Un día, mientras visitaba a personas en el campamento de la ONU para desplazados, mis pies se atascaron en el barro. Mientras trataba de avanzar con las botas puestas, una pierna se atascó y se me salió la bota. Traté de mantener el equilibrio sobre una pierna mientras intentaba meter la otra pierna en la bota. Cuando los niños me vieron, todos nos echamos a reír. Finalmente, tres jóvenes vinieron a rescatarme. Dos tomaron mis brazos mientras otro niño me ponía la bota en la pierna. En ese momento, me di cuenta de cuánto nos necesitamos los unos a los otros para recorrer los difíciles y embarrados caminos de la vida.
Decían cosas como “Es nuestra madre” o “La tierra nos da vida”. Cada descripción que dieron sobre el suelo fue relacional. Entendían nuestra conexión con la tierra.
De 1997 a 2003, trabajé en la campaña de erradicación de polio en Toposa en lo que hoy es Sudán del Sur. Capacitamos a trabajadores de la salud para llevar las vacunas hasta la meseta de Kauto, cerca a nuestra parroquia del Buen Pastor en Nanyangacor. Un día, envié a dos fornidos jóvenes Toposa con 1,000 dosis de vacunas en cajas refrigeradas. Debían colocar tres gotas de la vacuna en la boca de cada niño y llevar un registro. Por supuesto, siempre hay desperdicio cuando el gotero falla o el niño escupe las gotas y tienen que volver a recibirlas. El objetivo era distribuir un 80%, esperando un desperdicio del 20% según los protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los jóvenes regresaron un par de días después y reportaron una distribución de ¡1,100 dosis! Nunca estuve segura de lo que pasó en Toposa, pero de alguna manera, esos dos jóvenes hicieron lo que había que hacer. El 26 de agosto de 2020, la OMS declaró que la polio había sido erradicada del continente africano.