Teresa Dagdag, M.M.
Domingo de Pascua
Domingo 13 de abril del 2025
Hechos 10,34a, 37-43 | Col 3,1-4 o 1 | Corintios 5,6b-8 | Jn 20,1-9 o Lc 24,1-12
Las organizaciones populares tienen una forma de dar testimonio de que hay esperanza de que las cosas puedan mejorar con esfuerzos colaborativos. Fue hace 38 años en la ciudad de Baguio, Filipinas, desde donde escribo esta reflexión, que se fundó una organización de mujeres indígenas. Inicialmente, el Buró de la Mujer para la Educación y Organización de la Mujer Indígena era parte de un programa diocesano de acción social.
Unos años más tarde, este fue uno de los tres programas a los que se les indicó que debían clausurar y que ya no serían parte de los programas diocesanos. Desde las profundidades de la incertidumbre y el rechazo, se necesitó del coraje de las mujeres para pasar meses evaluando, redirigiendo y planificando cómo crear una nueva estructura para una organización que continuara en marcha. Y despegó. Hoy en día esta historia se cuenta una y otra vez, dando testimonio de la esperanza que nació de la pura decepción y del fracaso.
La lectura del Evangelio del Domingo de Pascua es una de esas narraciones que habla de la decepción. Tres personas van a visitar la tumba de Jesús quien fue enterrado días antes. María Magdalena va al sepulcro cuando aún estaba oscuro, buscando a Jesús. Ella no encuentra su cuerpo, y esto le causa mucha ansiedad, pensando que alguien, tal vez enemigos, han desaparecido el cuerpo. Ella corre a compartir su insólito hallazgo con Pedro y Juan, quienes luego fueron a la tumba para averiguar por sí mismos lo que sucedió.
Luego siguieron momentos dedicados a buscar evidencia. No encontraron ningún cadáver, pero los lienzos estaban allí. Juan narra que vio el sudario y los lienzos que antes envolvían la cabeza y el cuerpo de Jesús yaciendo en su lugar. El discípulo a quien Jesús amaba entró “y vio y creyó”.
En la primera lectura y en el Evangelio, las palabras “vio”, “testigo” y “creyó” son expresiones que sugieren estar directamente presentes en la vida de Jesús. En la primera lectura, Pedro usó la palabra “testigo” para describir lo que vio hacer a Jesús, sanar y cómo “pasó haciendo el bien”.
Pedro, Juan y María fueron al sepulcro y vieron, pero tuvieron reacciones diferentes: María Magdalena estaba ansiosa por encontrar el lugar donde habían llevado a Jesús; Pedro vio, pero no dio una reacción clara, ¿podría estar todavía procesando lo que vio? Juan el Apóstol, la tercera persona, “vio” lo que Pedro vio y “creyó”. Siendo el discípulo a quien Jesús amaba, recordó lo que escuchó decir a Jesús cuando todavía estaba con ellos cuando les habló de resucitar de entre los muertos.
Cada uno de ellos tuvo una experiencia inesperada y cargada de emociones respecto al Jesús a quien no pudieron encontrar en el sepulcro. Fueron estas las personas que atestiguaron las buenas obras de Jesús cuando vivió entre ellos y su sufrimiento antes de morir en la cruz. ¡Pero la Resurrección cuenta una historia diferente!
Pedro, el compañero constante de Jesús, era el discípulo que siempre estaba allí, pero hacía muchas declaraciones apresuradas o expresaba abiertamente sus sentimientos de miedo y ansiedad, incluso cuando tenía buenas intenciones. En una experiencia humillante, Pedro se negó a admitir que él era el compañero de Jesús antes de que cantara el gallo, tal como Jesús lo predijo. Pedro también le dijo a Jesús que no fuera a Jerusalén cuando dijo que el Hijo del Hombre sufriría, pero Jesús le recuerda que para Pedro impedir que Jesús cumpliera la Expiación como decían las Escrituras era como ser Satanás para el plan de Dios. Sin embargo, Pedro siempre se apresuraba a pedir perdón, y Jesús lo perdonaba.
