Extranjeros se Convierten en Huéspedes

Tiempo de lectura: 6 minutos
Por: Genie Natividad, M.M.
Fecha de Publicación: Dic 1, 2022

Hermana Maryknoll es voluntaria en la frontera de EE.UU./México sirviendo a migrantes y refugiados.

En la 104ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado en 2018, el Papa Francisco dijo: “Cada extraño que llama a nuestra puerta es una oportunidad para un encuentro con Jesucristo”.

El año pasado, las Hermanas Maryknoll recibieron una invitación para servir en la frontera del sur de Estados Unidos. Caridades Católicas hizo un llamado para responder a la crisis humanitaria allí. Las Hermanas Maryknoll Rosemarie Milazzo, Mary Mu-
llady, Judith (Joy) Esmenda, Janet Hockman, Rolande Kahindo y yo respondimos a este llamado. Nuestro destino fue el Centro de Bienvenida Casa Alitas en Tucson, Arizona, donde fui voluntaria por cinco meses.

Todos los días, Casa Alitas recibe a cientos de hombres, mujeres y niños migrantes. Vienen de diferentes países: Perú, Colombia, Guatemala, Ecuador, Cuba, Venezuela, Haití, India y otros. Después del proceso migratorio, los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y de la Patrulla Fronteriza llevan a los migrantes al centro para que reciban ayuda.

En una ocasión, un autobús llegó a Casa Alitas con unos 50 hombres con grilletes y esposas. Les habían colocado dispositivos electrónicos de monitoreo en sus tobillos. Un oficial tuvo que abrir las esposas enganchadas a las cadenas alrededor de la cintura de cada uno.

Las Hermanas Maryknoll Rosemarie Milazzo (izquierda), Mary Mullady (derecha) y Genie Natividad, con una voluntaria, preparan el desayuno en Casa Alitas. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

Las Hermanas Maryknoll Rosemarie Milazzo (izquierda), Mary Mullady (derecha) y Genie Natividad, con una voluntaria, preparan el desayuno en Casa Alitas. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

La Hermana Genie Natividad, vicepresidenta de la Congregación de las Hermanas Maryknoll, en una visita de servicio a la frontera. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

La Hermana Genie Natividad, vicepresidenta de la Congregación de las Hermanas Maryknoll, en una visita de servicio a la frontera. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

Deseé poder sosegar el impacto de la crueldad que estaba viendo, como si estuviera en un escenario, desde mi asiento en primera fila. Esos hombres estaban siendo tratados como criminales. No pude evitar ver en cada uno de ellos el rostro agonizante de Jesús mientras era azotado, burlado y humillado, despojado de su dignidad y amor propio.

En primer lugar, los solicitantes de asilo vienen por motivos de seguridad. Vienen persiguiendo el sueño de un mañana mejor, no solo para ellos sino para sus familias. Vienen, como suele ser el caso, sin invitación. Vienen agotados. Me hubiera gustado gritar las palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11, 28).

Mi corazón se derritió al ver a los viajeros cansados. 

Les servimos comida, bebida, fruta recién cortada y sopa caliente, quizás la primera comida sustanciosa que habían tenido en mucho tiempo. Les proporcionamos ropa, una ducha y un refugio, donde al menos por el momento, podían tener un descanso en medio de la tensión y el estrés de su viaje.

Algunos invitados partían al día siguiente, mientras que otros tenían que esperar hasta que sus patrocinadores (generalmente familiares o amigos) pudieran obtener sus boletos para viajar. Los que necesitaban autorización médica después de la hospitalización se quedaban más tiempo. A menudo, y lo más desgarrador, era ver a los invitados esperando reunirse con familiares, cuyo paradero era incierto.

“Danos la gracia de perseverar”, me puse a orar, me incliné en aceptación y profunda gratitud por la oportunidad de estar allí. Había algo sagrado en ese lugar de reunión: una encrucijada, en realidad. Dios tiene el control y todo lo que pudimos hacer como voluntarios y personal fue tratar a todos y cada uno de los que se cruzaron en nuestro camino con compasión, amabilidad y respeto. No necesitábamos mirar más allá de lo que estaba justo en frente de nosotros. La misión está aquí y ahora.

Me sorprendió la cantidad de personas y grupos de buen corazón de todos los ámbitos de vida y tradiciones religiosas (incluidos judíos, musulmanes y cristianos) que vinieron a servir como voluntarios, por un día, una semana, meses o incluso años. Nuestra tarea era simplemente ofrecer hospitalidad, respondiendo lo mejor que pudiéramos a los derechos humanos y necesidades básicas.

