En junio, una delegación de obispos de Estados Unidos llegó a la frontera con México para pedir la reunificación inmediata de los niños inmigrantes separados de sus padres. Su posición ha sido respaldada por el Papa Francisco, quien ha expresado la misma preocupación.
Hace un par de años, Imelda y su hijo de cuatro años, Gerson (nombres ficticios para proteger su identidad) cruzaron México para llegar a Estados Unidos y entregarse a las autoridades migratorias. Me pregunté: ¿por qué arriesgó esta madre no sólo su vida, sino también la de su pequeño hijo?
Imelda y sus dos hijos (tiene una hija mayor que Gerson) vivían en un país centroamericano, donde Imelda fue testigo de un crimen cometido por pandilleros. Para evitar que los denuncie, ellos la acosaron constantemente. La policía, dice ella, no quiso intervenir. La situación llegó a un punto insoportable cuando los pandilleros también empezaron a acosar a su hija. “Tuvimos que huir”, dice Imelda. Llevó a su hija con un familiar de edad avanzada que vive en otra parte del país, y, como Gerson requería mayor cuidado, lo llevó con ella cuando huyó del país.
La pobreza, la injusticia y la violencia generan tal situación que algunas familias no sienten que tienen otra opción para sobrevivir que buscar auxilio en el extranjero.
Si Imelda y Gerson hubieran hecho el mismo viaje durante la semana de “tolerancia cero”, de esta administración, ¿hubieran permanecido juntos? Lo más probable es que Gerson hubiera sido separado de su madre.
Los traumas de la migración en la niñez y adolescencia pueden tener consecuencias nocivas de por vida. El día que hablé con Imelda, Gerson se sentó en una silla. No quería jugar ni hablar. Era evidente que lo que vivió en el viaje le había afectado. Eso, a pesar que no lo separaron de su madre y le dieron buen trato a ambos en el albergue donde estaban.
Hoy hay cientos de casos de familias que fueron separadas en la frontera. Los niños que han vivido esta experiencia deben estar traumados. Separar a papás e hijos es una muestra de la deshumanización que enfrentan los más desprotegidos.
En tiempos bíblicos, el pueblo de Israel también sufrió por las deportaciones a Babilonia. El profeta Isaías describe una visión del Reino de Dios de este modo: “…voy a crear un cielo nuevo y una nueva tierra”. En ese cielo y tierra nueva, la gente no tendrá que migrar. El profeta continúa: “Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos… y mis elegidos disfrutarán de la obra de sus manos. Ellos no se fatigarán en vano ni tendrán hijos para un fin desastroso, porque serán la estirpe de los bendecidos por el Señor, ellos y sus vástagos junto con ellos” (Isaías 65, 21 y 23).
El acto de apartar a los hijos de sus padres parece condenarlos a la desgracia. En el Reino de Dios, los padres de familia no pierden a sus hijos. Ningún niño merece ser destinado a la destrucción, ni en su propio país, ni en país ajeno.
Aunque ruego para que cuando se publique este artículo, todos los niños detenidos en la frontera estén con sus padres, sé que tristemente, algunos padres ya han sido deportados a sus países. Otros no han podido comunicarse con sus hijos por falta de infraestructura adecuada. Recemos por las familias que se encuentren en estas situaciones tan dolorosas. También dice el Señor: “Antes que llamen, yo les responderé; estarán hablando, y ya los habré escuchado” (Isaías 65, 24).
Foto Principal: Inmigrantes de Centroamérica van en caravana camino a la frontera de México y Estados Unidos en Tijuana, donde pidieron asilo. (CNS/México)