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Así dice el Señor
Por Joseph R. Veneroso, M.M.
Considera la visión de Isaías del nacimiento virginal
y la del siervo sufriente de Dios cantando por siglos
antes que la cruz tomara forma. Así él reveló
el poder del sufrimiento para redimir, liberar y transformar
a las naciones en un nuevo Pueblo Elegido, obligado
a subir, conquistar y contemplar esta montaña sagrada
llamada Calvario.
Mira, Miqueas levanta de nuevo una imagen de naciones
labrando herramientas de espadas forjadas
y aprendiendo los caminos de la paz en lugar de los de guerra.
Él señala al más pequeño de los clanes de Judá:
el humilde Belén, donde todos
en la era mesiánica por venir
actuaron con justicia, amaron la misericordia
y caminaron humildemente con Dios.
Pregúntate: ¿quién de nosotros se atrevería
a ser engañado por Dios como Jeremías,
quien trató en vano de retener
la palabra profética dentro de su corazón
estallando en adelante como un agitador reacio?
Se atrevió a advertir a Jerusalén de su inminente perdición,
lamentando su inevitable desolación, mientras
sabía muy bien que ponía en peligro su propia vida.
Sin embargo, fue fiel al llamado imposible
que le dio sentido a su miserable existencia.
Recordemos el matrimonio arruinado de Oseas. A partir del cual,
Dios reveló la misericordia por encima y más allá de la ley
recuperando al rebelde Israel a pesar de la infidelidad.
Escucha a Amós echar la culpa de su vergüenza
directamente sobre las cabezas de los ricos indulgentes
cuyos vientres hinchados en camas de marfil
desmentían indiferentes una caída inminente.
Ríete, incluso, de Jonás, quien, creyendo demasiado bien
en la misericordia de Dios, se le ordenó advertir
a la pecadora Nínive, subió a un barco veloz a España.
Esperando así asegurar su bien merecido castigo,
navegó en su lugar a una tormenta
calmada solo al arrojar al profeta errante por la borda
donde incluso el gran pez no pudo tener por mucho
en el estómago su naturaleza desagradable
y así lanzó al gruñón Jonás forzándolo a
predicar a regañadientes la gracia de Dios.
Oh, preciosos hijos del Señor,
los profetas no te hablan menos hoy
de lo que a hombres y mujeres de la antigüedad.
¡Solo tienes que prestar atención a sus palabras!