By Maria-Pia Negro Chin, OSV News
RALEIGH, Carolina del Norte (OSV News) — Un día después de compartir el pan con los trabajadores agrícolas y escuchar sus historias, una delegación en visita pastoral a la Diócesis de Raleigh escuchó una serie de presentaciones sobre realidades, mejores prácticas, políticas actuales y perspectivas pastorales por parte de voluntarios y líderes diocesanos en el Centro Católico de Raleigh en el mes de agosto.
La visita pastoral fue organizada por el Subcomité de Cuidado Pastoral de Migrantes, Refugiados y Viajeros de la Conferencia de los Obispos Católicos de EE.UU. (USCCB). Los participantes — tanto de la USCCB como la Red Católica del Campesino Migrante (CMFN por sus siglas en inglés) y otros ministerios alrededor del país — se unieron feligreses de Raleigh y organizadores comunitarios, fueron testigos de los esfuerzos de las parroquias que acogen y acompañan a los trabajadores y conocieron sus condiciones de trabajo y de vida en la visita que duró del 1 al 4 de agosto.
Los paneles — y las posteriores sesiones de preguntas y respuestas — fueron francos y estuvieron llenos de detalles y anécdotas sobre las condiciones en las que viven muchos trabajadores agrícolas en Carolina del Norte. Por ejemplo: Aunque tanto los ministros como los miembros de las organizaciones cívicas afirmaron que algunas de las condiciones de los trabajadores con visa H-2A son razonables y humanas, muchos campos tienen viviendas deficientes o condiciones de trabajo inadecuadas. El programa H-2A permite a los trabajadores agrícolas extranjeros trabajar temporalmente en Estados Unidos.
Alojamiento deplorable para trabajadores agrícolas
En el papel, el programa H-2A exige que los empleadores proporcionen alojamiento limpio mientras los trabajadores temporales permanecen en el país (a veces hasta 10 meses), financien el transporte de los trabajadores y les paguen 15.81 dólares la hora (la tarifa actual en Carolina del Norte). Sin embargo, sus defensores afirman que a menudo no es así.
Una voluntaria que participó en uno de los paneles, dijo que muchos trabajadores agrícolas son explotados por contratistas que ilegalmente les cobran para que puedan conseguir un visado para trabajar y a menudo llegan con muchas deudas. “Explotan a toda esta gente”, dijo. “Les han cobrado hasta 7.000 dólares para que puedan trabajar una temporada”.
Frecuentemente, dijo, los remolques donde viven están en malas condiciones, con electrodomésticos defectuosos y chinches, y añadió que a menudo no hay aire acondicionado dentro de las hacinadas viviendas. También dijo que los trabajadores que viven y trabajan en zonas remotas son vulnerables a los robos y la explotación.
Los panelistas agregaron que algunos voluntarios remiten a los trabajadores a asociaciones cívicas para que sepan cómo hacer valer sus derechos.
Un delicado equilibrio para el ministerio
En algunos casos, existe un delicado equilibrio cuando se intenta ayudar a los trabajadores agrícolas, dijeron los panelistas y los miembros de la audiencia. Los ministros de la Iglesia sólo pueden entrar en los campos de trabajo donde vive la gente, que son propiedad privada, si tienen permiso del propietario. Predicar está bien, dijo uno, pero criticar las condiciones o dar a los trabajadores información sobre sus derechos puede ocasionar que se les prohíba entrar y llevarles los sacramentos.
Jesús García, feligrés de la iglesia de Santa Ana en Clayton, que lleva casi una década siendo voluntario en la pastoral migrante, dijo que el mensaje que comparte con los hombres de los campos de trabajo es: “Dios los ama; no están solos; échenle ganas”.
A menudo va a los campos a dar clases de catecismo o a preparar a la gente para recibir sus sacramentos, como la primera comunión y la confirmación. “La necesidad está afuera con esos muchachos que sufren”, dijo.
