Personal y voluntarios de un centro para el empoderamiento de mujeres abusadas en Japón, comparten un paseo con las familias de las mujeres.
Dos hermanas Maryknoll empoderan y se sienten empoderadas al ayudar a mujeres víctimas de violencia doméstica en Japón
Cuando la policía fue a la casa de Darna, respondiendo a una llamada de emergencia, la inmigrante filipina estaba llena de moretones por una paliza que le dio su esposo japonés, dice la Hermana Maryknoll Margaret Lacson, contando la historia de la pequeña mujer parada a su lado en una pequeña oficina en Kawasaki, Japón.
“¿Adivina quién fue arrestado?”, pregunta la hermana Lacson.
Darna (no es su nombre verdadero) había sobrepasado su visa de la industria del entretenimiento que usó para migrar a Japón. Fue arrestada y detenida durante varios meses en los que no pudo ver a sus dos hijos—una bebé y un niño pequeño—quienes fueron enviados a un centro de custodia. El padre quedó libre y sin cargos.
Leny Tolentino y las Hermanas Maryknoll Abby Avelino y Margaret Lacson (desde izq.: 2da, 3ra y 7ma) junto a un voluntario y mujeres que asisten a Kalakasan.
Kalakasan ofrece diversos talleres para mujeres que fueron víctimas de violencia doméstica en Japón.
Darna llegó a Japón a fines de la década de 1980, cuando Japón comenzó a aceptar inmigrantes de Tailandia y Filipinas a través del llamado programa de visas de la industria del entretenimiento. Otras mujeres llegaron a Japón con una visa de turismo. Muchas fueron atraídas a trabajar en bares de bocadillos en Japón, pero terminaron trabajando como bailarinas exóticas y/o fueron forzadas a la prostitución. Según un informe publicado en caritas.org, había más de 80.000 trabajadoras de “entretenimiento” extranjeras en Japón en 2004. Según estadísticas del gobierno, había más de 250.000 filipinos en junio 2017, lo que los convierte en la tercera población extranjera más grande del país.
Eventualmente, Darna se casó con un hombre japonés. “Pero eso no resultó bien, porque ese tipo era Yakuza (de la mafia)”, dice la hermana Lacson, explicando que aunque las políticas de inmigración han cambiado, todavía hay algo de tráfico humano clandestino en Japón. “Traen personas y las hacen trabajar. Les quitan sus pasaportes y les dicen: ‘Nos debes. Pagamos tu pasaje de avión. Pagamos por esto, pagamos por eso. Y tienes que pagarnos tu pensión y alojamiento”.
Aunque el número de casos de violencia doméstica se ha reducido a lo largo de los años—Kalakasan hizo un exitoso cabildeo para que la ley japonesa de violencia doméstica incluyera protección para migrantes—, el centro continúa brindando asesoramiento a las mujeres que dejaron relaciones abusivas y comenzaron una nueva vida con sus hijos.
Además de ayudar a los extranjeros a legalizar su estatus migratorio, Kalakasan aborda problemas relacionados con el bienestar de sus hijos mientras están en Japón.
“Logramos ayudarla a no ser deportada”, dice la hermana Lacson, quien cofundó en 2002 el Centro de Empoderamiento de Mujeres Migrantes Kalakasan para ayudar a las mujeres migrantes víctimas de violencia doméstica. “Pero cuando volvió a estar con sus hijos, la bebé no la reconoció. Fue lo más doloroso que le sucedió”.
“Me sentí muy enojada, sin esperanzas”, recuerda Darna. Sus hijos son adolescentes ahora. Divorciada hace 16 años, Darna no sabe dónde está el padre de sus hijos. “No les doy a mi hijo e hija una vida perfecta, pero lo intento”, dice, y agrega que tal vez algún día les cuente a sus hijos su historia de abuso doméstico. Mientras tanto, ella continúa asistiendo al centro Kalakasan, como receptora de servicios y como voluntaria.
La hermana Avelino al frente de la pequeña sede del Centro de Empoderamiento de Mujeres Migrantes Kalakasan en Japón. (Peter Saunders/ Japón)
Dos mujeres inmigrantes en Japón, quienes fueron víctimas de violencia doméstica, asisten al centro Kalakasan donde reciben servicios y un sentido de comunidad. (Peter Saunders/ Japón)
“El proceso de curación de la violencia no ocurre en un instante. Nuestros esfuerzos han sido apoyar a la madre a medida que los niños crecen y apoyar a los niños biculturales”, dice la hermana Lacson. “A veces son intimidados en la escuela porque no son japoneses. Se les dice que son mitad [japoneses], y entonces les decimos: ‘No, no eres mitad, eres doble. Tienes dos culturas”.
Esta cálida tarde en Kalakasan, Darna ayuda a empacar arroz de una donación dada por un agricultor local al programa de distribución de alimentos del centro. Dos veces al mes, Kalakasan recibe bienes donados por comerciantes locales y los entrega a unos 30 hogares de madres solteras.
