Defensa legal de una misionera laica, y las oraciones y el apoyo de muchos, cambió la vida de Elizabeth para siempre
Elizabeth dijo: “¡Puedo conseguir un trabajo! Puedo recibir un cheque de pago. Puedo tener una identificación y no estar preocupada todo el tiempo”.
Elizabeth fue traída a los Estados Unidos a la edad de 3 por su madre y su padrastro; ella nunca ha regresado a México desde entonces. Pasó su vida de manera agazapada, nunca pudo conseguir un trabajo “legítimo” porque no tenía identificación ni número de seguro social.
Su historia no es tan diferente a la de tantas personas que llegaron a los Estados Unidos cuando eran niños y nunca se beneficiaron de un estatus legal. Ahora tiene 32 años. Elizabeth estuvo en una relación seria durante siete años con el hombre con el que se casó y pensó que sería su pareja para siempre. Pero al final, él fue abusivo, violento y no contribuyó en nada a mantener a la familia. Finalmente Elizabeth se liberó de esa relación para vivir a salvo con sus hijos.
En mayo de 2019 fue detenida después de que una discusión con un exnovio terminara en una pelea física. La pelea desencadenó su propio trauma. Cuando llamaron a la policía, ella no presentó cargos, lo que no es raro en las sobrevivientes de violencia doméstica, pero él lo hizo. Esto hizo que apareciera en el radar de inmigración y la colocaron en un proceso de expulsión (deportación), que comenzó nuestro viaje de 16 meses juntas.
Muchos factores se interpusieron en el camino para que ella pudiera ganar este caso: delitos menores en su historial, así como algunos mecanismos de supervivencia poco saludables desarrollados a partir del trauma y el abuso en su vida como niña y como adulta. Pero Elizabeth fue su mejor defensora: habló por sí misma en el tribunal y escribió en detalle su historia para incluirla en su solicitud al juez. (Lo edité para reducirlo a 16 páginas porque pensé que el juez podría dejar de leerlo.)
Alguien me preguntó por qué Elizabeth nunca obtuvo un estatus legal en los 28 años que lleva aquí. Por supuesto que quiso, pero ajustar el estatus es caro, complicado y requiere muchos documentos y pruebas. Por ejemplo, necesitaba una prueba clara de que se ha vivido aquí, lo cual es difícil de conseguir cuando no se puede firmar un contrato de arrendamiento. No tenía dinero y estaba ocupada manteniendo sola a su esposo e hijos.
Para ganar su caso, para que el juez cancelara su deportación de los Estados Unidos, teníamos que demostrar que: ella ha mantenido su presencia en los EE.UU.; sufrió agresión y crueldad extrema por parte de su esposo que es ciudadano estadounidense; tiene buen carácter moral; que no es inadmisible (es decir, no está sujeta a ciertos factores que no le permitirían ser admitida en los EE.UU.); y que mudarse a México causaría dificultades extremas para ella y sus hijos si es que ella fuera deportada.
Creí en Elizabeth y en su derecho a cancelar su deportación y quedarse aquí con toda su familia (ella es la hija mayor; sus hermanos menores son todos ciudadanos estadounidenses, al igual que sus propios hijos).
Nuestras probabilidades eran muy, muy malas. Pero nunca dejé de creer que ella tenía derecho a exponer su caso y derecho a quedarse. Solo sabía que no era muy probable que el juez lo viera de esa manera.
Las Americas Immigrant Advocacy Center, donde trabajo en El Paso, Texas, es una increíble organización sin fines de lucro basada en la comunidad. Para cuando Elizabeth y yo fuimos a su audiencia final, habíamos contado probablemente a 20 personas que habían ayudado con su caso: psicólogos, abogados, trabajadores sociales, asistentes legales e internos, voluntarios, sus médicos que enviaron cartas de apoyo, un socio de recuperación, y más. También llamé a un grupo de personas para que ella, el juez y su abogado (yo) rezáramos ese día.
El lunes pasado, entramos en la corte armados con su verdad y levantados emocionalmente por tanta gente.
Trabajamos muy, muy duro, y Elizabeth fue sincera y genuina cada vez que estuvo frente al juez. Esto fue importante porque la encontró creíble y, a pesar de los cargos criminales que podrían haberla hundido, la encontró como una persona de buen carácter moral.
Aunque las probabilidades estaban en nuestra contra, Elizabeth seguía diciéndome: “Tengo un buen presentimiento. Si es cierto que la fe del tamaño de una semilla de mostaza puede mover montañas, bueno, mi fe es mucho más grande que eso”.
Tres días después de ganar el caso migratorio, Elizabeth finalmente se fue a casa para siempre. Recibí un mensaje de texto y una foto cuando llegó que decía: “Gracias por todo. Finalmente en casa con la familia. Dios los bendiga y nos vemos pronto”. ¿Qué más podría querer un abogado?
Esta reflexión fue publicada originalmente en inglés por Maryknoll Lay Missioners.
Lea más:
Para mayor información sobre el trabajo de esta misionera laica, vaya a “Inmigrantes Detenidos Enfrentan Riesgo de COVID-19” y “Encarcelamiento Femenino: Necesitan Ayuda, No Prisión”.
Foto destacada: De izquierda a derecha, Heidi Cerneka, Elizabeth y Connie Lara – afuera del Centro de Defensa de Inmigrantes de Las Américas en El Paso, Texas. (Foto cortesía de MKLM)