“Cuando va un sacerdote a veces no se puede celebrar la Misa, pero les da la bendición y ellos hacen aquellas filas, 30, 40 personas para recibir la bendición. Con eso se conforman”, recordó García. “A veces (la gente) dice ¿por qué no vienen a la iglesia?
Porque ellos no se mandan. Ellos están bajo otras personas que los mandan” y además suelen carecer de transporte para poder ir a la iglesia.
Duras realidades para trabajadores agrícolas
Durante su presentación, el padre Peter Grace, un sacerdote pasionista que es párroco de Santa Ana en Clayton, contó que tuvo que bendecir el cuerpo de un trabajador llamado Juan José Ceballos, de 32 años, que murió el 6 de julio. Una panelista compartió fotos de la última vez que la parroquia visitó a Juan y a sus compañeros de trabajo. Era originario de Hidalgo, México, y era conocido por su ética laboral. Se fue a trabajar a Carolina del Norte para mantener a su esposa y sus dos hijos.
Según las noticias locales, la División de Salud y Seguridad en el Trabajo del Departamento de Trabajo de Carolina del Norte está investigando la muerte en el lugar de trabajo y no ha indicado el motivo. Una página cibernética creada para recaudar fondos para enviar el cuerpo de Juan a su familia en México explicaba que murió de un golpe de calor. Según un reporte noticioso de la emisora de radio WFAE de Carolina del Norte, el Servicio Meteorológico Nacional registró que el día de la muerte de Ceballos, la temperatura máxima fue de 101 grados Fahrenheit en el cercano condado de Johnston.
Como la mayoría de los estados, Carolina del Norte carece de normas o reglamentos sobre estos riesgos, y las recomendaciones del gobierno federal de seguridad contra el calor no siempre se hacen cumplir.
Temor a represalias
Durante las conversaciones en el Centro Católico diocesano, Leticia Zavala, organizadora de trabajadores del campo en el este de Carolina del Norte, dijo que las leyes vigentes ofrecen “protecciones mínimas”, señalando que no fue hasta 2008 cuando se exigió a los cultivadores que tuvieran un colchón para los trabajadores — en referencia a una enmienda a la Ley de 1989 de Viviendas para Migrantes de Carolina del Norte.
Zavala explicó que, como los trabajadores agrícolas tienen que venir año tras año para mantener a sus familias, muchos no se quejan o denuncian injusticias a las autoridades. “Entonces, en el momento que tú hablas, ya no hay garantía de que regreses”, explicó. “Quedas castigado. Hay listas negras”.
La organización de Zavala, llamada El Futuro Es Nuestro (It’s Our Future), acudió con alguien que podría encontrarse en esa situación: Valente Martínez Serrano, quien se unió a uno de los paneles en el Centro Católico.
Martínez, oriundo de Hidalgo, México, compartió su testimonio con el grupo. Venía laborando como trabajador H-2A desde 1999. Hace unos días, Martínez y sus compañeros tuvieron que hacer una pausa a la sombra después de trabajar casi cinco horas cortando tabaco a mano en un clima de 90 grados, dijo, cuando el propietario se les acercó y les gritó. Fue entonces cuando decidió marcharse.
Martínez también se había sentido mal el día anterior, con el calor y la humedad, y le dijeron que siguiera trabajando. “Yo le dije que no me podía obligar porque yo ya no podía, yo no quería morir ahí en el campo trabajando”, afirmó, añadiendo que el “mayordomo” (supervisor de la cuadrilla) le amenazó con quitarle el trabajo.
Preocupaciones de trabajadores ignoradas
Él contó al grupo que, tras dejar a su actual empleador, preguntó a la Asociación de Rancheros de Carolina del Norte (NC Growers Association) — una red de propietarios de plantaciones agrícolas que gestiona las solicitudes de visados para trabajadores H-2A para sus miembros, que le había colocado con este empleador actual — si podía trabajar en otro campo de trabajo. Pero no había lugar en ningún otro sitio, así que decidió volver a México, sabiendo que romper su contrato implicaba que probablemente no le pedirán que vuelva el año que viene.
