Reflexión Maryknoll: Abraza la esperanza en Navidad

Tiempo de lectura: 4 minutos
Por: Oficina de Asuntos Globales
Fecha de Publicación: Dic 24, 2025

Por John Keegan, M.M.

La Natividad del Señor
25 de diciembre de 2025
Isa. 62, 1-5; Hechos 13, 16-17, 22-25; Mateo 1,1-25

Celebrar la Navidad consiste en permitir que nuestra alegría se vea tocada por una dolorosa revelación. Durante los fugaces momentos de celebración, nuestra atención se centra en el poder salvador de la dulzura y la inocencia. Pero el mundo más allá de nuestra celebración puede parecer tan ajeno a todo ello. El mundo en el que realmente vivimos sigue siendo trágico y desafortunado. No sería honesto describirlo como un reino de sufrimiento y tribulaciones sin alivio. Hay alegrías, verdaderas alegrías humanas, todos las hemos tenido.

Sin embargo, hay más problemas de los que podemos comprender. ¿No seríamos más sensatos si moderáramos nuestras voces y creyéramos un poco menos en las posibilidades de paz que cantamos con tanta elocuencia en Navidad? ¿No es acaso inevitable que la paz sea realmente inalcanzable, que sería más sensato renunciar a parte de la esperanza que suscita nuestra celebración?

¡Ustedes saben tan bien como yo que no podemos! Si nuestra celebración de Dios hecho carne tiene algún sentido fundamental, es la expresión de la esperanza más sincera que tenemos para este mundo. Para nosotros, la esperanza no es un lujo en el que nos complacemos porque somos débiles y no podemos soportar la verdad. No es un apoyo que utilizamos para reforzar nuestra ansiedad y nuestro miedo. Es simplemente una necesidad de nuestra vida cristiana, parte de nosotros, entretejida en la fibra misma de nuestro ser. Es la comprensión de nuestra fe.

Estas son cosas que sabemos. La celebración de la Navidad se asegura de que no las olvidemos. Pero, ¿estaría fuera de lugar buscar una señal de su verdad? ¿Una señal de que la esperanza es una promesa que sigue siendo válida? ¡Creo que no! Después de todo, María y José recibieron señales. Los pastores recibieron una. Pero, si queremos una, ¿dónde debemos buscarla?

¿Dónde hay un indicio, una pista, de que el aparente ciclo interminable de los seres humanos en conflictos violentos destructivos, indigencia opresiva y militancia represiva no es lo que parece ser: un ciclo sin fin? ¿Debemos mirar hacia la frontera de Pakistán, Afganistán, Siria y Gaza, Sudán o Corea del Norte? ¿Deberíamos mirar más cerca de casa, en las calles de nuestros pueblos y ciudades, donde habitan los frutos de nuestro racismo y las desigualdades de nuestra sociedad? ¿Deberíamos mirar los informes que llegan de las cárceles del mundo en el anuario de Amnistía Internacional? ¡No! No es probable que encontremos mucho en esas direcciones.

Podríamos dirigir la mirada a aquellos acontecimientos recientes que anuncian una ruptura de los patrones del pasado, en vez de su repetición.

En el mundo cristiano: a finales de noviembre de este año (2025), el Papa León XIV continuó lo que comenzaron el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, líder de la Iglesia ortodoxa oriental. El pontífice hizo un llamado rotundo e histórico a la reunificación de las iglesias separadas desde el año 1054. El Patriarca Ecuménico le había dicho a Francisco: “El camino hacia la unidad es más urgente que nunca para aquellos que invocan el nombre del gran Pacificador”. Hallamos ahí motivos para la esperanza. Hay motivos para la alegría.

En el mundo más amplio de los asuntos humanos: Romper con los patrones del pasado va más allá del mundo cristiano. En este mundo más amplio, los seres humanos y las naciones suelen enfrentarse entre sí por intereses unilaterales, nacionalismos desenfrenados o etnicismos sectarios. Pero, curiosamente, no siempre es así. ¿No hemos oído cada vez más llamados a la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia para resolver disputas?

En un mundo que sigue tolerando la violencia, ¿no se está pidiendo a la Corte Internacional de Justicia que sirva a una comunidad humana cada vez más sensible a comportamientos que solo pueden describirse como “crímenes de guerra”? ¿No se alzan cada vez más voces que instan a responder a la urgente crisis de salud y hambre en el mundo, voces como Médicos Sin Fronteras, Oxfam y Catholic Relief Services, por nombrar algunas? ¿No es cierto que un número inusualmente elevado de jóvenes está asumiendo la tediosa y exasperante rutina de reunir fuerzas políticas para cambiar la política de asignación de recursos en todo el mundo, y priorizar de manera más responsable las inversiones globales y fomentar opciones respetuosas con el medio ambiente? ¿No son estos signos de esperanza?

Por supuesto, cualquiera que carezca de esperanza siempre puede responder a estas pequeñas pistas y señales diciendo: “¡No prueban nada, o muy poco! ¿Quién puede saber qué giros inesperados dará la historia, frustrando todas nuestras expectativas y demostrando que no son más que una ilusión?” No hay respuesta que satisfaga aquí. No hay réplica posible. Solo podemos esperar y ver. ¡Pero es la forma en que esperamos lo que cuenta! Podemos esperar con fatalismo, dejando que el futuro llegue o podemos esperar con esperanza. ¿Cuál es la diferencia? Si esperamos como hombres y mujeres seguros de que sus poderes humanos han sido “agraciados”, nos convertimos en colaboradores del Señor que ha abrazado nuestra historia.

El Dios que habita en nuestra carne no prometió un paraíso terrenal. Pero ese Dios prometió, y ofreció su propio nacimiento como garantía, que nuestro mundo podría transformarse a través de aquellos que compartían su mismo amor por las capacidades humanas. Esta Eucaristía que celebramos en Navidad tiene su origen en la promesa de que aquellos que viven con Jesucristo una existencia humana en la esperanza, no vivirán en vano. ¡Y así esperamos! Pero esperamos como quienes esperan la vida, incluso en nuestra muerte. Seguimos celebrando nuestra Navidad porque expresa la mejor verdad sobre nosotros.

El Padre Maryknoll John E. Keegan fue profesor de la antigua Escuela de Teología de Maryknoll y enseñó en la Universidad Estatal de Nueva York en Stonybrook, donde además se desempeñó como capellán del Hospital Universitario. El padre Keegan, que tiene títulos de posgrado en filosofía, cine y relaciones internacionales, es autor de numerosos libros y artículos.

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Imagen destacada: Velas de Adviento. (Unsplash)

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La Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll expresa la posición de Maryknoll en debates sobre políticas públicas en Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y ante los gobiernos de Estados Unidos y otros países, con el propósito de ofrecer educación en temas de paz y justicia social, la integridad de la creación y abogar por la justicia social, económica y del medio ambiente.

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