Por John Spain, M.M.
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
Domingo 24 de noviembre del 2024
Dn 7, 13-14 | Apoc 1, 5-8 | Mc 11, 9. 10 | Jn 18, 33-37
En medio de una historia de sufrimiento, San Óscar Romero vivió y compartió con los pobres su fe inquebrantable en el Señor de la Vida, la esperanza de ver en El Salvador la realidad cristiana de unos nuevos cielos y una nueva tierra y una caridad no sólo anunciada, sino encarnada en el destino de los pobres. Con ellos, para ellos, y para el bien de todos, él proclamó los grandiosos valores que Dios le ha regalado a la humanidad.
Especialmente durante la liturgia, San Óscar se avivaba. Para él, la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, era la cumbre del Año Litúrgico. En la lectura de San Daniel, vemos el fin de los tiempos y al Hijo del Hombre acercándose. Su reinado y su dominio, el Reino de Dios, están establecidos. Su reino se alza firme y es eterno. En la lectura de San Juan, Jesús admite que es un rey frente a Pilatos; para esto nací, para esto vine al mundo, para dar fe de la verdad. Él aclara, sin embargo: “mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí”.
San Óscar proclamó que el Reino de Dios vendrá y que ese es nuestro último destino y hogar. Esta es nuestra fe. Él creía firmemente que esto no disminuye en absoluto nuestro esmero por traer verdad, justicia, amor y paz a este mundo, sino que nos libera para entregarnos más plenamente.
El día que murió, San Óscar Romero contemplaba el Reino de Dios. Él reflexionaba sobre cómo afectaba nuestro viaje juntos aquí en la Tierra. Segundos después fue martirizado por la bala de un asesino.
Una vez, mientras celebraba una Misa de aniversario, él lamentaba que muchos “piensan que el cristianismo no debe involucrarse con estas cosas”. Se refería a una mujer la cual, con espíritu noble, dedicó toda su formación cultural, su gracia, al servicio de una causa que es ahora tan necesaria: “la verdadera liberación de nuestra gente.” Él añadió que no deberíamos rezar sólo por su descanso eterno, sino tomar el mensaje como propio y vivirlo intensamente.
“Uno no debe amarse a sí mismo tanto como para evitar involucrarse en los riesgos de la vida que la historia nos exige, que aquellos que evitan el peligro perderán su vida, mientras aquellos que por amor a Cristo se entreguen al servicio de los demás vivirán, como el grano de trigo que muere, pero solo aparentemente. Si no muriera, quedaría solo. La cosecha se produce porque muere, se deja sacrificar en la tierra y se destruye”.
Para San Óscar Romero, el testimonio de esta noble mujer desde su asiento en la eternidad nos transmite el mismo mensaje que el Vaticano II nos da en un extracto que él escogió y que leyó de parte de ella:
“Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo…Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada…la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra…aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: “reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz”. El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”. (Gaudium et Spes, #39)
San Óscar continuó: “Esta es la esperanza que nos alienta a los cristianos. Sabemos que todo esfuerzo por mejorar una sociedad, sobre todo cuando está tan metida esa injusticia y el pecado, es un esfuerzo que Dios bendice, que Dios quiere, que Dios nos exige”.
Mientras celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, renovemos nuestra fe en el Reino de Dios, nuestro hogar final, e intensifiquemos nuestra solidaridad con los pobres y los olvidados a quienes San Óscar Romero amó y por quien derramó su sangre.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales Maryknoll, haga clic aquí.
El Padre Maryknoll John Spain, M.M., oriundo de Troy, Nueva York, fue ordenado en 1970. Ha pasado la mayoría de su vida sacerdotal en Centroamérica, incluidas cuatro décadas en El Salvador. Actualmente sirve en la parroquia Cristo Salvador en Zacamil, un área urbana marginalizada en San Salvador. (Octavio Durán/El Salvador)
Imagen destacada: Un mural en San Salvador retrata a los mártires San Óscar Romero y el padre jesuita Rutilio Grande dando Misa para la gente salvadoreña. Este mural callejero está ubicado afuera del Hospital Divina Providencia, un pequeña residencia para enfermos desahuciados donde el arzobispo Romero sirvió y en donde fue asesinado. (Octavio Durán/El Salvador)