Qué imagen te viene a la mente cuando escuchas la palabra “misionero” (o “missionary” en inglés)? ¿Un golpe en la puerta y dos extraños bien vestidos preguntando si has sido salvado? ¿Folletos bíblicos en las esquinas, llamándote a aceptar a Jesús como tu salvador personal?
Justo o no, la palabra “misionero” también está históricamente plagada de imágenes dramáticas: fanáticos cristianos rompiendo ídolos, derribando altares paganos e imponiendo el bautismo a los conquistados. Los misioneros a menudo precedieron o acompañaron a los colonizadores extranjeros. Desde la época de Constantino, los misioneros estaban tan identificados con sus patrocinadores imperiales como con el Reino de Dios.
Francia, España y Portugal enviaron misioneros a territorios recién descubiertos para cultivar aliados y conversos. Los primeros mártires de América del Norte, San Isaac Jogues, San René Goupil y San Juan de la Lande, fueron jesuitas franceses. Francia se alió con los hurones, enemigos jurados de los mohawks, que se aliaron con los ingleses (rivales de los franceses). Así, las animosidades de Europa se tradujeron fácilmente en las rivalidades intertribales del Nuevo Mundo. Los mohawks martirizaron a los misioneros jesuitas tanto por ser franceses como por ser católicos.
Los misioneros han sido criticados con razón por maltratar a los nativos americanos, o al menos, ayudar a los colonizadores. Pero ¿y el Siervo de Dios Bartolomé de las Casas? Un terrateniente convertido en misionero dominicano en Centroamérica, De las Casas pasó 50 años de su vida defendiendo la dignidad de los pueblos indígenas, mientras los teólogos europeos debatían si los nativos tenían alma o no. Y muchos misioneros jesuitas murieron en Paraguay defendiendo a la población guaraní de los traficantes de esclavos españoles.
Nuestro cofundador, el Obispo James A. Walsh, se refirió intencionalmente a sus hijos espirituales como “missioners” (un derivado de la palabra misionero en inglés) para distinguirlos de los “missionaries”. La distinción en el idioma inglés es más que semántica. Décadas antes de que se acuñara la palabra “inculturación”, los misioneros Maryknoll fueron capacitados para respetar las tradiciones y religiones de las personas a las que servían.
Presagiando el documento Nostra Aetate del Vaticano II, los Maryknollers “no rechazan nada que sea bueno y santo en estas religiones”. Las iglesias construidas por Maryknoll en China y Corea, por ejemplo, reflejan un inconfundible estilo oriental, al igual que la emblemática sede de Maryknoll en Ossining, Nueva York.
Los misioneros Maryknoll siguen el “plan de trabajo” de Santa Teresa de Calcuta: “Les doy a las personas una experiencia de Dios; y después de eso, depende de ellas cómo eligen adorar”. Este espíritu se ve en el ministerio del Padre James Kroeger, quien promueve el entendimiento entre cristianos y musulmanes en Filipinas. De manera similar, en Bangladesh, el Padre Robert McCahill, el único cristiano, y católico, en kilómetros a la redonda, vive y trabaja entre musulmanes en lo que él describe como el “diálogo de la vida”. El Hermano John Beeching se ha sumergido en la espiritualidad budista de Tailandia y Myanmar, diciendo que esto profundiza su aprecio por el cristianismo. Misión, dice, significa “enamorarse del mundo porque te has enamorado de Dios”.
Quizás la mayor distinción entre un “missionary” y un “missioner” es la diferencia entre hacer proselitismo y evangelizar.
Proselitismo significa ver a los demás como objetos a convertir al catolicismo a través del bautismo, ya sea que encuentren o no la realidad de Cristo en sus vidas. Durante siglos, los misioneros (missionaries) fueron motivados por la urgencia de salvar almas. La conversión en este contexto significó un cambio de religión, pero no necesariamente un cambio de opinión.
La evangelización reconoce y respeta a los demás como compañeros y socios en el camino, que son invitados al Reino de Dios tal como lo definen e inauguran las enseñanzas, la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Significa caminar, trabajar, vivir y, a veces, morir con ellos cuando encuentran a Cristo en su cultura y en la Iglesia. El Papa Francisco se refirió al proselitismo como “una solemne tontería”. Por el contrario, está totalmente comprometido con la evangelización.
Los métodos de misión han cambiado a lo largo de los milenios, pero el mensaje sigue siendo el mismo: ¡el amor y la gracia de Dios son para todas las personas! Los misioneros (missioners) aún proclaman esta Buena Nueva.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll Robert McCahill visita a un niño enfermo y a su familia en el distrito de Narail en el suroeste de Bangladesh. El pequeño será referido a un tratamiento médico. (Sean Sprague/Bangladesh)
La Iglesia en Camino: un mensaje del Papa Francisco quien dice, “La vocación propia de la Iglesia es evangelizar, que no es proselitismo, no. La vocación es evangelizar, más aún, la identidad de la Iglesia es evangelizar”. Vídeo de la Red Mundial de Oración del Papa.