Relatos Misioneros

Tiempo de lectura: 4 minutos
Por: Misioneros Maryknoll
Fecha de Publicación: Dic 4, 2023

Los cerca de 25 prisioneros se reunieron en una celda en un centro de detención de São Paulo, Brasil, en donde yo sirvo en misión, mirándome pacientemente con rostros perplejos. Puse en la mesa cuatro velas hechas con cartulina. Luego levanté una “flama” de cartulina amarilla y llamé a un voluntario. Uno de los hombres levantó la mano, siendo así el que “encendería” la primera vela y empezaría la temporada de Adviento para nosotros. Cuatro domingos antes de la Navidad nos preparamos para el nacimiento de Cristo durante un periodo llamado Adviento. Como es un momento de esperar y de esperanza, les preguntamos a los hombres qué esperanzas tenían. En sus respuestas estaban la libertad, la salud, la salud de sus familias, amor, paz y “el final de esta situación”. Cuando uno de los hombres dijo “paciencia”, los demás estuvieron de acuerdo. Entonces un preso llamado Fabiano dio una respuesta inolvidable: él esperaba mantener la luz de Dios siempre delante suyo y nunca desviarse de seguirla.

Marilyn Kott, MKLM

Relatos Misioneros

Sean Sprague/Guatemala

En Guatemala, donde sirvo en misión, viví en un pueblo alejado de la capital. La carretera era más bien un camino rocoso en temporada seca y llena de surcos y lodo durante lluvias. Un día lluvioso nuestro carro se estancó en un surco tal que ni nuestra tracción de cuatro ruedas pudo sacarnos. Salí a ver qué podíamos hacer. Mientras examinaba la llanta, que estaba hundida en el barro hasta el eje, un niño de cerca de 8 años se acercó y ofreció su ayuda. Si nosotras no pudimos hacer nada, mucho menos podría hacerlo él. El niño se fue y pronto volvió cargando leña en sus brazos. Se arrodilló en el barro y encajó los trozos de leña alrededor de las llantas. “Inténtelo de nuevo”, dijo. Subí al carro, lo puse en primera y con un rugido del motor salí del barro. Como si no hubiera sido suficiente, el niño dijo: “Mi mamá dice que vengan a casa a secarse. Tiene comida para ustedes”. En su casita de adobe en la colina, encontramos la hospitalidad más fina. Secamos nuestra ropa cerca del fuego, degustamos una cena caliente e hicimos nuevos amigos. Nunca subestimen a un niño de 8 años.

Bernice Kita, M.M.

Paul Jeffrey/Sudán del Sur<br />

Paul Jeffrey/Sudán del Sur

Se llama Hadia. Es una niña de 10 años del grupo étnico nuer que vive en un campamento de refugiados de la ONU en Malakal, Sudán del Sur, donde he servido en misión por 10 años. En este campamento de cerca de 30.000 personas desplazadas por la guerra civil, la mayoría de las familias tienen pocas posesiones. Guardan su ropa en bolsas de plástico. Un día, cuando visitaba a Hadia y su familia, me contó que las ratas habían mordisqueado su único par de medias. Le pregunté si quería ir al mercado a comprar un par nuevo. Dijo que sí con júbilo y empezó a bailar de alegría. Al llegar al mercado, Hadia encontró lo que quería. Estaba feliz con tan solo tener un nuevo par de medias. A pesar de la vida difícil de la gente en el campamento, especialmente la de los niños, Hadia me enseñó el valor de una vida simple, disfrutando las cosas sencillas de la vida.

Michael Bassano, M.M.

Marc Adams, MKLM/Bolivia<br />

Marc Adams, MKLM/Bolivia

En nuestro ministerio en Bolivia conocimos a doña Benita y su hijo Jhon. Él tiene 13 años, pero parece de 6 años, con brazos y piernas delgadas. Nació con discapacidades físicas e intelectuales. No puede hablar y necesita supervisión constante. No hay una escuela que atienda sus necesidades especiales. Benita es una madre soltera que trabaja en los campos para ganarse el pan para su familia. No tiene carro ni motocicleta, y no puede pagar un cuidador, así que carga a Jhon en su espalda, a veces por una milla o más. Un doctor local le dijo a Benita que su hijo nunca iba a caminar. Ni siquiera una silla de ruedas le sirve, porque los caminos de tierra son intransitables. Ella se preguntó si Dios la estaba castigando. Nuestros doctores examinaron a Jhon y determinaron que no hay razón por la cual no podría caminar.  Nuestra fisioterapista, junto con el resto del equipo, empezó un tratamiento intensivo. Incluso le enseñamos los ejercicios a Benita para que duplicara su terapia. Seis meses después, Jhon puede ponerse de pie y caminar 20 pies por su cuenta. Él sonríe cuando camina, y su madre recobró su fe en que un mejor mañana puede alcanzarse.

Joseph Loney y Filo Siles, MKLM

Imagen destacada: CNS/Nancy Wiechec

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Misioneros Maryknoll

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