Reflexión Bíblica para el Domingo de la Divina Misericordia

Tiempo de lectura: 3 minutos
Por: La Oficina de Asuntos Globales Maryknoll
Fecha de Publicación: Abr 22, 2022

Por Connie Krautkremer, M.M.

Domingo, 24 de abril, 2022
Hechos 5,12-16; Salmos 118,2-4. 13-15. 22-24; Apocalipsis 1,9-11a. 12-13. 17-19; Juan 20,19-31

La Hermana Maryknoll Connie Krautkremer reflexiona sobre el poder de la misericordia de Dios para inspirarnos a perdonarnos unos a otros.

Jesús se le apareció a una monja polaca, la Hermana María Faustina Kowalska, en 1937. Ella escribió en su diario que cuando le dijo a Jesús con satisfacción que ella le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía, Jesús le respondió que no le había ofrecido lo que era verdaderamente de ella. “Hija mía, dame tus defectos”, le dijo. “Yo soy el amor y la misericordia misma; no hay miseria humana que pueda estar a la altura de mi misericordia”. Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia y recordamos la increíble misericordia de Dios.

“Señor, ten piedad”. Rezamos estas palabras al comienzo de la Misa. ¿Se han vuelto las oraciones tan automáticas que ya no prestamos atención a lo que estamos pidiendo? ¿Admitimos honestamente que cometemos errores y necesitamos ayuda?

En el Evangelio de hoy vemos a Jesús entrando en una habitación cerrada con seguro por sus asustados amigos. Él mostró las cicatrices de los clavos clavados en sus manos y su costado atravesado por una lanza. Él había sufrido, había sido traicionado por un discípulo, juzgado por líderes religiosos y colgado de una cruz. ¿Su mensaje para el grupo? Paz. Perdón.

Déjenme contarles la historia de dos mujeres que conocí en Tanzania. Las dos habían sido buenas amigas, pero debido a rumores y chismes en la aldea, una de ellas se enojó tanto que quiso lastimar físicamente a la otra. Yo estaba facilitando un seminario para mujeres. Un tema era nuestras relaciones con los demás. Las 40 participantes prepararon breves sketches sobre las maneras en las que las mujeres nos menospreciamos, y acerca de los chismes, los celos, el miedo y el resentimiento. Las dos mujeres se vieron reflejadas en los sketches y decidieron que no querían seguir viviendo así. Hablaron del asunto, se disculparon y se perdonaron. Luego, compartieron la alegría de su reconciliación con todo el grupo y me pidieron que orara con ellas para darle gracias a Dios (¡Ellas añadieron que sabían que yo no era un sacerdote y que esto no era realmente una confesión!).

Y yo casi cancelo el seminario. Esa mañana, mientras esperaba que llegaran las asistentes, parada en la puerta del salón parroquial, noté pequeños grupos de mujeres con canastas vacías, caminando por la calle, alejándose de mí. ¿A dónde van? ¿Qué pasó con el seminario al que todas decían que querían asistir? Cuando me enteré que esa mañana se estaba distribuyendo comida en las instalaciones de la municipalidad, lo entendí. La comida era escasa y cara y las familias pasaban hambre debido a la sequía de los últimos años en este semidesierto. ¿Cómo podría alguien venir a un seminario sobre temas “espirituales” cuando se estaba repartiendo comida un poco más allá?

Pero como habían llegado diez mujeres, algunas de las cuales habían caminado una gran distancia, decidimos comenzar. Lentamente otras se unieron a nosotras. Los sketches cambiaron la vida de estas dos mujeres. La misericordia y la paz de Dios entraron en ese salón y rompieron las cerraduras de sus corazones. A veces, reparar una relación rota es tan importante como tener suficiente comida.

Las amistades se deshacen. Ya no podemos hablar honestamente con un familiar o colega de confianza. Estamos lastimados y lastimamos a otros. ¿Reconocemos nuestras heridas, admitimos nuestros sentimientos de amargura, algunos nuevos, algunos viejos? ¿Necesitamos aguantarlos? Las heridas ocultas no cicatrizan. ¿Podemos ofrecérselas a Dios, dejarnos tocar, experimentar la misericordia, ofrecer misericordia?

Los apóstoles abrieron las cerraduras de las puertas y caminaron valientemente por las calles para sanar a los enfermos y restaurar las relaciones en la comunidad.

Cuando podemos decir que lo sentimos, se levanta una carga. Nuestros corazones están abiertos y somos libres. ¡Dios es misericordioso, lleno de misericordia, para todos, para TODOS!

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Imagen destacada: Un árbol de flores de cerezo en Japón. La Hermana Connie Krautkremer, quien sirvió en Tanzania y fue parte del equipo de liderazgo de las Hermanas Maryknoll del 2002 al 2008, escribe una reflexión bíblica sobre la misericordia de Dios. (Imagen de Unsplash)

Sobre la autora/or

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