Personas y organizaciones de fe se unen en oración y solidaridad en manifestación de apoyo a inmigrante indocumentada
Verónica Castro, una inmigrante indocumentada, despierta a su hijo Juan, de 17 años, muy temprano cada mañana. Lo baña, lo ayuda a vestirse, le amarra los zapatos, le sirve el desayuno y lo acompaña a paso lento al ómnibus que lo recoge para llevarlo a una escuela para niños discapacitados. Esa difícil rutina que realiza con amor puede cambiar drásticamente ante su inminente deportación.
Por eso, Castro tuvo temor de reportarse a una cita que tenía en abril con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE). “No sabía qué iba a pasar”, dice. Si era deportada, quién cuidaría de su hijo Juan y de su familia.
Castro se sentía aterrada de ir a la cita con ICE, debido a las drásticas ordenes ejecutivas del gobierno que intentan deportar masivamente a personas indocumentadas como ella. Ser indocumentada es para ella una cruz muy pesada de cargar.
Por eso, semanas antes de su cita con ICE, Castro buscó ayuda y decidió hacer público su estatus migratorio durante el lanzamiento de la red Santuario DMV y participó en una marcha de protesta frente a la Casa Blanca.
Santuario DMV es una organización del área de Washington, D.C., Maryland y Virginia, que aboga por los derechos de los indocumentados y rechaza las deportaciones masivas. Está conformada por más de 60 congregaciones religiosas y grupos de fe. Además recibe el apoyo de otras organizaciones católicas como MOGC (Oficina de Asuntos Globales Maryknoll), en Washington, D.C., que promueve temas de paz, justicia social y protección del medioambiente.
Susan Gunn, jefa de comunicaciones de MOGC, participó en la marcha organizada por Santuario DMV para mostrar solidaridad con la familia de Castro y para rezar para que no la deporten.
Acompañada por su esposo, Ricardo Pinedo, y sus otros tres hijos: Iván, 19, Kevin, 14, y Emily, 9, Castro dio su testimonio como madre inmigrante indocumentada a los asistentes a la marcha.
Ella fue detenida con su hijo Iván en 1998 cuando intentó cruzar la frontera entre México y Estados Unidos para reunirse con su esposo, quien también nació en México pero tenía la residencia permanente de Estados Unidos. Los oficiales encontraron en su poder documentos falsos que una coyote le dio para que ella y su hijo ingresen a Estados Unidos. Fue inmediatamente deportada.
Años después nació su hijo Juan, a quien le detectaron un problema congénito en el corazón, el cual requería un implante de artería que sólo podía realizarse exitosamente en un país como Estados Unidos.
Desesperada por salvar la vida de su hijo Juan, Castro volvió a cruzar la frontera en el 2001, esta vez con sus dos hijos, Ivan y Juan, caminando por 19 horas para cruzar la frontera el 2001 y reunirse con Pinedo.
Juan fue operado cuando tenía tres años de edad, pero una complicación debido a la falta de oxígeno le causó un daño cerebral. Perdió el habla y aunque ahora tiene 17, su desarrollo cognitivo es el de un niño de 5 años. Se comunica con lenguaje de señas o con una tableta electrónica que le ayuda a transmitir mensajes. Depende de la ayuda de su mamá todos los días.
Castro pensó que las cosas mejorarían cuando su esposo, ahora un ciudadano norteamericano y veterano del ejército de Estados Unidos, realizó la petición en el 2011 para que su esposa y sus hijos reciban la residencia permanente.
El Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos le otorgó la ciudadanía americana a los hijos pero negó la de Castro debido a su deportación en 1998.
Castro nunca olvidará el día cuando en presencia de su esposo e hijos, oficiales de inmigración la arrestaron y le pusieron un grillete en su tobillo.
“Fue terrible ver las caras de mis hijos tristes y lloriqueando”, dice. “Se me vino a la mente la imagen de Jesús cuando él también fue arrestado y el reflejo de su cara triste me decía: ‘hija no estas sola’”.
A petición de la base militar de Virginia donde su esposo trabajaba, Castro sólo estuvo arrestada por un día y le removieron el grillete pocos días después.
El Departamento de Inmigración determinó que ella tenía que regresar a su país por 10 años y que luego su esposo podría volver a pedir su residencia permanente o que si se quedaba en el país debía registrarse con ICE periódicamente con el riesgo de ser deportada en cualquier momento.
Para no abandonar a su familia, Castro decidió quedarse.
Pinedo conoce a muchos militares norteamericanos que, como él, tienen familiares indocumentados, pero temen hablar de sus estatus migratorios porque el sufrimiento de las familias es devastador.
“Nosotros representamos la injusticia de estas leyes, mi esposa no es una criminal, no tenemos problemas con las autoridades, yo no soy un violador. Esta situación nos afecta mucho y a pesar que serví y arriesgué mi vida por este país, no tienen compasión”, dice Pinedo.
Como sargento suboficial, Pinedo sirvió al país por cinco años y ocho meses en las bases de Virginia, Louisiana y en Corea. Hace dos años fue dado de baja por razones médicas.
Después de escuchar el testimonio de Castro, los grupos de fe reunidos en la manifestación se dirigieron a la Casa Blanca con canciones y oraciones de esperanza y la promesa de no dejar sola a Castro.
Para Gunn, quien reside en Maryland, el caso de Castro afecta a su comunidad. “Deportarla no sería beneficioso para nuestra economía, sus hijos van a perder a su madre y van a quedar traumatizados; no van a aprender en la escuela ni van a participar. Simplemente no veo ningún beneficio para nuestra sociedad”.
Cuando llegó el 4 de abril, Verónica Castro no fue sola a su cita con ICE. Más de 80 líderes de fe y miembros de la comunidad, incluyendo a Gunn, la acompañaron.
Gunn, quien es madre de tres niñas dice que la vida de Verónica no es diferente a la suya. “Su historia es la misma que la de mi familia. Mis bisabuelos eran inmigrantes de Ucrania e Irlanda y llegaron a Rhode Island en 1912. Ellos trabajaron en fábricas porque tenían hambre y eran pobres y no veían un futuro en sus países de origen”.
Afuera de la oficina de ICE, en Baltimore, la gran concurrencia pidió que no deporten a Castro y los medios de comunicación transmitieron el pedido. Los presentes hicieron una vigilia y oraron por Castro y por todos los indocumentados.
“Lo más sorprendente para mí fue cuando conocí a los niños de Castro. El miedo que reflejaban en sus rostros era palpable, estaban muy tensos”, dice Gunn. “Ellos vestían camisetas negras con un mensaje en letras blancas: Don’t make me an orphan (no me hagas un huérfano)”.
Castro ingresó a la cita con su abogado y después de casi una hora, salió con una sonrisa de victoria al saber que le permitieron quedarse en el país hasta su próxima cita con ICE.
Su esposo emocionado dijo que está agradecido con todas las organizaciones y la cobertura de la prensa, pero que aún le preocupa el futuro de su familia. “Mi esposa está en un limbo, por que ella no puede salir del país ni visitar a su familia en México desde hace 17 años, sus padres están muy enfermos”, dice.
Abrazada de sus hijos, Castro recalcó que seguirá luchando por su familia a pesar de su situación migratoria. “Tener a mi familia unida y ver sonreír a mi hijo Juan cada mañana me anima para seguir adelante cada día de mi vida”.
Foto principal: Verónica Castro reflexiona durante el lanzamiento de la red Santuario DMV en Washington, D.C., donde hizo pública su situación migratoria. (Heather Wilson, PICO National Network).