y Arnoldo apoyaron nuestra idea de aprender a ser entrenadores y mentores de los niños y niñas de Las Delicias. Ellos son el corazón del programa y luchan para ser buenos ejemplos para los niños. Cada fin de semana tenemos entrenamientos a los que asisten entre 30 y 50 niños y jóvenes de 6 a 21 años de edad.
En Jugando por la Paz, ellos no sólo encuentran un lugar seguro para jugar sino que en cada sesión reflexionamos sobre Dios y nuestro llamado a mejorar nuestra comunidad. El programa creció y además de fútbol los jóvenes también practican básquetbol y han formado un grupo de break dance.
Nuestro lema es “Dios, Estudio, Deporte”, pues creemos que el deporte, el arte, y otras actividades sociales, pueden ayudar a los jóvenes a cambiar su ambiente y construir una nueva cultura de solidaridad y amor por el prójimo. Los participantes aprenden valores como trabajar en equipo, amistad, creatividad, disciplina, educación, respeto, y conquistar metas. El programa es una alternativa a la vagancia y las pandillas.
Debido a que muchos jóvenes no van a la escuela porque necesitan dinero para el pasaje del bus, ofrecemos ocho becas para estudiantes de secundaria o de la universidad que participan en nuestros programas. La beca es de 30 dólares por mes, fondos que provienen de las donaciones de MKLM. Los becarios son voluntarios que colaboran con nuestros programas o la biblioteca comunitaria. Tenemos una reunión mensual donde reflexionamos sobre la Biblia y cómo podemos luchar para construir un Las Delicias con menos violencia y más amor.
Una Navidad, todos los becarios ayudaron a reparar el techo de la casa de una de las familias más pobres del cantón, compuesta por una madre soltera con tres hijas y un nieto. Los jóvenes estaban muy felices de ayudar a su comunidad, y para mí ha sido una de las navidades más especiales que he vivido como misionero.
Uno de nuestros becarios es Juan Moreno, 21, quien comenzó a asistir al equipo de fútbol cuando tenía 12 años. Es uno de seis hermanos que vive con su madre soltera, una empleada doméstica, en una casa humilde. Una vez, hace unos años atrás, la policía lo paró a él y a su hermano y los golpearon, cuando iban en camino a Jugando por la Paz. Ahora, Juan está en su tercer año de la universidad para ser profesor de educación física y es entrenador de fútbol en Jugando por la Paz. Él es un líder del programa y siempre está trabajando para promover las mismas oportunidades a los demás. “Me gusta promover valores mediante el fútbol, inculcar en el corazón de cada niño la construcción de la paz”, dice Juan.
Otro becario es César Hernández. Él vive con su familia en una finca de café y camina una hora, a través de los cafetales, para llegar al bus para ir a la escuela. El año pasado César se graduó de la secundaria y ahora está estudiando ingeniería mecánica en la Universidad Centroamericana, conocida como UCA. Como la pasión de César es bailar break dance inició un programa de baile para niños, otra forma de fomentar una cultura de paz a través del arte.
“Si las personas o grupos rivales supieran que los problemas no se resuelven con violencia física, sino que también se pueden resolver mediante batallas de baile como el break dance, tendríamos un lugar menos violento. Podemos cambiar si nos proponemos hacerlo comenzando en nuestras comunidades. La paz no es tener una vida tranquila sino tener una vida armoniosa”, dice César Hernández. “Jugando por la Paz ha cambiado mi futuro porque me ayuda a compartir con los demás lo que he aprendido y gracias al programa he logrado un título de bachiller”.
La realidad de los jóvenes en El Salvador es muy dura, sin embargo, es importante trabajar por la paz desde su realidad, promoviendo una nueva cultura de paz y fe en un Dios que está al lado de los más marginados y sufridos. Desde esta experiencia, yo aprendí que Dios siempre está presente en todo y que es importante que apoyemos a los jóvenes para que encuentren a Dios y su mensaje de paz y justicia para construir un mundo con más compasión, amor y paz.
Foto Principal: Miembros del equipo de Jugando por la Paz escuchan a su entrenador de fútbol. Este es un programa de desarrollo para la niñez y la juventud que fomenta una cultura de paz por medio del deporte en la barriada de Las Delicias, en San Salvador, El Salvador.