Por Gabe Hurrish, MKLM
Domingo 28 de julio del 2024
2 Reyes 4, 42-44| Ef 4, 1-6| Jn 6, 1-15
Sudán del Sur es un país que está muriendo de hambre. El Programa Mundial de Alimentos reporta que cinco millones de personas sobreviven con menos de una comida al día. Literalmente 75% de este país no tiene suficiente comida. ¿Qué puedo hacer yo como cristiano ante semejantes números tan abrumadores? ¿Debo compartir el pequeño excedente que tengo con todos ellos? Como dice San Pablo, Dios está en cada uno de nosotros y tenemos que cuidarnos entre nosotros. Sin duda, Jesús cuido de los suyos. Sin embargo, yo no soy Jesús. No puedo hacer lo que él hizo. Sin embargo…
Para mí la multiplicación de los panes sintoniza con la oración de Jesús en la que dice: “Danos nuestro pan de cada día”. Jesús conoce nuestras carencias básicas y lo que necesitamos para construir el Reino de Dios. Hay muchas referencias a la comida en la Biblia. También me doy cuenta de lo mucho que la gente alrededor mío habla de la comida. Es algo esencial para nosotros.
Con frecuencia pienso en esas persona(s) que tenía(n) los panes y los peces. ¿Los entregaron voluntariamente? ¿Se enojaron porque Jesús tomó su comida? ¿Temían quedarse con hambre? Me puse en las sandalias de esas personas y me pregunté si yo hubiera cedido el sustento que gané con el sudor de mi frente, sin la certeza de si comería ese día. ¿Qué hubiera hecho? ¿Lo hubiera escondido en mi ropa? ¿Me hubiera alejado para comerme mi pan en paz? Son reflexiones difíciles.
Vuelvo a la pregunta anterior: ¿Qué voy a hacer respecto a esta hambruna? ¿Tengo 200 sueldos diarios para dárselos a una multitud? ¿Puedo multiplicar los panes y los peces? La increíble, profunda respuesta es ¡SÍ! Puedo hacer esto y lo he hecho. Así de pequeña y sencilla es la voluntad de Dios.
De formas inesperadas me he encontrado en situaciones en las que discretamente pude ayudar a la gente a superar una crisis en sus vidas. Vienen a mí desesperados. Yo titubeo. Evado. Me invento excusas. Vacilo. Sin embargo, la verdad es que soy quien puede ayudarlos. Tengo más de lo que necesito. No doy mucho, sólo algunos pedazos de pan y peces, hablando metafóricamente. Les doy los pedacitos y trozos que tenga.
Un hombre pobre en un supermercado de Estados Unidos de repente se da cuenta que sus cupones de alimentos no alcanzan para pagar un pavo para sus hijos en el Día de Acción de Gracias. La desesperación era evidente en su rostro. Inspirado, pagué por él. Ese hombre estaba tan inmensamente agradecido que literalmente salió brincando de la tienda. Sus niños iban a comer. Su esposa iba a comer. Su dignidad había sido restaurada.
Una viuda estaba lamentándose y llorando mientras jugaba con su niño malnutrido. El niño estaba demacrado por falta de alimento. Un pequeño gesto y tres meses después ese pequeño está vivaz y animado. La madre sonríe por primera vez desde que la conozco. Milagro de Milagros.
Hay una mujer doblegada, perdida y desesperada en la calle. Se me acerca y me ofrece una banana de la canasta que lleva en su cabeza. Inspirado, le doy un billete de 100 dólares. Pasmada, dice que no tiene cambio para un billete tan grande. Quédate con el cambio, madre, y alimenta a tus niños. Inmediatamente se levanta, agarra su canasta y sonriendo de oreja a oreja sigue su camino. Se levanta erguida y con el rostro lleno de esperanza. Maravilla de Maravillas.
Se trata de sólo eso. Pequeñas sumas de dinero, pero nunca los eché en falta. Nunca sufrí. Tenía más que suficiente. De hecho, siempre encontraba dinero que había olvidado aquí y allá. Mi cáliz sigue derramándose. Estos son momentos del Espíritu.
Jesús dijo que, si creemos, haremos milagros más grandes que los suyos. ¿Será? ¿Es eso posible en nuestro estado pecaminoso? He sido testigo de milagros que ocurren de mi mano, pero no voy a tomar crédito por eso. Mi fe no va tan lejos. Lo que puedo hacer es meditar en silencio sobre cómo Dios nos utiliza para extender una mano y ayudar de maneras sencillas. Si más y más personas actúan con misericordia y compasión, crearemos un mundo maravilloso.
Gabe Hurrish se unió a los Misioneros Laicos de Maryknoll en 2017. Hurrish tiene una extensa historia de servicio en varias organizaciones, entre ellas el Cuerpo de Paz. El misionero laico ha trabajado por la justicia social en 11 países, en su mayoría en África. Actualmente es maestro en la Escuela St. Mary Magdalen en Riwoto, Kapoeta, Sudán del Sur.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll, haga clic aquí.
Imagen destacada: En la Aldea de la Paz en Kuron, Sudán del Sur, el misionero laico Gabe Hurrish charla sobre tradiciones con Mama Kuron Nadapal. (Cortesía de los Misioneros Laicos Maryknoll/Sudán del Sur).