Superior General de los Padres y Hermanos Maryknoll reflexiona sobre cómo hacer el amor de Dios visible en medio de tragedias
Bendiciones para este 2018. Al comenzar el año, echemos un vistazo al pasado y descubramos aquellos momentos en los que estuvimos conscientes de la presencia de Dios.
Usualmente pienso que Dios está presente cuando las cosas salen como a mí me gustaría que salgan. Por eso, para mí el verdadero desafío es discernir la presencia de Dios cuando las cosas no salen como yo las esperaba.
Para muchas personas en nuestro país y en el extranjero, el 2017 fue un año desafiante, difícil, e incluso trágico.
Desastrosas inundaciones ocurrieron en China, Nepal, Bangladesh, India, Vietnam, Honduras, Costa Rica y Perú, impactando a millones de personas.
El huracán María devastó a Puerto Rico y otras naciones del Caribe.
El huracán Irma causó estragos en Cuba y la costa del Golfo de Florida, y el huracán Harvey trajo a Houston y a gran parte de la Costa del Golfo las peores inundaciones en años.
En Europa, los ataques terroristas mataron a decenas de hombres, mujeres y niños inocentes, hirieron a cientos más y dañaron el tejido social de las sociedades y países que se consideran estables y prósperos.
En nuestro país, los tiroteos masivos parecían estar en aumento, desde el tiroteo de enero en el aeropuerto de Fort Lauderdale hasta la matanza, en octubre, de 58 personas y más de 500 personas heridas, personas inocentes quienes disfrutaban de un concierto de música country en Las Vegas; y la masacre de 26 personas en una iglesia en Texas.
Al mismo tiempo, la violencia y la destrucción continúan en Afganistán, Irak y Yemen.
La guerra civil continúa en Sudán del Sur, donde tres sacerdotes Maryknoll luchan para alimentar a los hambrientos y ministrar a los desplazados, mientras que la sequía y la hambruna también afectan a varias partes de África, además de otras situaciones violentas en ese continente que ni siquiera llegan a ser parte de las noticias internacionales.
Agregue a la lista los terremotos que ocurrieron en México, China e Italia y los incendios forestales masivos en todo el oeste de Estados Unidos y esta imagen global parece ser verdaderamente apocalíptica.
Sin embargo, la respuesta compasiva que ha marcado cada uno de estos desastres, ya sea natural o provocado por el hombre, apunta más allá de nosotros mismos a Dios entre nosotros.
Pienso en aquellas personas que protegieron a los heridos, amigos e incluso a completos extraños durante el tiroteo en Las Vegas; las incontables personas que ayudaron a rescatar víctimas en todos los desastres naturales mortales del año pasado; la efusiva ayuda para las víctimas de las tormentas enviada por parroquias, empresas y organizaciones sin fines de lucro de todo el país; la miríada de voluntarios que han ido a las zonas asoladas por las tormentas, especialmente Puerto Rico, que fue azotada por dos de estos huracanes masivos; y todos los ejemplos de compasión, grandes o pequeños, que surgen en estos desastres naturales, guerras y violencia, reflejan la comprensión de que todos somos hijos de Dios.
El sufrimiento de mi vecino en la calle y el sufrimiento de una víctima de la violencia o de un desastre natural en el otro lado del mundo nos impactan y desafían a todos y cada uno de nosotros. A pesar de todo, Dios está presente cuando nos vemos movidos a la oración y la acción para ayudar a los afligidos por la violencia y la muerte.
Al enfrentar los nuevos desafíos que traerá el 2018, mi oración es que podamos escuchar y responder a las invitaciones de nuestro Dios de la Vida.
Que nos demos cuenta de que todos somos uno y que el regocijo de nuestros hermanos y hermanas alrededor del mundo nos da nueva vida a cada uno de nosotros, así como su sufrimiento y empobrecimiento nos disminuye a cada uno de nosotros.
Que respondamos al llamado de Dios a la lucha para que todos puedan tener vida y luchar contra las fuerzas de la muerte y la destrucción, recordando que la última palabra de Dios es la vida. “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. (Juan 10,10)
Foto principal: Una cruz erguida en una colina en las afueras de San Juan, Puerto Rico, es testigo de la devastación dejada por el huracán María. (CNS/Puerto Rico)