Hablemos sin tapujos. Hoy en día vemos a muchos cristianos colmando las noticias y redes sociales con interpretaciones del cristianismo que directamente contradicen las enseñanzas de Jesús y que proclaman a otros como salvadores de la civilización occidental.
El difunto actor irlandés Richard Harris deliberó una situación parecida en su poema titulado “Hay demasiados salvadores en mi Cruz”, en el que critica el conformismo de los cristianos de los años setenta. En aquel momento, varios movimientos antiguerra y de derechos civiles desafiaban a la gente de fe a salir de los santuarios de sus iglesias para poner su fe en acción en las calles.
Este llamado “evangelio de la prosperidad” que afirma que Dios nos quiere hacer a todos ricos es una distorsión más de las enseñanzas de Jesús, quien específicamente nos advierte que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (San Lucas 18, 25). Otra cita del Evangelio que es convenientemente ignorada viene de la Virgen María, quien declara que Dios “colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (San Lucas 1, 53).
Peor aún, algunos cristianos desechan por completo El sermón de la montaña para otorgarles estatus mesiánico a líderes cuyas políticas violan el mandamiento de Jesús de amar no solo a nuestro prójimo, sino también a nuestro enemigo.
Tanto políticos como comentaristas toman a la ligera el denigrar a inmigrantes, menospreciar a los pobres o burlarse de otras razas, a la vez que portan un crucifijo alrededor del cuello. Claramente, es más fácil ponerse un crucifijo que cargar una cruz.
Jesús nos advierte sobre aquella hipocresía: “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (San Mateo 7, 21).
Hoy parece que no hay escasez de supuestos “mesías” que invocan a Cristo de manera oportunista pero que no lo siguen. ¿Cómo se supone que respondamos los cristianos?
Esto no es un nuevo suceso. En la década de 1930, Dietrich Bonhoeffer, un pastor luterano alemán, vio con creciente alarma el ascenso del nazismo, el cual se describía al principio como un movimiento cristiano. Aún peor, el silencio de los cristianos ante esos horrores era, desde su punto de vista, más dañino espiritualmente que adherirse abiertamente al Tercer Reich.
Él llamó semejante corrupción del cristianismo una “gracia barata” que esperaba perdón sin arrepentimiento y conversión sin consecuencias.
En la manera de pensar de Bonhoeffer, un cristianismo sin la cruz no tiene sentido. Él creía que la única respuesta aceptable a la maldad sistemática era oponerse a ella de cualquier manera posible. Por su testimonio inquebrantable, Bonhoeffer pagó el precio al perder su vida en un campo de concentración.
En nuestros tiempos, el poeta, activista y sacerdote jesuita Daniel Berrigan fue directo al grano cuando dijo: “Si quieres seguir a Jesús, más vale que te veas bien en madera”. Sin duda, la invitación de Cristo a sus discípulos es dejar nuestra manera antigua de pensar —y de vivir— y levantar nuestra cruz para seguirlo. ¿Seguirlo a dónde? Pues hacia nuestro propio Calvario.
En las palabras de San Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo”. (Gálatas 2, 19-20).
No todo cristiano está llamado al martirio como Bonhoeffer, la Hermana Dorothy Stang, las cuatro mártires de El Salvador, el Padre Stanley Rother o el Reverendo Martin Luther King. Sin embargo, nuestro Vía Crucis personal debe llevarnos hacia los márgenes, a las periferias, hacia los pobres y los oprimidos: a todos aquellos que el mundo considera indignos o desmerecedores de apoyo.
Al final, sólo hay un verdadero Salvador que merece la pena seguir, cuya Cruz significa nada menos que nuestro total sacrificio al servicio y la solidaridad con los pobres.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll John Spain visita un mural callejero que retrata a San Óscar Romero y al padre jesuita Rutilio Grande, además de otros mártires de la guerra civil de El Salvador. (Octavio Durán/El Salvador)