Domingo 29 de septiembre del 2024
Num 11, 25-29| Sant 5, 1-6| Mc 9, 38-43. 45. 47-48
Tuve la buena fortuna de estudiar las Sagradas Escrituras con el rabino Asher Finkel. Lo más intrigante de sus clases era que su especialidad era el Nuevo Testamento, específicamente, las enseñanzas de Jesús. El rabino Finkel ofrecía un entendimiento profundo de Jesús, inimaginable para la mayoría de nosotros los gentiles.
Un día dio una explicación improvisada sobre de la doctrina católica de la Concepción Inmaculada en la que decía que, para la mente judía, tenía sentido que el Mesías naciera de un vientre ritualmente impoluto. En otra ocasión habló del significado de la Resurrección como si la aceptara como un hecho.
Las palabras del rabino Finkel nos inspiraban y confundían a la vez. ¿Cómo podía un rabino tener semejante entendimiento y apreciación profunda por la doctrina católica? Un día, uno de nosotros tuvo el valor de preguntarle: “Si usted cree en todo esto, ¿cómo es que no es cristiano?” Él contesto: “Realmente la cuestión es si ustedes son cristianos”. Antes de que pudiéramos objetar, él explico: “Si dicen ser cristianos, significa más que solo decir ‘Cristo es el Señor’. Significa que están dispuestos a vivir acorde a los valores del Evangelio proclamados en el Sermón del Monte”.
Las lecturas de esta semana tratan de creyentes que se quejan interiormente de que gente de fuera de la comunidad comparta bendiciones exclusivas para creyentes. En la primera lectura, Josué se queja con Moisés de que dos hombres de afuera hayan recibido una parte del espíritu que se posó sobre la comunidad. “Señor mío, prohíbeselo”, dijo Josué. “¡No!” contestó Moisés. Regocijémonos, en vez de quejarnos, cuando personas externas a nuestro grupo realizan buenas obras de fe.
Leemos sobre un incidente similar en el Evangelio de esta semana. Los discípulos se ofenden cuando personas de afuera hacen milagros en el nombre de Jesús y quieren que éste los detenga. Como Moisés, Jesús dice que no. Les pide que amplíen sus estrechas mentes y acepten las buenas obras hechas en su nombre, así sean hechas por personas de afuera.
La práctica de esta lección en nuestras vidas es obvia. En vez de menospreciar otras religiones, debemos regocijarnos cuando miembros de otras iglesias cristianas viven acorde a los valores del Evangelio.
Es entonces que Jesús nos desafía — a nosotros que somos mezquinos con la gracia de Dios — a preocuparnos más por nuestros propios pecados que por cómo los demás llevan sus vidas acordes al Evangelio. Jesús da algunos ejemplos bastante desconcertantes de lo grave de este pecado. Quizás de manera instintiva, algunos sacerdotes en épocas del pasado predicaban para hacer sentir a la gente culpable. Pero en estos días pocos pastores hablan del pecado. Eso de predicar en contra del pecado ha pasado de moda. Y sí, quizás sacarnos los ojos y cortar nuestras manos parece extremo, si no imposible. Pero es justamente de eso se trata. No importa cuánto nos enorgullezca seguir los mandamientos — algo que los mojigatos fariseos hacían — debemos tratar de admitir con humildad que no podemos cumplir con todos los mandamientos de Cristo. Es decir, que somos pecadores como todos los demás.
Dios nos ama y nos perdona “cuando todavía éramos pecadores” como dice Pablo en la Carta a los Romanos 5,8. Nuestra vida de oración y buenas obras es una respuesta a la gracia, no un requisito previo a ella. Si realmente creemos que somos hijos de Dios y que Dios nos ha perdonado, naturalmente tenemos que dejar de lado nuestro necio pecar, porque se entiende que no necesitamos ya de tales distracciones.
Seguro, puede que pequemos de nuevo, pero en vez de desanimarnos, deberíamos aprovechar la ocasión para no regodearnos en nuestra supuesta santidad. Debemos dejar de resentirnos en contra de personas de otra fe cuando ellos son viven esos valores acordes al Evangelio mejor de lo que nosotros lo hacemos.
Esta reflexión es parte del libro A Maryknoll Liturgical Year: Reflections on the Readings for Year B, disponible en inglés de la casa editorial Orbis.
El Padre Maryknoll Joseph Veneroso, de Amsterdam, Nueva York, se unió a Maryknoll en 1973. Es exeditor de la revista Maryknoll y sirvió en misión en Corea. Es autor de varios libros y también es columnista para la revista Maryknoll.
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Imagen destacada: Feligreses rezan en una iglesia. (Pedro Lima/Brasil)