Honrando a George Floyd entre la Calle 38 y la Avenida Chicago

Tiempo de lectura: 6 minutos
Por: Greg Darr
Fecha de Publicación: Sep 1, 2020

Memorial a George Floyd llama a todos, incluida una niña, a recordar y rezar por todas las víctimas de la brutalidad policial. (Fotos por Greg Darr/Minnesota)

En el sitio de la muerte del afroamericano George Floyd, un hombre blanco de un suburbio de Minneapolis decide combatir el racismo

A fines de abril de 1992, cuando volvía a casa, ya de noche, en un vecindario del oeste de Filadelfia, un pequeño grupo de jóvenes con bates y tablas me atacó. Horas antes, un jurado, en gran parte blanco, había absuelto a los oficiales de policía de Los Ángeles de la brutal golpiza, capturada en video, de Rodney King, un hombre afroamericano detenido después de una persecución en automóvil a alta velocidad. Los Ángeles estalló en disturbios e incendios provocados. Hubieron disturbios en todo el país, Filadelfia se encogió de miedo. Incluso los hombres sin hogar con los que trabajé como voluntario de Mercy Volunteer Corp fueron inusualmente sometidos.

Cuando caminaba las últimas cuadras para llegar a casa esa noche, el grupo de jóvenes me vio. Se rieron y se empujaron mientras cruzaban la calle para atraparme. No tuve tiempo para pensar o incluso para sentir miedo antes de que uno de ellos me golpeara en la cabeza y los hombros con una tabla. Cuando caí al pavimento, él se inclinó y explicó: “Esta noche, nosotros somos blancos y a ti te toca ser negro”. Y, con eso, todo terminó. Se echó hacia atrás y, junto con sus amigos, se echó a reír dejándome tirado solo en la acera.

De pronto, mientras estaba tirado y en estado de shock, sentí que un brazo se enganchaba debajo del mío. Era uno de los jóvenes. No dijo nada. Ni siquiera me miró. Él simplemente me levantó y, cuando estaba estable, me soltó y se alejó en silencio para reunirse con sus amigos.

Después de llegar a casa, me recosté bajo la seguridad de mi puerta cerrada y comencé a reír y a sollozar en las mismas respiraciones interrumpidas, riéndome del alivio porque volví intacto y en gran medida ileso, y sollozando por razones que todavía no entiendo hasta el día de hoy.

Honrando a George Floyd:

Memorial informal que cubre una parada de autobús al lado de la tienda en la que George Floyd había estado antes de su muerte. La mujer que tomó el video del Sr. Floyd siendo asfixiado por la policía estaba parada en esta parada de autobús. (Greg Darr/Minnesota)  

“No todo lo que enfrentamos se puede cambiar. Pero nada se puede cambiar hasta que lo enfrentemos.” Cita del activista y escritor James Arthur Baldwin se ve entre las señales cerca al memorial de George Floyd.

Recordé esto en la esquina de la Calle 38 y la Avenida Chicago, unos días después de que George Floyd, un afroamericano, fuera asesinado tortuosamente allí por agentes de policía de Minneapolis. Mi familia y yo habíamos venido a depositar flores en un memorial improvisado, pero en rápido crecimiento, para él y otras víctimas de la brutalidad policial.

A pocas cuadras al norte, un vecindario comercial que conozco bien yacía en ruinas humeantes. Más tarde esa noche, regresaron los disturbios y los incendios.

Sin embargo, en 38 y Chicago, mi familia y yo experimentamos una sorprendente sensación de paz. Personas de todos los colores y estilos de vida, muchos de ellos juntos en familia, vinieron a compartir su dolor, sus historias, sus miedos y sus esperanzas.

En una ciudad asustada y sitiada, esta intersección surgió como un lugar singular de refugio personal y espiritual.

No pasó mucho tiempo antes de que mi esposa y mis dos hijas de secundaria fueran reclutadas por extraños para ayudar a pintar pancartas, con mensajes que alertaban a los manifestantes o la policía que llegaban de lo que nosotros y muchos otros ya percibíamos: que este era un espacio sagrado.

Mientras tanto, los organizadores abrieron cajas para distribuir mascarillas entre los que necesitaban protección ante el COVID-19. La gente hizo todo lo posible para mantener el distanciamiento social pero, con el tamaño de la multitud, fue casi imposible.

