Peruanos en Japón sirven a su parroquia
“No podría hacer mi trabajo sin ellas. Son una extensión de lo que soy como misionero”, dice el Padre Maryknoll Roberto Rodríguez sobre la familia de Carmen Muray Ochante. Carmen fue una de las primeras feligreses que él conoció cuando fue asignado como párroco de la Parroquia del Niño Jesús en la Diócesis de Kyoto, Japón.
El padre Rodríguez también conoció a Wilfredo Ochante, esposo de Carmen, otro activo feligrés quien falleció en mayo 2015. “Todos estaban comprometidos con la obra evangelizadora”, dice el misionero. “Willy era el director del coro y el ministerio de música. Jugaba con los niños y les enseñaba a tocar la guitarra. Carmen era catequista, en español, para niños, y Rosa es una líder en general. Ellos contribuyeron con sus talentos a proclamar la palabra de Dios”.
Carmen es una nikkei peruana. Es decir, es descendiente de inmigrantes japoneses que se establecieron en Perú. Los primeros japoneses llegaron a Perú—el primer país latinoamericano en aceptar inmigrantes de Japón—a fines del siglo XIX. En la década de 1990, Japón, ahora una nación desarrollada, devolvió el favor. Cambió sus leyes de inmigración para recibir inmigrantes de linaje japonés. Muchos peruanos, como Carmen, aprovecharon la oportunidad.
Carmen dejó Perú en 1991, cuando el país tenía una economía en crisis y enfrentaba el terrorismo de guerrillas comunistas. Trabajó en fábricas e hizo trámites para que su esposo y luego sus tres hijos vayan a vivir con ella en Japón.
“Necesitaba a Dios y encontré la parroquia del Niño Jesús”, dice Carmen sobre sus dificultades como inmigrante. “Esta es mi segunda casa”. En la parroquia, ella usó su experiencia como catequista en su Lima natal. Enseñó catecismo en español a niños inmigrantes, pero ya no puede hacerlo, dice, porque hoy en día los hijos de inmigrantes hablan japonés. Pero, sigue siendo una líder parroquial, que se preocupa por el futuro de los niños.
“Nuestra parroquia necesita ser reparada. Estamos haciendo actividades y ahorrando un poco de dinero. Queremos una nueva iglesia, pero es demasiado costoso”, dice. Para ella, una nueva iglesia es necesaria para el futuro de los niños. “La mayoría de los niños en esta parroquia son migrantes de Perú, Brasil, Vietnam, Bolivia, Kenya, Filipinas. Aquí están aprendiendo que todos somos hermanos y hermanas sin colores, banderas, razas. Esa es nuestra preocupación, los niños”.
Rosa Ochante vivió en Lima con sus abuelos y dos hermanos, mientras sus padres trabajaban en Japón. Tenía 10 años cuando su mamá dejó Perú y 15 cuando ella y sus hermanos fueron a Japón para comenzar una nueva vida allí (lea artículo en p. 13).
“Ella es una líder parroquial, una profesional, es catequista, canta en el coro y es miembro de la junta directiva de la parroquia”, dice el padre Rodríguez de Rosa. “También es miembro de una ONG que recauda fondos para llevar materiales educativos a África y Perú. Rosa es una misionera”.
“Hago un poco de todo”, dice Rosa, sin pretensiones. Ayuda en el ministerio de música, en la catequesis, con traducciones para la comunidad japonesa y habla un poco de portugués con feligreses brasileños.
“Tener al padre Roberto es una bendición especial. Él habla nuestros idiomas: español y portugués. Siempre es importante escuchar la Palabra de Dios en su propio idioma”, dice Rosa. “Somos una iglesia multicultural. Venimos de diferentes países, pero formamos un solo cuerpo de Cristo”.