Hoy hay unas 12 personas en el pequeño centro. Mientras que algunas de las madres solteras y beneficiarias del servicio están ayudando a embolsar el arroz y se preparan para servir un delicioso manjar a los periodistas que están de visita, un voluntario chino está respondiendo a las llamadas de la línea de ayuda nacional, que proporciona información y referencias en diferentes idiomas a migrantes en Japón.
Mujeres inmigrantes en Japón asisten al centro Kalakasan donde reciben servicios y un sentido de comunidad. (Peter Saunders/ Japón)
La Hermana Maryknoll Abby Avelino, quien también ministra en Kalakasan y está ayudando a empacar el arroz, se toma el tiempo para jugar con el hijo de una de las madres y entabla una conversación amistosa con las mujeres. La dinámica en el centro lo hace sentir como si fuera una enorme cocina de una casa familiar extendida.
La hermana Avelino explica que Kalakasan, que significa fortaleza en el idioma filipino, ofrece a las mujeres migrantes intervención en crisis; seguimiento de caso a través de visitas domiciliarias, grupos de autoayuda, talleres y reuniones; promoción para promover los cambios necesarios en el sistema legal; y un programa infantil para niños biculturales a través de lecciones y actividades multiculturales.
“Estamos tratando de empoderarnos mutuamente para dar esperanza, fortaleza y dignidad a todos, especialmente a las mujeres y niños más vulnerables que son víctimas de abuso y trata”, dice la hermana Avelino.
Participantes del Centro de Empoderamiento de Mujeres Migrantes Kalakasan en Kawasaki, Japón, asisten a una Misa. (Cortesía de Kalakasan Center)
Aunque nació en Filipinas, la hermana Avelino estaba en el sexto año de su carrera como ingeniera en Los Ángeles, California, cuando se dio cuenta de que quería vivir una vida de servicio. Se unió a los Afiliados Maryknoll durante dos años y luego se sintió inspirada para unirse a las Hermanas Maryknoll en 2006. Fue asignada a la misión en Japón en 2009.
La hermana Lacson, también de Filipinas, admiraba el trabajo y la vida religiosa de las Hermanas Maryknoll que servían en misión en su país natal y se unió a la congregación en 1990. Fue asignada a la misión en Japón en 1993, donde durante varios años sirvió en un refugio para japonesas víctimas de violencia doméstica.
Cuando Kalakasan comenzó, dice la hermana Lacson, la organización no gubernamental recibió mucho apoyo, pero ahora está luchando por recibir fondos. “Solíamos alquilar una oficina, [pero hace tres años] solicitamos mudarnos a la iglesia católica Kashimada para no tener que pagar tanto alquiler. Una vez al año organizamos una rifa. Esa es, principalmente, la mayor actividad de recaudación de fondos que tenemos”.
Kalakasan además ofrece un programa infantil para niños biculturales a través de lecciones y actividades multiculturales. (Cortesía de Kalakasan Center)
Después de años de servicio en Kalakasan, la hermana Lacson ha visto un cambio dramático en las mujeres después de salir de una relación abusiva.
“Cuando las mujeres llegan por primera vez, puedes ver que sus rostros están pálidos y caídos. Después de dos semanas están así (señalando a una mujer sonriente)”, dice la hermana Lacson, y agrega que algunas mujeres pueden necesitar años para recuperarse. “Es agradable verlas aliviadas. Antes, les dijeron: ‘Eres inútil. No eres nada’, y ahora ven que pueden trabajar, administrar su dinero y criar a sus hijos solas”.
Donna Nishimoto, una víctima de violencia doméstica en recuperación es un ejemplo. Después de recibir ayuda de Kalakasan en 2013, se convirtió en voluntaria, miembro del personal y ahora es la codirectora. Como madre soltera, emigró a Japón desde Filipinas con una visa de turista y se quedó por más tiempo para seguir trabajando en la industria del entretenimiento y enviar dinero a sus dos hijos.
“A pesar que descubrí que era la quinta esposa de mi primer marido japonés, me casé con él porque experimenté su amabilidad cuando vivimos juntos antes del matrimonio”, dice Nishimoto, su testimonio fue publicado en 2011 en el libro Transformando Japón: cómo el feminismo y la diversidad están marcando la diferencia. “[Después] comenzó a controlarme. Era como una prisionera que tenía que obedecerlo. Él elegía el color de mis vestidos y joyas y no podía salir a ningún lado sin él”.
Ahora Nishimoto visita a otras mujeres sobrevivientes de violencia doméstica para ayudarlas a encontrar su fuerza.
Leny Tolentino, una de las cofundadoras del centro de Kalakasan y una misionera laica filipina que sirve en Japón desde 1988, dice que una de las mayores necesidades del centro es no solo ayudar a las víctimas de violencia doméstica sino también empoderarlas.
“Cuando comenzamos Kalakasan, había muchos niños, ahora están en la escuela secundaria o van a la universidad”, dice Tolentino. Si las mujeres maltratadas son empoderadas, se convierten en participantes activas en la comunidad y esto contribuye a una sociedad positiva en Japón, dice ella. “Decimos que las estamos empoderando”, dice ella, “pero en realidad yo también estoy siendo empoderada por ellas”.