Los niños de Sudán del Sur
Fuí maestra de una pequeña aldea rural en el sur de Sudán en los 1980 y 1990. Recuerdo con claridad un día en el que estaba escribiendo en la pizarra y al voltear, me di cuenta que todos los alumnos habían desaparecido. Los niños podían oír el zumbido del terror, un avión que venía a bombardear el área, mucho antes que yo y, como una bandada de pájaros, volaban a las trincheras y los agujeros que habían excavado alrededor del recinto de la escuela.
Eso ocurría con frecuencia durante los días de la guerra civil entre el gobierno del norte de Sudán y el sureño Ejército de Liberación de Sudán, que luchaba por la independencia.
En un día así ya no había clases, pero a la mañana siguiente todos volvían como si nada hubiera pasado.
La gente solía preguntarnos a las hermanas que servíamos en misión allí: “¿Por qué se quedan?” Nosotras nos preguntábamos lo mismo muchas veces y la respuesta siempre fue: “Nos quedamos porque amamos a estas personas que no han conocido nada más que la guerra y queremos ser un signo de esperanza para ellos”.
Para mí, eso era particularmente cierto con los niños. Llegué junto a otras hermanas para iniciar mi nueva asignación misionera en el sur de Sudán en 1983. Pocos meses después empezó la guerra civil. Al principio, los combates ocurrían lejos de las afueras de la ciudad de Juba, donde servíamos.
Mi trabajo fue poner en marcha la escuela que había estado cerrada por años. El día de la inscripción, 125 niños, entre 5 y 13 años, aparecieron con sus mejores ropas. Dividimos al grupo por edades. Una madre, un catequista y yo fuimos los maestros. Me admiraba lo ilusionados que estaban los niños, a pesar que sólo teníamos libretas, lápices y pizarras. En 1992, la escuela tenía más de 400 estudiantes.
A medida que se acercaban los combates, nos vimos obligados a evacuar. Todavía recuerdo el día en el que el único sonido en el lento camino de tierra hacia la ciudad era el motor de nuestra pequeña camioneta. A los costados, la gente caminaba estoicamente, cargando todo lo que podía. Acampamos en terrenos vacíos de la ciudad por más de dos meses antes de poder regresar a la aldea. Eventualmente, ya no se pudo regresar. Se estableció un campamento para desplazados en Juba y la gente vivió allí en tiendas de campaña. El director de la escuela parroquial nos permitió usar la escuela para darles clases a los niños desplazados después de que sus estudiantes se marchaban a casa. Para mi sorpresa, todos los estudiantes, menos dos, regresaron a clase, a pesar de tener que caminar varias millas en el intenso calor desde el campamento a la escuela.
Juba estaba sitiada, hubieron bombardeos frecuentes y temía que los niños se pisotearan al evacuar, por eso practicábamos la evacuación rápida y ordenada a diario. Afortunadamente, ningún niño murió ni resultó herido.
Cada día, los más grandes encendían el fuego y llenaban enormes ollas con agua para que un grupo de madres prepare la avena que los ayudaba a sobrevivir. La leña era escasa, por lo que se le pidió a cada niño que trajera al menos un pedazo de madera cada día. Debo admitir que miraba hacia el otro lado cuando vi a niños llegar con maderos de las cercas de los vecinos. Cada día me sorprendía al ver a estos niños demacrados y esqueléticos, esperando su turno para recibir su única ración de comida al día. Y a pesar de todo esto, estudiaban duro.
Después de años de terror, la guerra civil finalmente terminó en el 2005. En el 2011, Sudán del Sur se convirtió en una nación independiente. Pero ahora, peleas entre grupos étnicos están volviendo a destruir el país.
Los niños de Sudán del Sur siguen siendo una gran parte de mí. Rezo por ellos y por su curación de los efectos que tantos años de guerra, hambre y miedo deben haberle causado. Jesús nos dijo, “Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos” (Mt. 19,14).
Foto principal: Izq. La Hermana Maryknoll Mary Ellen Manz sonríe con estudiantes en Sudán del Sur. La misionera fue maestra en Sudán por 25 años. (Sean Sprague/Sudán)