Todos Somos el Cuerpo de Cristo

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Por: Joseph Veneroso, M.M.
Fecha de Publicación: Jun 1, 2021

En diciembre de 2019, un cliente del mercado de mariscos de Huanan en Wuhan, China, estornudó mientras compraba pescado. Dieciséis meses después, 117 millones de personas habían contraído COVID-19 en todo el mundo, de las cuales murieron 2,6 millones, medio millón de ellos solo en EE.UU. Esta manifestación de nuestra interconexión global, que todavía nos está afectando, es una aplicación moderna de la clásica meditación de John Donne, de 1624, Ningún hombre es una isla“.

“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti“.

No sorprende saber que Donne era un clérigo de la Iglesia de Inglaterra, debido a que su espiritualidad refleja claramente la de San Pablo, quien articuló su analogía del cuerpo en 1 Corintios 12:12: “Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo“.

Esta percepción fue el resultado de la conversión de Pablo en el camino a Damasco, mientras perseguía a los cristianos. Él escuchó una voz que le preguntó: “¿Por qué me persigues?“ Pablo preguntó la identidad del orador y escuchó: “Soy Jesús a quien estás persiguiendo“. Esto fue años después que Jesús murió, resucitó y ascendió. Lo que Cristo reveló es que todo lo que nos hacemos unos a otros, se lo hacemos a él. Pablo expandió esta identidad colectiva de los creyentes en sus epístolas, uniendo a judíos con gentiles, hombres con mujeres, personas libres y esclavos.

San Mateo habló de esto en su relato del Juicio Final: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo“ (Mateo 25:40). Nosotros en el Occidente cristiano comprendemos nuestra unidad en Cristo arraigada en nuestra cultura y filosofía por miles de años.

San Francisco de Asís se reunió con el sultán al-Kamil y, después de dialogar, cada uno reconoció al otro como hermano en la fe, hijos del mismo Dios. Seguro esto fue un presagio del histórico encuentro del homónimo del santo, el Papa Francisco, con el Gran Ayatola Sistani en Irak el pasado mes de marzo.

A pesar de los heroicos actos de unidad entre pueblos de diferentes nacionalidades, razas y religiones en los últimos años, la resistencia violenta a dicha solidaridad, especialmente por parte de personas que dicen ser cristianas, es impactante y alarmante. A pesar de que China luchó por contener el virus COVID-19, muchos supuestos cristianos respondieron con actos de agresión anti-asiática. La oposición estridente al uso de mascarillas, el distanciamiento social y los encierros puso en riesgo a los más vulnerables de nuestra sociedad y violó los principios más básicos de nuestra fe: somos los guardianes de nuestros hermanos y hermanas.

En su tercera encíclica, Fratelli Tutti, el Papa Francisco culpa las deplorables respuestas a la pandemia  a un fracaso en la cooperación global debido a la ruptura o la ausencia de la fraternidad humana. “Si tan solo pudiéramos redescubrir de una vez por todas que nos necesitamos unos a otros, y que de esta manera nuestra familia humana pueda experimentar un renacimiento, con todos sus rostros, todas sus manos y todas sus voces, más allá de los muros que hemos construido“.

COVID-19 está exponiendo una triste verdad: demasiadas personas mueren por el aislamiento que les agota el alma, así como por la enfermedad. Pero también revela el lado más noble de la humanidad: las personas que arriesgan sus vidas por los demás. Un incidente que ocurre al azar a medio mundo de distancia puede afectarnos a todos, pero también pueden hacerlo los actos de caridad y sacrificio. Como cristianos, no podemos existir en el vacío, separados de los demás, sino que debemos buscar formas nuevas y creativas de expresar nuestra conexión entre nosotros. Somos el Cuerpo de Cristo aquí y ahora.

Imagen destacada: La Dra. Anne Berry, quien sirvió como misionera laica Maryknoll en África Oriental, habla con una mujer en la sala de maternidad del Hospital Bukumbi enTanzania. (Jerry Fleury/Tanzania).

Sobre la autora/or

Joseph Veneroso, M.M.

Joseph R. Veneroso, M.M., es el ex editor de la revista Maryknoll. Él sirvió como misionero en Corea y ahora vive en el Centro de Maryknoll en Ossining, Nueva York, y también atiende las necesidades pastorales de una comunidad coreana en una parroquia católica en New York City. Es autor de dos libros de poesía, Honoring the Void y God in Unexpected Places, una colección de columnas de la revista Maryknoll titulada Good New for Today y Mirrors of Grace: The Spirit and Spiritualities of the Maryknoll Fathers and Brothers.

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