Misionera de los Misioneros

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Por: Alfonso Kim, M.M.
Fecha de Publicación: Mar 1, 2022

Yamao Ritsko, conocida en su Japón natal como Yamao-san, era una catequista en la parroquia de Momoyama en la Diócesis de Kioto, donde comencé mi Programa de Entrenamiento en el Extranjero como seminarista Maryknoll en 1993.

Se ocupaba de los libros parroquiales, tocaba el piano o el órgano en la misa dominical, y era la cocinera de la rectoría. “Sin ella, la parroquia colapsaría”, decía el Padre Maryknoll Joe Luckey, el párroco. Pronto experimenté los frutos de su generosidad.

Además de preparar mis comidas, ella era mi mentora. Cuando tuve que dar una reflexión en la misa, corrigió mi japonés. En una visita a casa, le conté a mi madre sobre esta maravillosa mujer. “Ella es tu madre japonesa”, dijo mi madre. ¡Cuán cierto!

Cuando me trasfirieron a Hokkaido, ella continuó ayudándome con mis reflexiones semanales. Le enviaba por fax mis apuntes, ella los editaba y me los volvía a enviar. Por teléfono practicaba con ella mi homilía. Como cualquier madre, Yamao-san quería que me fuera bien.

Después de mi ordenación en 1997, me asignaron a Japón y fui a la parroquia de Momoyama para celebrar mi primera misa.

Qué alegría fue compartir ese momento sagrado con personas que eran como familia, especialmente con Yamao-san.

Un día pidió verme. Necesitaba decirme en persona que tenía cáncer al estómago. Yamao-san siempre decía que yo era como su hijo, pero hoy, dijo, yo era su sacerdote.

Ella continuó visitando a su doctor, quien pudo darse cuenta que Yamao-san era una mujer de gran corazón y que manejaba su sufrimiento con dignidad. Comenzó a enamorarse de ella.

El doctor era viudo. No era católico, pero sabía mucho sobre la Biblia y se consideraba un hombre espiritual. Quiso darle a Yamao-san una nueva vida antes de que muriera y le propuso matrimonio. Al principio, ella se negó. Pero tres días después me preguntó si presidiría su matrimonio.

Su nuevo esposo la llevó por Japón para ver muchos lugares hermosos que eran nuevos para ella. Desafortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que él me llamara para decirme que Yamao-san solo tenía dos meses de vida. Quedé desconsolado y la visité tan a menudo como fue posible.

Finalmente, Yamao-san fue hospitalizada. Un día, mientras la visitaba, le pregunté: “¿Por qué no te casaste más joven?”

Ella me contó algo, que, dijo, nunca le había contado a nadie. Nació en Manchuria, cuando su padre, un oficial militar japonés, estaba estacionado allí.

Bautizada de bebé, recibió el nombre de Bernadette. Cuando era joven ingresó a un Convento Carmelita, donde aportó su hermosa voz de canto y tocó diferentes instrumentos musicales. Pero antes de sus votos perpetuos, decidió que esta no sería su vida. En cambio, dedicó su vida a ayudar a los sacerdotes misioneros.

Mientras la escuchaba hablar sobre su vida, pensé: “¡Qué tal vida de servicio profundo!”

Continué visitándola. Nunca hablamos de la muerte, pero yo sabía que estaba lista.

Luego, una mañana temprano, su esposo me llamó para decirme que Yamao-san había fallecido pacíficamente mientras dormía.

Dos días después fue el funeral y yo fui el celebrante. Durante mi homilía dije: “Ahora estoy enterrando a mi madre. Incluso en su funeral me está enseñando lo que significa ser un sacerdote misionero”.

Fue providencial que Dios me trajera aquí para conocerla. Se convirtió en misionera a través de las relaciones con otros misioneros, incluyéndome a mí. Siempre estaré agradecido con Dios por el regalo de mi madre japonesa.

Imagen destacada: El Dr. Mishima y Yamao Ritsko posan para una foto el día de su boda en la parroquia de Momoyama en la Diócesis de Kioto de Japón. En esta diócesis, el Padre Maryknoll Alfonso Kim conoció a la novia, quien por años apoyó a los misioneros, y luego presidió su boda y funeral. (Alfonso Kim/Japón)

Sobre la autora/or

Alfonso Kim, M.M.

El Padre Alfonso Kim es director asociado de la División de Church Engagement de los Padres y Hermanos Maryknoll.

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