Un sacerdote Maryknoll vive una vida de felicidad y propósito, sirviendo a los pobres como Jesús
En la habitación del Padre Maryknoll Robert McCahill hay pocas pertenencias. Hay una taza, un plato, dos cucharas, un cuchillo, un pelador de verduras, una olla y una pequeña estufa de queroseno. Tiene tres camisas y un par de pantalones. Hay una gorra de béisbol y una pequeña bolsa con lo que necesita para celebrar la Misa. Un rústico estante de madera contiene un misal y un breviario deteriorado, además de un cuaderno y trozos de papel garabateados con información sobre niños que necesitan ayuda. Su bicicleta está apoyada contra una pared.
La sencilla habitación del misionero está escondida en la parte trasera de una pequeña escuela en Srinagar, una aldea en el centro de Bangladesh. Cuando el dueño de la escuela conoció al Padre McCahill y se enteró de su misión, le dijo que podía vivir allí sin pagar alquiler. El dueño de la escuela, como todos los habitantes del pueblo, es musulmán.
Originario de Goshen, Indiana, el Padre McCahill se despierta todas las mañanas a las 2:30 y se prepara una taza de café. Luego reza durante una hora, normalmente sentado en su catre bajo un mosquitero. Después de 10 minutos de ejercicio, él dice Misa, lee su breviario y luego se afeita. Finalmente prepara el desayuno, normalmente un huevo cocido y un plátano, antes de partir en bicicleta para pasar un día entre los pobres de Bangladesh.
Es una rutina que lleva repitiendo por casi cinco décadas.
Tras 11 años como sacerdote en Filipinas, el Padre McCahill llegó a Bangladesh en 1975 después de que el arzobispo de Daca invitara a Maryknoll a la recién independizada nación, todavía recuperándose de su guerra de independencia de Pakistán. Al completar un año de estudios de idiomas, el Padre McCahill y otros cuatro sacerdotes pidieron permiso al arzobispo para vivir y trabajar entre musulmanes en el campo, en lugar de realizar el trabajo parroquial tradicional. A pesar de las advertencias de sus asesores de que los musulmanes podrían no aceptar sacerdotes e incluso responder con violencia, el arzobispo dio su permiso

El Padre Maryknoll McCahill visita a la familia de Monna, un niño de 12 años que necesita ayuda de servicios de atención médica, en el pueblo de Nopara, Bangladesh. (Paul Jeffrey/Bangladesh)
En los 47 años transcurridos desde entonces, el Padre McCahill ha vivido en 14 pueblos rurales en todo el país. Su objetivo es simplemente ser como Jesús.
“Soy cristiano y quiero ayudar a la gente. Eso es lo que hizo Jesús”, dice el Padre McCahill, conocido por muchos bengalíes como Bob Bhai, el hermano Robert. “Jesús anduvo haciendo el bien y sanando. Así que voy en bicicleta y hago el bien. Lo que Jesús hizo, yo trato de hacerlo”.
Desde el principio de su ministerio, el Padre McCahill se ha centrado en ayudar a niños con discapacidades u otros problemas de salud. Esta labor es tan sencilla como obtener medicamentos o una silla de ruedas adecuada, pero con frecuencia implica conectarlos con profesionales de salud para todo, desde fisioterapia hasta cirugía. El misionero pide citas en las clínicas y luego acompaña al niño y a sus padres para asegurarse de que todo vaya bien.
Sin embargo, ayudar rara vez es fácil.
“Los pobres tienen miedo”, explica el Padre McCahill. “A veces los hospitales en Bangladesh tienen fama de ser lugares donde uno va a que lo estafen o a morir”.
Nazmul Khan Suzon, un periodista de Srinagar que se hizo amigo del Padre McCahill y lo presentó a los trabajadores sanitarios de la región, dice que el misionero es famoso en todo Bangladesh. “Todos los médicos lo conocen. Que sea un sacerdote cristiano no molesta a la gente”, dice Suzon. “La gente tiene miedo de que si van al hospital les cueste mucho dinero. Bob Bhai ofrece a las personas mejores opciones y una vida mejor”.
Sin embargo, el Padre McCahill permanece sólo tres años en cada lugar.
“Cada vez que voy a una ciudad nueva, hay un año de desconfianza. La gente sospecha que estoy ahí para convertirlos. Pero persisto y para el segundo año ya se ha creado cierta confianza”, afirma. “La gente me para en la calle o se me acerca en los puestos de té para contarme sobre algún niño que necesita ayuda. Para el tercer año, ya comienzan a tenerme algo de cariño. Es en ese año que llega el momento de seguir adelante y empezar de nuevo”.
Como sacerdote católico viviendo en aldeas donde casi todos son musulmanes — excepto por un pequeño número de hindúes — con frecuencia le preguntan al Padre McCahill por qué está allí. Esa conversación usualmente se da en los puestos de té donde para durante el día para beber té caliente o comer una comida sencilla. A veces un grupo de personas lo rodea para escuchar o al menos para mirar.
“Cuando la gente me pregunta por qué estoy aquí, siempre hablo de Jesús. Es un profeta para los musulmanes, ellos lo aprecian, así que cuando empiezo a hablar de Jesús, a quien ellos llaman Isa, nadie piensa que los voy a convertir”, dice. “Algunos piensan que la piedra angular entre cristianos y musulmanes es María, porque a menudo se la menciona en el Corán. Pero creo que la piedra angular es Jesús. Compartimos a Jesús. Obviamente no creen que él sea Dios, pero ciertamente entienden cuando les digo que Jesús es mi ejemplo en la vida”.
El Padre McCahill dice que nunca ha experimentado el rechazo violento que preocupaba a los asesores del arzobispo. Admite que una vez alguien le quitó el sombrero. Y otra vez en el mercado un hombre lo golpeó con un bastón. “Pero él estaba loco. Y las demás personas que estaban allí no aprobaron lo que hizo”, afirma.