Martínez, de 56 años, quien tiene hijos adultos que también trabajan, afirmó que no le preocupa estar en una lista negra por abandonar el rancho. El año pasado, dijo, pudo soportar trabajar con temperaturas de 100 grados, pero este año tuvo que salir del campo cuando la temperatura alcanzó los 90 grados.
También dijo que quería alzar la voz, para que los propietarios de las granjas y los supervisores respeten los derechos de los trabajadores, que incluyen el derecho al descanso y al agua, tal y como se establece en sus contratos.
En una entrevista con OSV News, dijo que esperaba que se hicieran respetar los derechos de los trabajadores. “Nos rentan como mercancía, como unos animales que nos rentan para trabajar con un ranchero, para trabajar con otro”, dijo. “No nos deben de humillar. No nos deben de maltratar como un animal, porque no somos animales, somos seres humanos”.
Necesidad de acompañar a los vulnerables
Hablando con la delegación, así como con OSV News, el obispo Luis R. Zarama, de Raleigh, habló de las difíciles condiciones en las que muchos de los migrantes que vienen aquí con un visado H-2A se ven obligados a vivir, que incluyen viviendas hacinadas, y tener sus movimientos restringidos debido a la falta de transporte, por no hablar de las dificultades en el lugar de trabajo.
“Yo diría que hasta cierto punto estos migrantes que vienen a trabajar en el campo, aunque tienen sus permisos, es una forma de una nueva esclavitud, porque, como mencioné, las condiciones en que viven, las limitaciones de movilidad en donde viven, los horarios de trabajo que tienen, las condiciones del trabajo, hace que sean unas condiciones muchas veces infrahumanas”, dijo.
En la raíz de todo esto está la codicia. “Todo se mide con dinero. Cuánto puedes tener, cuánto puedes producir. No se mide por cómo podemos ayudar a proteger la dignidad humana”, dijo el obispo.
La difícil vida que tienen los trabajadores es una realidad “que de una u otra manera se ignora”, y a menudo se critica a los migrantes, pero “a los inmigrantes los usan …para campañas políticas cada partido los usa de acuerdo a su conveniencia”, señaló.
Desdén ante trabajadores esenciales
Mons. Zarama también mencionó lo esenciales que fueron los trabajadores del campo durante el apogeo de la pandemia del COVID-19, cuando siguieron trabajando para proporcionar alimentos al país. Dijo que en ese entonces — y hoy en día — a estos trabajadores a menudo no se les reconoce su valor.
“No nos damos cuenta de que… allí había manos que hacen posible que tengamos los alimentos que comemos”, añadió.
¿Qué más se puede hacer? “Buscar líderes, porque si no hay líderes, no se puede hacer nada”, expresó el obispo. “Líderes de las mismas comunidades que puedan hablar, que puedan expresar, que puedan mostrar su realidad”.
El obispo también señaló cómo la comunidad hispana de la catedral diocesana lleva regularmente comida a los migrantes, y acuden con un sacerdote para celebrar la Eucaristía y ofrecer confesiones, algo que ocurre en distintas parroquias de la diócesis.
“Es un acto de humanidad acompañar a los migrantes del campo”, dijo.
Sentirse abrazados por la Iglesia
Tras ver cómo la Diócesis de Raleigh acompaña a los trabajadores de campo, la delegación continuó conversando con los trabajadores durante el muy esperado XIII Encuentro Católico de Campesinos, que tuvo lugar en una parroquia redentorista el domingo, 4 de agosto. Varios parroquianos contribuyeron con la organización de este encuentro anual, que incluyó Misa, confesiones, comida y juegos, y fue otra oportunidad para caminar con los campesinos.
“Nuestra intención es de que pasen un rato agradable y se olviden un poco del estrés y de las preocupaciones que el trabajo nos acarrea” cada día, dijo Jesús García, que se ofreció como voluntario para montar las carpas y convocó a la gente para la Misa. “Para nosotros como servidores es un gusto poder trabajar en este día para darles un agradecimiento a los muchachos por todo el trabajo que hacen en este estado de Norte Carolina”.
