Por Suzanne Rech, M.M.
Domingo 9 de febrero del 2025
Isaίas 6, 1-2a. 3-8| 1 Corintios 15, 1-11| Lucas 5, 1-11
Un tema de las lecturas de las Escrituras de esta semana está más claro que el agua: el llamado. Las historias sagradas de esta semana también retratan claramente las circunstancias en las cuales el llamado se dio y se recibió. Isaías, Pablo y Simón experimentaron algo extraordinario. No pudieron ignorar la voz de Dios en eventos externos inusuales, y probablemente tampoco podían decirle no.
A Isaías el Señor lo encara desde lo alto y un serafín quema sus labios con brasa ardiente. Pablo vio a Jesús de Nazaret con sus propios dos ojos, resucitado después de ser ejecutado, y las redes de Simón se rompieron por tantos peces tras una noche entera de no haber pescado nada. ¿Qué otra cosa podrían haber hecho estos hombres? Como dicen en Tanzania, Ukiita, inayobaki ni kuitikia tu (Si, bajo las circunstancias, recibes un llamado, lo único que te queda por hacer es decir “sí.”
Mi llamado nunca fue tan claro o atractivo. Lo que recuerdo que sobre mi llamado a la misión a la vida religiosa es difuso. Era una joven estudiante de sexto grado en la escuela católica y, así, de la nada, quise ir a África. Eso fue todo. No recuerdo que quisiera salvar almas en un país “extranjero” o darle mi vida a Dios.
Mi padre me dijo, “Suzie, ¡sólo quieres andar en aventuras!” En aquella época en los 1950, mis opciones eran limitadas porque el Cuerpo de Paz y otros grupos aun no existían. Parecía que la única manera para que yo pudiera ir a África era la misión. Para que una chiquilla católica pudiera ser misionera, tenía que convertirse en hermana. De nuevo, mis opciones eran escasas.
Maryknoll era la única comunidad misionera que yo conocía, así que después de la secundaria rellené los formularios y pasé los requisitos de admisión. Fui aceptada en 1962 y me asignaron a África en 1970. Papá tenía razón, y desde entonces ¡la vida sólo ha sido aventura!
Por supuesto, el mismo Señor desde lo alto, cuya presencia los personajes de las lecturas sintieron, también estaba en mi deseo de ir a África. Al principio, el llamado era un susurro, pero nunca me dejó. Aún, después de tantos años, el llamado de Dios es y continúa siendo msukumo wa ndani, como dicen los tanzanos: “Tensión dentro del cuerpo que pulsa por salir.” Era una cualidad intrínseca, una gravedad interna que me cuidaba y me mantenía en órbita. Hubo muchas veces que quise ir en otras direcciones, pero algo mundano me traía de vuelta y me hacía pararme con firmeza. Una vez, por ejemplo, decidí en mis primeros años irme de Maryknoll y se lo comuniqué a nuestra maestra de novicias, pero ese día no estaba en su oficina. Nunca más volví a buscarla.
Al recordar mi historia me pregunto qué significa el llamado para la juventud de ahora. El conocer otras culturas me ha puesto en contacto con jóvenes mujeres y hombres en Tanzania y los Estados Unidos. Vienen de diferentes sociedades y culturas y, sin embargo, tienen mucho en común con el resto de la generación millenial y Gen Z. Son auténticos, pragmáticos, informados, elocuentes y espirituales.
Algunos jóvenes en los Estados Unidos no van a la Iglesia, mientras muchos jóvenes tanzanos se unen a religiones como la luterana, católica, musulmana, pentecostal o una mezcla de éstas. Conocí a un joven que repara llantas desinfladas en Arusha y lleva una kufiya roja y blanca palestina amarrada a la cabeza. Le pregunté si era musulmán. Me contestó, “Oh, no, yo rezo en la iglesia Trueno de Salvación para todas las Naciones”.
Me pregunto si en ambos países los jóvenes ven sus elecciones de vida como un llamado de Dios. Sin embargo, al escucharlos, escucho pedazos de ese msukumo wa ndani al cual parecen responder. Después de la universidad y de trabajos temporales en los Estado Unidos, John —mi sobrino millenial— escribió que tenía una idea que no dejaba de dar vueltas en su cabeza como un “rinoceronte galopante que me pisa los talones”. Bueno, un rinoceronte no es un conejito peludo, sino algo tan enorme (como el Señor desde lo alto) que captaba su atención. John dijo, “no te rías, pero ¡deseo esto con muchas ganas!” Mi querido sobrino ahora está en Japón enseñando inglés, hablando japonés y estudiando para su maestría.
El otro día vi al joven tanzano palestino-cristiano y me pidió llevarle mi carro para lavarlo. Mabuki dijo, “Hermana Usicheke, no se vaya a reír, pero tengo una idea que no deja de darme vueltas en la cabeza. ¡Algún día se la contaré!”
Quizás él también esté por recibir un llamado del Señor en lo alto.
La Hermana Suzanne Rech, de Pittsburgh, Filadelfia, se unió a las Hermanas Maryknoll en 1962. Ha servido en Tanzania por más de 40 años en programas de educación para niñas y mujeres, clases de alfabetización, trabajo pastoral y proyectos de desarrollo y emprendimiento.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina Maryknoll para Asuntos Globales, haga clic aquí.
Imagen destacada: Una joven mujer aprende a tejer en una clase dirigida por el proyecto Village Angels en Tanzania. (CNS photo/courtesy Sergio Burani)