En lugar de rechazo, el Padre McCahill dice que ha recibido una hospitalidad asombrosa, especialmente cuando la gente se entera cómo ayuda a los niños en sus aldeas.
“La gente que me rodea empieza a entender que los cristianos somos sus amigos, que los amamos y queremos estar con ellos y hacer cosas juntos”, dice. “Cuando ven lo que hago, quedan impresionados favorablemente y eso cambia su mentalidad hacia los cristianos”.
El Padre McCahill tiene claro lo que está haciendo.
“Esto no es un diálogo interreligioso. Es misión”, afirma. “Es lo que deberíamos hacer: vivir con personas de otras religiones y hacer algo con ellos”.
Así como el Padre McCahill representa la fe cristiana ante los musulmanes que no conocen personalmente a otros cristianos, también ayuda a los cristianos en Estados Unidos a comprender a los musulmanes lejanos.
Desde que llegó a Bangladesh, el Padre McCahill ha escrito periódicamente antes de Navidad a familiares y amigos en su país, contándoles sus aventuras en la misión. En 1984 envió su carta al National Catholic Reporter (NCR) y desde entonces el periódico publica su carta en Navidad todos los años.
“Uno de los motivos de mi carta anual es dar ejemplos de personas comunes viviendo sus vidas”, dice el Padre McCahill, quien todavía escribe pacientemente sus cartas en una máquina de escribir manual que sus amigos le guardan en la capital. “Los obispos católicos de Asia han declarado que, en lugar de centrarnos en la conversión de personas de otras religiones, debemos esforzarnos por vivir en armonía con ellos”.

Tom Fox, quien era el editor de NCR cuando comenzó a publicar la carta anual del sacerdote, considera que las misivas del Padre McCahill son las cartas misioneras más interesantes que pueden pasar por la sala de redacción del periódico.
“Llegaban en papel anticuado de correo aéreo y eran impactantes por su testimonio singular de la fe”, dice Fox. “Cada carta era personal y contaba historias sencillas y claras sobre su vida y encuentros entre sus amigos. El amor, la vida y el testimonio del Padre Bob siempre se manifestaron gloriosamente en la sencillez. Parecía vivir en una rica pobreza”.
Tom Roberts, editor de NCR durante varios años, compara las cartas del Padre McCahill con las de las comunidades de la Iglesia primitiva.
“Sus misivas hablaban de un alma solitaria, un vagabundo atravesando culturas muy alejadas de las presunciones del catolicismo primermundista. Este hombre sencillo proclama la Palabra sin palabras”, dice Roberts. “Yo solía pensar que era lo más auténticamente cristiano que imprimíamos en todo el año”.
Cuando termina de hacer su ronda diaria, el Padre McCahill pedalea a casa y enciende su estufa de queroseno. Cocina arroz y lentejas con papas, vainitas o quingombó. Agrega un paquete de especias que le costó cinco takas, unos cinco centavos americanos.
“Lo cocino en una olla durante 12 minutos. Es la misma comida todos los días y nunca me canso de ella”, dice.
El Padre McCahill, de 86 años, no se ve a sí mismo retirándose de su misión.
“La última vez que volví a Estados Unidos fui a un médico y pasé casi un mes sometiéndome a exámenes excesivos. Al final me dijeron que estaba perfecto de salud y que podía irme”, relata.
“¿Y qué si muero aquí? El propósito de la vida no es la longevidad. El propósito de la vida es amar. He encontrado una manera de amar y constantemente agradezco a Dios por la asombrosa invitación a una vida de felicidad y propósito”
Imagen destacada: El Padre Maryknoll Robert McCahill visita a Jamila, una niña de 9 años de edad con discapacidad, y a su familia en Baligao, un pueblo cerca de Srinagar, Bangladesh. (Paul Jeffrey/Bangladesh)
▶ REFLEXIONA
El Evangelio de Lc. 18, 18-30 narra la historia de un hombre rico en búsqueda de un sentido de vida. Este hombre había seguido los mandamientos pero Jesús le invita a compartir su riqueza con los pobres. Al oír lo que Jesús le pedía, él se entristeció porque era muy rico y no era capaz de compartir.
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¿Cuáles son las riquezas que Dios te ha dado?
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¿Cómo puedes compartir estas riquezas con los demás?
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¿Cómo te sientes cuando compartes con alguien que lo necesita más que tú?
▶ACTÚA
“El propósito de la vida es amar” y para compartir amor no tenemos que ser ricos “material o económicamente”. ¡Amar es compartir lo que ya has recibido, atrévete!
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Comparte un poco de tiempo escuchando a una persona que necesite ser escuchada.
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Comparte un poco de alegría jugando con un niño que no tiene con quien jugar.
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Comparte un poco de los bienes que recibes: www.maryknollsociety.org/how-support/
