Ella golpea en la puerta de la luz una vez más.
Y una vez más la puerta se abre a la oscuridad.
Hay sombras que yacen por todo el llano,
Pero ella sabe que el desierto tiene dos rostros:
El terror de la muerte y los tesoros de la vida.
El rastro de una migrante, donde una sonrisa es una joya,
Un plato de comida un milagro, un lugar seguro para dormir
El cielo en la tierra.
Sí, el desierto tiene dos rostros, los ha visto ambos.
El terror de la muerte y los tesoros de la vida.
Ella conoce bien el rastro de la crueldad,
Y el rastro del amor,
Y donde los momentos de bondad pueden convertirse
En un último instante.
Me pregunto si se ahogó en el canal de irrigación.
Ni nombre ni apellido, sólo un número de fila grabado
en el rojo ladrillo de su humilde tumba,
una cerca privada que se extiende por cientos de metros dice PROHIBIDO EL PASO
donde para cientos de migrantes, la muerte se topa con este muro.
Y aun así hay flores desperdigadas, algunas frescas y vivas,
Otras marchitas y muertas.
Te hace algo en el alma, el llorar a orillas de este campo.
En arpillera, cruzas esa tristeza honda, una soledad, hacia una presencia gentil:
Dios, el gran solitario.
Y de nuestro primer momento al último instante,
el desierto nos cierra y nos rompe, abriéndonos
al terror de la muerte y los tesoros de la vida.
El misionero laico Maryknoll Rick Dixon sirve en la frontera México-EE. UU.
Imagen destacada: Un atardecer en el desierto de Sonora, Arizona, donde un equipo de 14 voluntarios, formado en su mayoría por seminaristas y sacerdotes jesuitas, llevó a cabo una misión de búsqueda y rescate en diciembre del 2024, para buscar a migrantes desaparecidos o muertos que cruzaron la frontera entre Estados Unidos y México. (OSV News/cortesía de Luke Taylor, S.J.)