Por Monseñor Oswaldo Escobar Aguilar, Catholic News Service
CHALATENANGO, El Salvador (CNS) — Las beatificaciones de dos sacerdotes y dos laicos en El Salvador el 22 de enero muestran un ejemplo de nuestra iglesia salvadoreña como iglesia martirial.
El padre jesuita Rutilio Grande, el padre franciscano Cosme Spessotto, Nelson Rutilio Lemus, Manuel Solórzano, todos murieron por la misma causa: el Evangelio.
Hay mucho que decir sobre lo que significa y representa cada uno de ellos como misionero, como laicos comprometidos, y como profeta de la Iglesia Católica.
El más conocido de los cuatro, y probablemente del que más se habla, es del padre Rutilio.
San Juan de la Cruz nos dice que el amado se asemeja a la persona amada y yo creo que algo parecido sucede con los amigos. En una relación entre dos amigos íntimos, ambos terminan imitando los valores que admiran del otro.
San Romero, asesinado en 1980, murió por la justicia y por su compromiso social con los pobres. Su cercanía con el padre Rutilio, quien trabajaba arduamente por las mismas metas, ha sido estrechamente documentada. Muchos atribuyen el compromiso de san Romero al martirio del padre Rutilio en 1977, pero yo creo que eran discípulos el uno del otro.
Así como san Romero exigió justicia a nivel nacional, el padre Rutilio exigió justicia para los pobres del campo, gente que era menos visible en los ojos de los poderosos. Como muchos salvadoreños, el padre Rutilio sufrió heridas psicológicas fuertes. Algunos surgieron de su pasado como un hijo de la pobreza rural, así como los desafíos en su vida familiar. Pero pudo superar sus aflicciones. Con la gracia y la misericordia de Dios, mejoró y buscó una mejor forma de vida, no para sí mismo, sino para los campesinos, los trabajadores agrícolas, los niños obreros y todos los otros pobres de su amado rebaño rural.
Al defender lo que se les debía como hijos de Dios, una vida digna, salarios dignos, comida, educación, el derecho de reunirse para practicar su fe, encontró la muerte en rumbo a una novena el 12 de marzo de 1977. Acompañado por sus dos compañeros en el martirio, un adolescente y un sacristán de unos 70 años — dos laicos comprometidos– murió tras recibir más de una decena de disparos por parte de quienes creían que difundía un mensaje peligroso.
Este retrato oficial muestra a los cuatro salvadoreños beatificados en El Salvador el 22 de enero. Arriba de izquierda a derecha: el padre jesuita Rutilio Grande y el padre franciscano Cosme Spessotto. Abajo: Nelson Lemus y Manuel Solórzano. (Ilustración CNS/Oficina de Beatificación del Arzobispado de San Salvador)
El padre franciscano Cosme Spessotto podría haber vivido una vida mucho más feliz y cómoda en cualquier convento de Italia, su país natal. Pero vino a El Salvador en la década de 1950 para vivir en la pobreza, entre los nonualcos, un pueblo indígena cuyo pasado había incluido el exterminio de sus antepasados patrocinado por el estado en 1932. Trayendo algunas tradiciones de su país, pasó por los senderos de San Juan Nonualco, llevando el Evangelio por toda la región en una motocicleta Vespa y enseñando a los salvadoreños locales a cultivar uvas para la producción de vino — algo que aprendió de su padre.
Los salvadoreños que lo conocieron hablan de cómo, a algunos de los feligreses, les costó entender su español al principio, pero él lo compensaba con el lenguaje de Cristo: con ternura, invitando a los más pobres a comer, a tomar un café y escuchando sus problemas. Cuando los tambores de guerra comenzaron a sonar en El Salvador en la década de 1970, impidió que los militares tomaran una iglesia en la región que pastoreaba, les ordenó que liberaran a sacerdotes que habían detenido, diciéndoles que Jesús estaba adentro y observaba lo que hacían.
Pastoreó a los padres de familia que tenían hijos e hijas desaparecidas y habló en defensa de los catequistas que nunca regresaron, no porque andaban difundiendo propaganda política, como se les acusaba, sino que iban llevando la palabra de Dios a lugares remotos de El Salvador.
Cuando el padre Rutilio fue martirizado, Cosme se pronunció en contra de su asesinato e intensificó sus denuncias de lo que los militares estaban haciendo a los civiles.
Ante las crecientes amenazas de muerte en su contra, escribió una carta sin fecha, perdonando a sus asesinos en caso de que le hicieran daño. Se despidió de antemano, agradeciendo a sus feligreses por sus oraciones, por su amor, finalizando su mensaje con: “Espero seguir ayudándoles desde el Cielo”.
Me ha impresionado el ofertorio de su vida lejos de su hogar natal y su perdón antes de recibir un disparo en junio de 1980 mientras se preparaba para la misa, el precio que pagó por su sencilla misión de evangelización.
Cosme fue uno de los muchos mártires de una época en que El Salvador se convirtió en un rio de sangre para mártires católicos, incluidos muchos que venían de lejos. Algunos incluyen a los sacerdotes jesuitas, la mayoría de ellos de España, que fueron arrastrados desde su residencia en una universidad en San Salvador y fueron acribillados en el campus en 1989. También incluyen a dos religiosas enterradas en un cementerio en mi diócesis, las hermanas Maryknoll Ita Ford y Maura Clarke, quienes junto con la hermana Ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan, el 2 de diciembre de 1980, se convirtieron en parte de la lista de más de 70,000 víctimas inocentes que produjo la guerra.
Con nuestros hermanos laicos, Nelson y Manuel, la iglesia está reconociendo un importante sacrificio por parte de los laicos. Se decía que acompañaban al padre Rutilio a todas partes sin pensar en el peligro que su pastor corría constantemente. Aun así, tomaron la decisión de quedarse con él. Estos mártires laicos representan a agentes de pastoral, jóvenes como Nelson y mayores como Manuel, ministros que nuestra iglesia sacrificó durante la guerra de los años 70 y 80, época de una cruenta persecución contra una iglesia que optó por estar del lado de los pobres.
Es una iglesia que algunos todavía niegan al no aceptar el Concilio Vaticano II.
El obispo Escobar, carmelita descalzo, guía la Diócesis de Chalatenango, El Salvador, y ha escrito un libro sobre San Óscar Romero y su experiencia pastoral en Chalatenango.
Imagen destacada: Cuatro salvadoreños beatificados en El Salvador el 22 de enero: el padre jesuita Rutilio Grande, Nelson Lemus y el padre franciscano Cosme Spessotto y Manuel Solórzano. (Ilustración CNS/Oficina de Beatificación del Arzobispado de San Salvador)