Hay un dicho que dice “ver para creer”. Este Evangelio lo corrobora. Hay algo especial en ver. Se trata de los ojos que ven toda esa escena de mañana de Pascua. Se retiró la piedra que bloqueaba la cueva funeraria para evitar la intrusión, como para proporcionar el espacio para que la persona que estaba enterrada en la tumba saliera con vida.
Los tres fueron a decirles a los otros discípulos que Jesús había resucitado de entre los muertos. Cuando Tomás, incrédulo, insistió en que no creería que Jesús había resucitado de entre los muertos, Jesús lo amonestó diciendo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”
Nosotros somos el pueblo que no vio y aun así creyó. ¿Qué nos hizo creer sin ver a Jesús en su forma física? ¿Qué nos incitó a la fe en ausencia de un encuentro o una razón convincente para confiar en la narración de San Juan? ¿O San Lucas en los Hechos de los Apóstoles?
En la vida religiosa, las miembros que se unen a congregaciones años después de la muerte de su fundadora son personas que no tienen la experiencia real de “ver”. Muchas de nosotras nos unimos a Maryknoll muchos años después de la época de la Madre Mary Joseph. Nuestra vocación a las Hermanas Maryknoll no podría haber venido de lo que “vimos” en la vida de nuestra fundadora, en el sentido de que no habíamos vivido lo suficiente como para ser “testigos” de su vida terrenal. ¿Cómo es que “vimos” y luego “creímos”?
Vimos el poder del testimonio en la vida de las hermanas, de aquellas que se unieron a las Hermanas Maryknoll antes que nosotras. Esas vidas han demostrado el poder del espíritu que proviene de las Hermanas que reflejaron y fueron testigos de la vida y los valores de nuestra fundadora, transmitiéndolos a las mujeres más jóvenes que buscan un sentido a sus vidas. Lo mismo debe ser cierto para otros que han llegado a seguir un carisma religioso, una visión o una misión en particular.
¿Cuál es la energía innegable que nos atrae, que nos llama a seguir a Jesús? A los discípulos Pedro y Juan les llevó años de observación diaria y de trabajo conjunto lo que los llevó a ir a averiguar qué le sucedía al maestro a quien seguían, sanando a los ciegos, a los enfermos y a los poseídos por espíritus malignos. Jesús les había advertido que tenía que sufrir y morir, ¡su mensaje no flaqueó desde el principio! Los apóstoles todavía se sorprendieron al no encontrar el cuerpo de Jesús en la tumba, aunque él les dijo que resucitaría. Estaban familiarizados con las Escrituras que decían que él iba a resucitar, pero aún no lo entendían.
Para las mujeres y los hombres que se unieron a las Congregaciones y Sociedades, el espíritu de Jesús de hacer buenas obras, de ayudar a los pobres y de traer la paz al mundo, es una atracción encantadora.
Para aquellos que se han unido a organizaciones y grupos que trabajan por su bienestar, trabajan por el desarrollo sostenible de sus miembros, por una relación sana entre los seres humanos y la Tierra, la atracción que atrae es la del amor de Jesús, que inspira a muchos a hacer el bien, a sanar, a llevar la paz entre los pueblos. El amor de Jesús viene del Padre que lo conocía bien y estaba complacido con él. También nosotros, sintiendo y conociendo el amor de Dios por nosotros, seguimos el mandato de Jesús de ir a bautizar a todas las naciones.
La resurrección de Jesús es el único acontecimiento significativo en la vida de la humanidad. Desafió todo sufrimiento y muerte; Nos hizo “ver y creer” que la Resurrección es la última palabra en nuestras vidas, no el sufrimiento ni la muerte. Escuchemos el llamado de Jesús a ir a los lugares más lejanos de la tierra y compartamos esa experiencia de amor y cercanía con los demás para que ellos también puedan experimentar la Resurrección de Jesús y vivir en abundancia.
La Hermana Maryknoll Teresa Dagdag, de las Filipinas, ha servido en cuidado pastoral, educación y activismo y el roles de liderazgo para las Hermanas Maryknoll. La misionera Maryknoll tiene un doctorado en Antropología.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina Maryknoll para Asuntos Globales, haga clic aquí.
Imagen destacada: Líderes de una organización de empoderamiento para la mujer aprenden como hacer té de jengibre en una comunidad marginada de Benguet, Filipinas. (Cortesía de Teresa Dagdag/Filipinas)