Taiwán: Esperanza para Trabajadores Migrantes

Tiempo de lectura: 6 minutos
Por: Maria-Pia Negro Chin
Fecha de Publicación: Nov 1, 2018

Ministerio de Maryknoll ayuda a trabajadores filipinos inmigrantes en Taiwán

Al igual que miles de trabajadores migrantes en Taiwán, Thelma Daracan, de 28 años, dejó un trabajo de baja remuneración en su país natal de las Filipinas para trabajar como cuidadora de ancianos en el extranjero y mantener a su familia.

Cuando la anciana que estaba cuidando falleció, el agente de Thelma la llevó a trabajar en una casa cuidando niños, cocinando y limpiando. Al igual que la mayoría de los cuidadores en Taiwán, ella vivía en la casa de su empleador. Su nuevo empleador le gritaba e insultaba por pequeños errores, dice ella. Las largas horas de trabajo, la falta de sueño y el estrés debido al abuso verbal recurrente hicieron que se enfermara y fuera al hospital. Cuando le pidió a su agente—un intermediario entre las compañías y los trabajadores—que la transfiera a otro empleador, él la llevó al dormitorio de la agencia, donde se le cobró alojamiento y no se le dejaba salir del edificio.

“Mi agente se quedó con todo mi dinero”, dice Thelma, cuya hija y familia dependen de ella financieramente. “Mi madre necesitaba ir al hospital y no puedo apoyarla”. Llorando, Thelma dice que llamó a una amiga. “Ella llamó al gobierno aquí en Taiwán para rescatarme y me trajeron al refugio del Padre Joy”, dice.

Para cientos de migrantes como Thelma, el refugio llamado Ugnayan es un refugio seguro en una tierra a veces hostil.

“Nuestro refugio está abierto las 24 horas y las personas pueden comunicarse en cualquier momento”, dice el Padre Maryknoll Joyalito “Joy” Tajonera, que dirige el refugio. “Mientras necesiten un lugar para vivir, mientras buscan trabajo, mientras están haciendo un seguimiento de sus casos (legales) o mientras están enfermos, pueden quedarse en Ugnayan”.

El Padre Maryknoll Joyalito Tajonera celebra varias misas dominicales, incluyendo misas en la parroquia Inmaculada Concepción.

Durante la semana, el padre  Tajonera, izquierda, visita a migrantes filipinos en las calles para ofrecer su apoyo.

Ministerio Ugnayan: Padre Joyalito aconseja a trabajadora migrante

El padre Tajonera ofrece a trabajadores migrantes filipinos apoyo por medio de consejos, capacitación y los sacramentos.

Para trabajadores inmigrantes filipinos en Taiwán, Ugnayan es una fuente de esperanza. El ministerio incluye un refugio, talleres y apoyo espiritual.

Los refugios Ugnayan en las ciudades de Taichung y Taipéi son parte de un ministerio para migrantes dirigido por voluntarios y el padre Tajonera, nacido en Filipinas, quien ha servido en misión en Taiwán durante 16 años.

Ugnayan, una palabra que significa “conectar” en el idioma filipino tagalog, tiene cuatro componentes principales: un refugio para trabajadores migrantes en dificultades, un centro de capacitación donde los trabajadores pueden obtener habilidades vocacionales, activismo para cambiar las leyes de Taiwán para asegurar el bienestar de los trabajadores. y el ministerio sacramental que ofrece misas y liturgias donde los inmigrantes filipinos pueden practicar su fe católica.

Los voluntarios que ayudan al padre Tajonera a dirigir el ministerio y liderar iniciativas para acompañar a los migrantes, son en su mayoría jóvenes migrantes, dice el misionero.

“Ugnayan es un lugar donde la gente puede pedir ayuda o consejo sobre sus necesidades”, agrega el padre Tajonera, quien como misionero sabe que Dios escucha el grito de los pobres y nos llama a responder con la justicia.

Según el Ministerio de Trabajo de Taiwán, el país tiene unos 670.000 trabajadores migrantes extranjeros, siendo los filipinos el tercer grupo más grande, detrás de indonesios y vietnamitas.

Debido en parte a la baja tasa de natalidad y al envejecimiento de la población, Taiwán depende de que los trabajadores migrantes sean cuidadores y trabajen en fábricas, muchas de las cuales ensamblan piezas electrónicas de alta tecnología. Típicamente, estos trabajos son poco remunerados y se consideran trabajo sucio, difícil o peligroso que los taiwaneses no quieren, dice el padre Tajonera.

