Cuando hablamos de religiones, vemos líneas divergentes, pero cuando hablamos de espiritualidad, encontramos líneas convergentes.
En el cristianismo, la misericordia de Dios es de tal importancia que Thomas Merton, un escritor y místico católico estadounidense, a menudo hablaba de Dios como “la misericordia dentro de la misericordia, dentro de la misericordia”. Todo nuestro sentido del pecado, el perdón y la redención es inseparable de la fe en un Dios misericordioso. El budismo, por el contrario, no habla de la misericordia en términos de un concepto divino, sino más bien como la compasión a nivel humano, como el alivio de la miseria y el sufrimiento. La sabiduría y la compasión son el corazón del budismo.
Una de las estudiantes del templo en Bangkok, Tailandia, donde enseño Inglés, una vez me contó una historia que me ha acompañado en los últimos años. Malai dijo que ella se había convertido al cristianismo a petición de su esposo cuando se casaron. Su pastor le recomendó que nunca más entre a un templo budista porque daría la impresión de que no era una cristiana sincera.
Cuando los padres de Malai, quienes continuaron practicando el budismo, fueron avanzando en edad, su padre tuvo un derrame cerebral y no podía salir de casa. La madre de Malai iba a diario al templo para quemar varillas de incienso y orar por su marido delante de la estatua de Kuan Yin, la diosa de la misericordia, que representa la compasión de Buda. El nombre Kuan Yin significa, literalmente: “El que escucha el llanto del mundo”.
Cuando la madre de Malai empezó a ponerse más débil, necesitaba ayuda para caminar hacia el templo para rendir homenaje a la imagen de la compasión. Malai llevaba a su madre a la puerta del templo, pero fiel al mandato de su pastor, tenía que pedirle a extraños que llevaran a su madre al interior del templo y que la ayuden a encender sus varitas de incienso para que pueda orar.
A Malai le rompía el corazón tener que confiar en la bondad de los extraños para ayudar a su madre en lugar de hacerlo ella como era su deber de hija. Una obligación importante para las mujeres en el budismo es cuidar de sus madres en esta vida. Un día, a la espera que su madre regrese de orar del brazo de un extraño, Malai comenzó a llorar. Una monja budista que estaba barriendo el patio del templo la vio y se acercó. Tocando su brazo suavemente, la monja le preguntó por qué estaba llorando. Malai le explicó que como cristiana no podía entrar en el templo para ayudar a su anciana madre en el culto.
Malai me contó que la monja quedó pensativa por un tiempo mirando al suelo, y luego, aún tocando suavemente su brazo, respondió:
“Aquellos que reconocen el Espíritu y lo adoran, nunca están entre extraños, sin importar cuál sea su religión. Y quienes son guiados por el Espíritu para ser compasivos ya son una familia. No dejes que tu corazón se quebrante. La diosa de la misericordia te ha dado la oportunidad de permitir que otra persona realice un acto de compasión hacia tu madre. ¿No es algo hermoso?”
Malai dijo que las palabras de la monja le dieron una gran paz. Poco tiempo después, sus padres fallecieron, pero ella nunca ha olvidado este incidente. Yo tampoco he olvidado la sabiduría de esta monja budista. Dondequiera que nos acerquemos a lo que es Santo, nunca estamos entre extraños, y cada vez que nos mueve la compasión, reconocemos que todos somos una familia.