Afiliados Maryknoll viajan a la frontera de Ucrania para brindar asistencia con ayuda humanitaria.
Qué es lo que puede llevar a 11 personas a volar miles de millas, conducir cientos más y aprender a decir en ucraniano titubeante “¡Bienvenido! ¿Café o té?” Resulta que es algo mucho mayor que compartir una taza de café.
En mayo, cinco afiliados Maryknoll y otros seis estadounidenses volamos a Varsovia para ver qué podíamos ofrecerles a los refugiados ucranianos que huían a Polonia. La idea comenzó como una conversación en una reunión de afiliados del noreste de Ohio y se extendió a través de la red de afiliados. La afiliada Pam Cibik (cuya familia tiene raíces en Polonia) reunió donaciones de personas generosas. Partimos a pesar de nuestra incertidumbre sobre lo que haríamos una vez que llegáramos allí.
El día de nuestra llegada, fuimos caminando hasta Global Expo Centrum Targowo-Kongresowe, un antiguo centro de convenciones que ahora es un centro para refugiados dirigido por voluntarios y el gobierno local. Lo que vimos es difícil de describir; y fue aún más difícil de asimilar. Una tras otra tras otra, las grandes salas de exposición estaban llenas de filas y filas de camillas. Mujeres de todas las edades, hombres mayores y algunos más jóvenes, bebés y niños pequeños, todos buscaban refugio en un espacio sin privacidad, sin ventanas y solo una camilla a la que pueden llamar propia. Este centro alberga un promedio de 3.000 personas a la vez. Conocimos a abuelas, madres e hijos, tres generaciones que dejaron a sus familiares varones en Ucrania.
Karolina Piskorz, una voluntaria que dedica todo su tiempo para servir al centro para refugiados y habla inglés, contó historias conmovedoras. Una fue sobre una madre y su hijo que abandonaron su casa que fue bombardeada. Poco después de su llegada al centro, se activó accidentalmente una alarma de incendio. Todos evacuaron el edificio, pero el hijo no se movió. “¿Qué más da?”, dijo. La impotencia y la desesperanza son difíciles de combatir.
Karolina habló de otra mujer, que había estado recibiendo un mensaje de texto diario de su hermano que estaba en el frente de batalla. Un día, sin explicación alguna, los mensajes de texto dejaron de llegar. Tres semanas… y ninguna palabra de su hermano. ¿Qué hace una persona en una situación así? ¿Afligirse? ¿Seguir esperando, contra viento y marea?
Durante los nueve días de nuestro viaje, pudimos ayudar de varias maneras. Pam trajo una donación de “mantas sensoriales” (mantas de regazo diseñadas para mantener las manos ocupadas) que distribuimos a los niños pequeños. También facilitamos un grupo de juego para niños. Usando figurines de soldados, ellos pudieron representar sus experiencias de la guerra y sus sentimientos sobre lo que le está sucediendo a su país. Un niño afirmó: “Rusia tendrá una Ucrania sin madres ni hijos”. Un país sin niños no es lugar para nadie.
Organizar donaciones y suministros en un lugar así es de por sí un desafío, y nos complace el poder ayudar. Los miembros de nuestra delegación también compraron ropa para adultos y niños, sandalias, desodorante, mochilas, comida para bebés y bolsas para dormir. “Debido a que estábamos allí, pudimos llenar vacíos y proporcionar artículos críticos que hacían falta”, dice Pam.
Hay duchas disponibles en los grandes contenedores de transporte instalados en el centro, pero con tanta gente, el agua caliente se agota rápidamente. Compramos calentadores de agua adicionales para instalarlos.
En el Centro de Ayuda Humanitaria de Ptak, otro centro de exposiciones cerca de Varsovia, pasamos un día clasificando suministros útiles, cómo productos de higiene personal, y llenando 1.400 “bolsas de amabilidad” para ser entregadas a los refugiados a medida que avanzan hacia su próximo destino. Fue genial poder hacer algo tan concreto.
En Varsovia, los Afiliados Maryknoll (de izquierda a derecha) Pam Cibik, Ken Palisin, Janet Alberti y Lita Sharone compran suministros. No está presente en la foto: Curt Alberti. (Cortesía de Janet Alberti/Polonia)a
Janet Alberti, quien trabajó por 30 años en salud mental, participa en una terapia con una niña ucraniana (cara borrosa por privacidad). (Cortesía de Janet Alberti/Polonia)
En un picnic, Pam Cibik, afiliada de Maryknoll, abraza a un niño refugiado de Ucrania mientras la coordinadora de voluntarios, Karolina Piskorz, sonríe al fondo. (Cortesía de Janet Alberti/Polonia)
Karolina nos llevó a visitar La Casa de las Madres, un hogar para madres refugiadas con bebés y niños pequeños en las afueras de Varsovia. En el momento de nuestra visita, el hogar albergaba a 15 niños. Compramos dos secadoras de ropa para La Casa de las Madres, donde diariamente habían estado lavando ropa de más de 20 personas sin tener una secadora.
Varios niños estaban en cuarentena debido a manchas en la piel. Nuestro primer pensamiento fue, ¡varicela! Más tarde nos enteramos de que un médico visitante diagnosticó la condición como relacionada con el estrés. Él informó haber visto muchos casos de erupciones cutáneas y explicó que el cuerpo trata de expulsar el estrés de esta manera. Es una consecuencia del trauma, dijo.
Nuestro grupo continuó hacia el cruce de Hrebenne, a unas 200 millas de Varsovia en la frontera con Ucrania. Allí, se encuentra estacionada la organización no gubernamental Acción Humanitaria Polaca para recibir a los refugiados.
Nos quedamos durante cuatro días para ayudar a dar la bienvenida a las familias que entraron a Polonia. Fue una experiencia intensamente emotiva el ver a las familias que huyen de Ucrania entre los pasajeros del autobús. La realidad del trauma que estaban viviendo se podía ver en sus ojos, al borde de las lágrimas.
Tantas historias, vislumbradas al paso. Conversé con una mujer y supe que había dejado a sus padres escondidos en Mariupol.
Una noche, un autobús, también de Mariupol, llegó con 66 huérfanos. Me dolió saber que estos niños, huérfanos antes de la guerra, no solo estaban perdiendo su patria, sino que pronto también unos a otros, ya que serán divididos entre los hogares de acogida en Italia.
Y luego estaba la pareja de ancianos discapacitados, ambos apoyados en muletas, que tuvieron tantas dificultades para bajarse del autobús. Ellos recibieron comida proporcionada por Cocina Central Mundial y… una taza de café. Su autobús estaba siendo recargado durante la breve parada. El anciano, con muletas bajo ambos brazos, luchó por cruzar el patio. Se acercó a uno de nuestros miembros, le extendió el brazo para darle un apretón de manos y solo le dijo: “Gracias”.
Una taza de café se convirtió en un momento de conexión. De estar presente, de reconocer que algo profundamente malo está sucediendo, y que las palabras no son suficientes para expresarlo. Pam dice: “Estuvimos allí por una causa mayor, un propósito mayor. Por la humanidad”. Al regresar de Polonia, dice: “Ahora veo las noticias de una manera diferente”.
Ser testigos de la guerra, tuvimos el honor de estar allí.
Imagen destacada: Voluntarios en un centro de recepción en Polonia similar a los visitados por los afiliados Maryknoll clasifican ropa donada para los refugiados ucranianos. (CNS, Agnese Stracquadanio/Reuters/Polonia)