Para venir a Taiwán, un trabajador filipino le paga a agentes intermediarios de $1.000 a $2.000, dice el misionero. Una vez en Taiwán, continúan pagando tarifas mensuales. Algunos agentes incluso se quedan con los pasaportes de los migrantes, lo que garantiza que los migrantes dependan de ellos.

El padre Tajonera llama al sistema “explotador” y dice que “los pies y las manos de los inmigrantes están atados a este sistema de agentes intermediarios”. Los trabajadores de fábricas ganan alrededor de $700 al mes, pero después de las tarifas del agente, el seguro y otras deducciones, sólo pueden enviar a sus familias $300 o $350 por mes. Los cuidadores, a quienes se les paga menos que a los trabajadores de las fábricas, no están protegidos por las leyes laborales taiwanesas que cubren otras industrias y como resultado no se les paga horas extras y, a pesar de que sus contratos digan lo contrario, a menudo no tienen un día libre.

Ugnayan también alberga a migrantes que han sido víctimas de la trata de personas. A menudo, los trabajadores son traídos a Taiwán con contratos de tres años para un tipo de trabajo, pero terminan haciendo trabajo agrícola o se ven obligados a trabajar en la industria del entretenimiento, donde mujeres jóvenes corren el riesgo de ser explotadas sexualmente.

Otras veces son llevados de un trabajo a otro y puestos a trabajar en múltiples hogares como niñeras, cocineros y empleados domésticos en violación de sus contratos. Si quieren dejar su trabajo o cambiar de agente, los trabajadores se enfrentan a la posibilidad de quedarse sin trabajo, endeudados, sin hogar y sin medios para ayudar a sus familias.

El ministerio apoya ese tipo de ambiente donde las personas tienen un lugar adonde ir… un hogar lejos de casa”

Tal es el caso de la migrante filipina María Marissa Portuguez, de 40 años y madre de cinco hijos, quien llegó a Taiwán para ayudar a su familia y a sus padres ancianos. Cuando los problemas de salud la obligaron a dejar su trabajo en Taipéi, se acordó del sacerdote que había conocido en una iglesia en Taichung en 2014. Otro inmigrante le dijo que en el refugio de Ugnayan, los inmigrantes tenían comida, techo y asesoramiento. “He estado aquí por dos semanas”, dice.

Mientras están en Ugnayan, los migrantes intentan superar sus pruebas, esta vez con un sistema de apoyo.

Thelma aún tiene deudas por los préstamos que tomó para procesar sus documentos para su primer trabajo en Taiwán. Su agente se negó a transferir sus documentos a un nuevo corredor para que pudiera conseguir otro trabajo a menos que le pagara $325. Sin embargo, ella dice que se siente más fuerte y más segura en Ugnayan.

Ugnayan también apoya a los trabajadores migrantes fuera del refugio a través de actividades en iglesias como Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, una antigua sala de cine transformada en una iglesia en el distrito de Tanzi. “El ministerio apoya ese tipo de ambiente donde las personas tienen un lugar adonde ir… un hogar lejos de casa”, dice el padre Tajonera.

Los domingos, el sacerdote de 58 años celebra tres Misas en tagalog en diferentes parroquias y pasa tiempo con inmigrantes que quizás no vengan a la iglesia. Además de nutrir su fe, el misionero les ayuda a conocer y defender sus derechos.

Ugnayan ha ayudado a muchos trabajadores migrantes desde sus modestos comienzos en 2004. Influenciado por la filosofía de Dorothy Day, el padre Tajonera y sus voluntarios creen que “si puedes alimentar a una persona hambrienta con un plato de sopa, marcaste toda una diferencia”.

Tanta diferencia hace que los migrantes que se mudan sigan contactándose con Ugnayan por mensajes de texto o redes sociales, solicitando orientación con respecto a su trabajo, espiritualidad y vida familiar. “Con que una persona sonría, porque él o ella pudo venir a Ugnayan y estabilizar su situación, para mí, eso marca la diferencia”, dice el misionero.

Dice Thelma: “Quiero decirles a aquellos en Taiwán que han estado en la misma situación que yo que sigan luchando y siempre tengan fe en Dios y oren siempre”.

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Sobre la autora/or

Maria-Pia Negro Chin

María-Pía Negro Chin nació y creció en Lima, Perú. Completó una maestría en periodismo con especialización en multimedia en la Universidad de Maryland y una licenciatura en comunicaciones en La Universidad de Loyola en Maryland. Como directora asociada, ella escribe, edita y traduce artículos para las revistas MISIONEROS y MARYKNOLL de los Padres y Hermanos Maryknoll. Su trabajo ha sido premiado por la Asociación de Prensa Católica de Estados Unidos y Canadá. Vive en Nueva York, Estados Unidos, con su esposo e hijo.

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