En el suburbio de Edina en Minneapolis, tres estudiantes de Edina High School protestan por el asesinato de George Floyd y otras víctimas del racismo y la brutalidad policial.  (Gregory Darr/Minnesota)

En el suburbio de Edina en Minneapolis, tres estudiantes de Edina High School protestan por el asesinato de George Floyd y otras víctimas del racismo y la brutalidad policial. (Gregory Darr/Minnesota)

Mientras escuchaba a persona tras persona relatar experiencias de brutalidad policial y racismo, las voces de protesta y las oraciones se entremezclaron hasta un punto en que ya no eran distintas. “¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor? ¿Eternamente? … ¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada y habrá pesar en mi corazón, día tras día? (Salmo 13) Los salmistas y los profetas serían como los “homies” en esta multitud: su inspiración, si no sus palabras, transmitida ahora en la cadencia del hip-hop.

Para mí, un hombre blanco parado allí, no fue difícil reconocer que no hay sistemáticamente mucho en mi contra. Incluso como misionero Maryknoll en África Oriental, viví y trabajé en una burbuja de privilegio racial que me fue conferida al nacer. No puedo cambiar el color de mi piel. Pero puedo ampliar mi conciencia y hacer mi parte, en solidaridad con los demás, para aliviar las cargas injustas que las personas de color llevan en mi nombre. No será fácil, ciertamente para mí. Se necesitará paciencia, perseverancia y, sobre todo, misericordia.Mientras observaba los ramos, los letreros y las condolencias escritas que se acumulaban en memoria de George Floyd, sentí que la misericordia conmovía mi corazón.

Fue entonces cuando recordé aquella noche de Filadelfia hace mucho tiempo y recordé, con gratitud, a los jóvenes que me tendieron una emboscada y luego me ayudaron a ponerme de pie nuevamente. Di gracias por las lecciones que me enseñaron. En un momento de violencia y luego de compasión, se burlaron de mi inocencia privilegiada hasta el punto de poder verla. Me sacaron de mi letargo e indiferencia en cuestiones de raza. Y me ayudaron a comprender cómo el racismo atrofia la salud emocional, mental, física y espiritual de todos los afectados, incluidos aquellos que tienen el privilegio de creer que no es su problema. Sobre todo, considerando la violencia y la pobreza que estos jóvenes enfrentan diariamente, experimenté un extraordinario grado de misericordia proveniente de ellos.

Caminé a casa más sabio por algunos moretones y con mi billetera todavía en el bolsillo. Estos jóvenes, por otro lado, se fueron por un camino mucho más difícil. Me pregunté a dónde los habría llevado. O, para alguien como George Floyd, cuán lejos.

La esposa de Darr, Charito (izq.) y su hija Louisa sostienen pancartas que dicen “lugar sagrado” para desviar el tráfico del área donde George Floyd fue asesinado el 25 de mayo en Minnesota. (Gregory Darr/Minnesota)

Mientras me hacía estas preguntas, vi a un joven caminar solemnemente hacia un mural pintado en memoria de George Floyd y otras víctimas de la violencia policial. Se arrodilló, hizo la Señal de la Cruz y rezó por unos momentos. Hizo la Señal de la Cruz cuando se levantó y se alejó en silencio. Cerca, una niña aparentemente tomó nota de la oración del joven. Se apartó de sus cuidadores, regresó al mural por donde la había visto distraída antes y se arrodilló sola en su propia forma sagrada de quietud.

Abraham Joshua Heschel, el erudito judío que, en 1965, participó en la marcha de Selma con el Dr. Martin Luther King, Jr., observó: “La oración no tiene sentido a menos que sea subversiva, a menos que busque derrocar y arruinar las pirámides de la insensibilidad , odio, oportunismo, falsedades”.

La oración nos pone de rodillas. Pero, en cuestiones de racismo, justicia y paz, también engancha su brazo debajo del nuestro, nos levanta y nos pone a caminar juntos en ese camino difícil e incierto. Salí de la esquina de la 38 y Chicago y, en memoria de George Floyd y muchos otros, decidí continuar, con mis hermanos y hermanas de color, camino a la Tierra Prometida.

Honrando a George Floyd: A photo of the young girl taken moments later at the George Floyd mural painted around the corner from the bus stop but also on the store front.

Sobre la autora/or

Greg Darr

Greg Darr, ministro de vocaciones de los Padres y Hermanos Maryknoll radica en Minneapolis, Minnesota.​

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