La doctora Ann Carr cuida a Omarlin, quien tiene parálisis cerebral, y escucha a su madre, Amarilis. (Mary Ann Cejka/Filadelfia)
Dra. Ann Carr, afiliada Maryknoll, da atención médica a niños con necesidades especiales
En una sala para exámenes médicos con un pulpo naranja sonriente pintado en la pared, Omarlin, un niño con parálisis cerebral, se menea violentamente en su silla de ruedas. La doctora Ann Carr le acaricia la espalda y lo calma al instante. “¿Duerme?”, le pregunta a Amarilis, su agotada pero atenta madre. Ann le da a Omarlin un sorberte y él empieza a chupar ruidosamente.
Mientras Ann examina a Omarlin, Amarilis me cuenta que vinieron a Estados Unidos porque Omarlin no recibía el cuidado que necesitaba en su República Dominicana natal; y cómo la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza de Filadelfia los ha ayudado a establecerse y encontrar clases de inglés.
Ann añade que están tratando de que Omarlin ingrese a una escuela apta a sus necesidades, pero “seguimos esperando respuesta”, dice, debido a los recursos inadecuados del distrito escolar y los complicados requisitos del seguro de salud.
La doctora Ann Carr, afiliada Maryknoll, brinda atención médica a niños en Centroamérica y Estados Unidos. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Ann Carr, como joven doctora atendió a niños en la aldea de Gimilile cuando era parte de una delegación parroquial de los Estados Unidos que visitaba El Salvador en 1998. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Carr charla con una abuela y su nieto mientras ofrece servicio médico en El salvador. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Ann pasa hora y media con Omarlin, su madre y su hermana. Mientras Amarilis habla, Ann escucha con preocupación. En un momento, Amarilis llora y Ann deja sus notas para abrazarla. “Amarilis es una inspiración para mí”, dice Ann. “Ama a su hijo, sin importar qué”.
Antes del mediodía, Ann ve a más pacientes: un bebé que no se está desarrollando adecuadamente; un infante que sufre de convulsiones; una niña con una distrofia muscular, cuyo padre desesperado lucha por cuidarla desde la muerte reciente de su esposa. Presenciar las interacciones de Ann con sus pacientes y sus familias es tocar lo sagrado; Cristo no solo está presente en sus penas y en su amor, sino que con Ann tienen a una pediatra que lo sabe. Para Ann, eso es cuidar el cuerpo sufriente de Cristo.
Ann es una persona seria con un trabajo serio: brindar atención médica a niños con discapacidades en St. Christopher’s Hospital for Children en una parte pobre de Filadelfia. Ella es alta, con un cabello negro grueso y rizado que enmarca un rostro pensativo e inteligente. Pero sus ojos están llenos de alegría. Y su refrigeradora está llena de helados.
Ann, la mayor de cuatro hijos de inmigrantes irlandeses de clase trabajadora en Filadelfia, recuerda que vio en la escuela primaria una película sobre el doctor misionero Albert Schweitzer y pensó: “Esto es lo que todos deberíamos hacer”. También recuerda ver la revista Maryknoll en la casa de sus abuelos. “El dinero era escaso”, dice Ann, y a veces apenas les alcanzaba para comprar carbón para calentar su casa. “Sin embargo, siempre había algo de dinero para enviar a Maryknoll”.
Carr saluda a niños en un orfanato en Honduras, el cual visita por dos semanas cada año. (Cortesía de Ann Carr/Honduras)
En la universidad, en los 1980s, supo de la dura realidad política y económica que enfrentaban muchas personas en países latinoamericanos; del heroísmo de catequistas, agentes pastorales, sacerdotes y hermanas defendiendo derechos humanos, a menudo a costa de sus vidas; y del imperativo del Evangelio de dar testimonio del amor de Dios sirviendo a los pobres. Cuando se graduó, fue voluntaria en una parroquia en Austin, Texas, donde proporcionó asistencia de emergencia a familias necesitadas. Allí, aprendió español y a apreciar la cultura mexicana, con su exuberante celebración de la vida y devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.
En su visita a El Salvador en 1998, Carr recibe un ramo de flores de una estudiante de una escuela. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Ann Carr camina con un niña en el campo cuando era parte de una delegación parroquial de los Estados Unidos que visitaba El Salvador en 1998. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Ann Carr durante su visita a El Salvador en 1998. (Cortesía de Ann Carr/El Salvador)
Luego, estudió medicina, soñando con servir en el extranjero con Maryknoll. Desafíos de salud y responsabilidades familiares le impidieron cumplir ese sueño. Pero ha respondido de corazón a su llamado a la misión a través de su trabajo con pacientes con necesidades especiales y como voluntaria en un orfanato en Honduras, donde pasa dos semanas cada año haciendo exámenes médicos para los niños, muchos de los cuales viven en las calles.
La comprensión de Ann de lo que significa estar en misión se ha ampliado desde que se volvió afiliada Maryknoll en 1993. “Lo que me impresionó fue su modelo de liderazgo participativo y su énfasis en solidaridad global”, dice ella sobre los Afiliados Maryknoll, cuyos miembros están organizados en 50 capítulos en sus comunidades. Ser una afiliada le permitió ser parte de un equipo Maryknoll que fue a la frontera con México, donde trabajó en clínicas rurales, a ambos lados de la frontera, por tres años. Ann fue elegida dos veces como presidenta del directorio de los Afiliados.
El Dr. Frank McNesby, un colega de Ann en St. Christopher, un hospital secular, por los últimos 10 años confirma su sentido de la misión. “Ann se encuentra con las familias ‘donde están’”, dice. “Si están ‘arriba’, ella está alegre; si están ‘caídos’, ella comparte su tristeza”. Él recuerda a una madre en pánico cuyo hijo estaba saliendo de la anestesia. El teléfono de Ann “explotaba” con otras demandas, pero “ella sabía que debía estar presente para esa mamá”. Al final de cada día, dice McNesby, él y Ann se dan un informe del día y recuerdan que debido a los pacientes con necesidades especiales a quienes Dios les ha confiado, “estamos en presencia de un misterio”.
Ann se relaja por las tardes, caminando desde su casa, en una comunidad rural fuera de Filadelfia, a visitar un rebaño de cabras.
Ann explica cómo su fe informa su trabajo. “Si vamos a construir un mundo basado en el amor y la misericordia, trabajar con niños traumatizados es importante, aunque la tentación es alejarse. Gran parte de nuestra cultura dice que no eres digno de ser amado a menos que seas hermoso e inteligente. El amor de Dios por nosotros es mucho más profundo y mucho más misterioso que lo que vemos en la superficie. Dios viene a nosotros cuando nos encontramos con el rostro del otro. Lo que dice nuestra fe, lo que dice la misión es, mira de nuevo, con los ojos de Cristo”.
Después de atender a sus pacientes, Ann Carr se distrae alimentando cabras a las afueras de Filadelfia. (Mary Ann Cejka/Filadelfia)