Uno de los muchos aspectos impresionantes de la tragedia de la invasión rusa a Ucrania ha sido la generosa respuesta de los ciudadanos de países europeos vecinos, particularmente Polonia, a los refugiados, los cuales son más de 6.5 millones hasta el 1 de junio. Las historias de personas comunes que ayudaron a recibir a los ucranianos que huían, e incluso abrieron sus hogares para acomodarlos, son recordatorios inspiradores de la humanidad en medio de esta calamitosa guerra.
También es alentador el deseo de otros países, fuera de Europa, de ayudar a los refugiados, incluyendo a Canadá y EE.UU. La administración Biden ha dicho que aceptará hasta 100.000 ucranianos. Además, a menos de un año desde que colapsó el gobierno en Afganistán, nuestra nación se ha comprometido a recibir a una cantidad similar de refugiados afganos. Dos artículos en esta edición de Misioneros muestran a personas que ayudan a reasentar a afganos en nuestro país y una de nuestras noticias de la sección de Asuntos Globales aborda el número récord de refugiados en todo el mundo.
Lamentablemente, no todos los refugiados que huyen de la guerra y otras formas de violencia han recibido la misma bienvenida. Los mismos países europeos que abrieron sus brazos a los ucranianos (ciertamente, sus vecinos más cercanos) no acogieron tan bien a los refugiados de lugares como Siria, que han estado sujetos a conflictos igualmente brutales.
Al mismo tiempo que respondemos a los refugiados afganos y ucranianos, el Evangelio nos llama a reconocer las necesidades similares de otros refugiados, incluidos los niños, que claman por protección en nuestras propias fronteras. Como dijo Jesús: “Fui forastero y me acogisteis”. (Mateo 25:35)