Miembros de Tucson Samaritans, una organización de ayuda humanitaria, reponen jarras de agua a lo largo de los senderos de migrantes en el desierto de Sonora/Arizona. (CNS/Peter Tran, Global Sisters Report)

Miembros de Tucson Samaritans, una organización de ayuda humanitaria, reponen jarras de agua a lo largo de los senderos de migrantes en el desierto de Sonora/Arizona. (CNS/Peter Tran, Global Sisters Report)

(De izquierda a derecha) Gail Kocourek, la Hermana Maryknoll Joy Esmenda, tres voluntarias, Dora Luz Rodríguez y la Hermana Natividad se reúnen en el centro de bienvenida Casa de la Esperanza en el lado mexicano de la frontera en Sasabe, Sonora. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

(De izquierda a derecha) Gail Kocourek, la Hermana Maryknoll Joy Esmenda, tres voluntarias, Dora Luz Rodríguez y la Hermana Natividad se reúnen en el centro de bienvenida Casa de la Esperanza en el lado mexicano de la frontera en Sasabe, Sonora. (Cortesía de Genie Natividad/EE.UU.)

Casa Alitas está asociada con Tucson Samaritans y Casa de la Esperanza, organizaciones hermanas que trabajan con el mismo propósito. Me uní a Gail Kocourek, miembro de Tucson Samaritans, para adentrarnos en el desierto de Arizona y dejar alimentos, agua y suministros de primeros auxilios a lo largo de los senderos de los migrantes.

Caminando por el vasto desierto con sus arbustos espinosos, terreno accidentado, y sintiendo el calor del clima de tres dígitos, me pregunté cuántos pies y cuerpos habrían sido atravesados por estas mismas rocas afiladas. ¿Cuántos pies más avanzarían poco a poco hacia este lado de la frontera, en medio de todos los peligros del viaje?

¿Cuántas más personas deshidratadas y cadáveres se encontrarán en estos caminos — migrantes que simplemente ya no pudieron soportar el peso? Cansados, cargando un yugo pesado sobre sus hombros, tal vez solo quieran detenerse y descansar un poco; algunos sabrán que posiblemente nunca más se levantarán. ¿Cuántos muros más se levantarán antes de que construyamos puentes?

Cerca al punto de entrada Sasabe, Arizona, en el lado mexicano de la frontera, hay un centro de bienvenida llamado Casa de la Esperanza. Gail Kocourek también ayudó a fundar este lugar, junto con una mujer tremendamente dedicada llamada Dora Luz Rodríguez, originaria de El Salvador.

Un sábado por la mañana fui con Gail y Dora a llevar víveres a Casa de la Esperanza. Durante el curso de nuestra conversación, Dora recordó que en su juventud, las hermanas religiosas trabajaban en su pueblo. Recordó a una a la que había querido especialmente, a quien la comunidad llamaba “Madre Magdalena”. Madre Magdalena ayudó a tanta gente, dijo Dora. Le mostré una foto de la hermana Madeline Dorsey en nuestro sitio web. Dora se conmovió hasta las lágrimas al reconocer el rostro amable y familiar de antaño. “¡Ella es Madre Magdalena!”, exclamó Dora.

La propia Dora había atravesado el desierto y cruzado la frontera cuando era adolescente. Viviendo todo este tiempo en EE.UU., nunca olvidó a Madre Magdalena o el legado de las Hermanas Maryknoll. Ahora Dora continúa la misma misión de amor.

De hecho, cada encuentro tiene el potencial de convertirse en un encuentro cara a cara con Dios. No importa cuán breve sea, un encuentro es lo más importante en el momento preciso.

Presencié uno de esos encuentros cuando acompañé a una madre migrante mexicana y a su hijo de tres años al aeropuerto. Mientras esperaban para abordar su vuelo, llegó otro avión. Un niño estadounidense blanco casi de la misma edad que el niño mexicano, bajó de ese avión con su madre y entró a la sala de espera. Al ver al niño migrante — sin ton ni son — el recién llegado corrió hacia el niño mexicano y lo abrazó. Este abrazo fue correspondido.

Todos los presentes estaban atónitos. Algo totalmente inesperado estaba sucediendo ante nuestros ojos: un gesto de aceptación sin preguntas, sin condiciones; hospitalidad inocentemente extendida y sinceramente recibida. No fue necesario intercambiar palabras. No se tenían que producir ni sellar documentos en papel. El abrazo lo dijo todo.

Al servir como voluntaria en la frontera entre Estados Unidos y México, no me encontré con extranjeros, sino con invitados. Pude conocer a migrantes, refugiados y solicitantes de asilo durante sus momentos más oscuros y vulnerables. Vi el rostro de Jesús en cada encuentro, y desde entonces no soy la misma. 

La Hermana Genie Natividad es vicepresidenta de la Congregación de las Hermanas Maryknoll.

Imagen destacada: Las Hermanas Maryknoll (de izq. a dcha.) Rolande Kahindo, Genie Natividad y Janet Hockman compran mochilas y ropa para migrantes en una tienda Goodwill en Tucson, Arizona, donde las hermanas sirvieron como voluntarias en la frontera. 

Sobre la autora/or

Genie Natividad, M.M.

La Hermana Genie Natividad es vice-presidenta de la Congregación de las Hermanas Maryknoll.

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