Hubo muchas donaciones para que los trabajadores recibieran ropa y otros artículos de primera necesidad. Los peluqueros locales también ofrecieron servicios gratuitos y hubo una clínica gratis para que los trabajadores tuvieran consultas con enfermeras, un médico y estudiantes de medicina. Los organizadores de este evento dijeron que varios trabajadores no pudieron ir a la celebración anual porque necesitaban ponerse al día por la pérdida de trabajo debido a la lluvia de esos días. Este año participaron unas 300 personas, incluidos los voluntarios.
Durante la Misa, Mons. Zarama animó a los trabajadores, recordándoles que un buen amigo acompaña a la gente en sus dificultades y pidiéndoles que inviten a Jesús a formar parte de su día.
“No es fácil”, dijo refiriéndose a sus vidas y al trabajo de campo y sugirió ofrecer el trabajo como una oración por sus seres queridos en casa. “Tu oración, tu dolor, tu trabajo, pueden convertirse en medicina para alguien más, en tu propia familia”, dijo. Y les recordó que nunca se olviden de su dignidad.
“(Que) Dios les pague. Dios les pague por sus manos. Por sus rodillas. Por sus espaldas. Por los dolores de cabeza. Por todo ese sacrificio que ustedes hacen”, dijo.
La fe como sosiego y bendición
Escuchar que la gente les estaba agradeciendo por su trabajo fue gratificante, dijo Cruz Orozco, un trabajador agrícola temporal.
Añadió que muchos trabajadores esperaban con ansias el encuentro campesino, destacando los juegos, premios, oportunidades para hablar con profesionales médicos, la comida — y sobre todo la Misa, confesiones y la obra que los feligreses presentaron para los trabajadores. “Yo estoy agradecido con esa gente” por organizar la reunión anual, dijo Orozco.
Él lleva 12 años viniendo a trabajar al campo, y ahora con su trabajo paga la pensión alimenticia de sus hijos, ya que él y su mujer se separaron. Hablando con una representante de la Red Católica del Campesino Migrante en la delegación pastoral, Orozco explicó que, aunque ganar entre 400 y 600 dólares a la semana tal vez no parece mucho, con esa cantidad se puede hacer mucho en México.
Orozco habló de sus dos hijos y de cómo, esa mañana, se había enterado de que su abuela había fallecido. Aunque sabe que su abuela — que tenía 104 años — descansa en paz, lo difícil es “no poder estar con tu familia… con tu gente” en ese momento.
“Ese es el precio que hoy tenemos que pagar nosotros”, dijo. “Cuando es el cumpleaños de tu hijo, de tu hija, o en ese tiempo, pues, el de la esposa, ¿no? Y aquí tienes que estar”.
Él lleva años volviendo al mismo rancho, donde sólo hay 12 trabajadores, y dijo que tienen suerte de que su jefe no los presione y los deje salir del campo si hace demasiado calor. Como son pocos, el jefe los conoce, añadió. Y eso marca la diferencia, reflexionó, comentando lo que deben estar pasando algunas personas en otros campos.
Cuando se le preguntó qué era la mejor parte de la reunión anual de trabajadores agrícolas, Orozco respondió: “La Misa y la oración”.
“Donde estamos nosotros no nos queda muy cerca una iglesia”, dijo. Por eso, añadió uno sale del encuentro campesino sintiéndose “lleno” y privilegiado. “Somos, ahora sí, bendecidos”.
Imagen destacada: El obispo Luis R. Zarama de Raleigh, Carolina del Norte, abraza a un participante en el XIII Encuentro Católico de Campesinos el 4 de agosto de 2024, un evento anual para campesinos de la Diócesis de Raleigh, muchos de los cuales son trabajadores agrícolas temporales con visas H-2A. Cerca de 300 trabajadores y voluntarios participaron este año. (OSV News photo/courtesy of USCCB Public Affairs)