Por Michael Bassano, M.M.
Domingo, 1 de diciembre del 2024.
Jer 33, 14-16 | 1 Tes 3, 12–4, 2 | Lc 21, 25-28. 34-36
Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Lucas 21,28
Durante nueve años viví en un campo de refugiados de las Naciones Unidas en Malakal, Sudán del Sur. El campamento albergaba a más de 40.000 desplazados internos por la guerra civil desde 2013. Nuestro campamento de la ONU se convirtió en un lugar de refugio para miles de personas que huían de la violencia y el conflicto entre el gobierno y las fuerzas militares de la oposición.
Como misionero de Maryknoll, y junto a un sacerdote diocesano sursudanés y una religiosa comboniana, intenté organizar a la comunidad católica traumatizada por los combates fuera del campamento y llevarles algo de consuelo. Encontramos materiales para construir una sencilla iglesia de hojalata para la oración y el culto. En cada celebración eucarística, cada domingo, rezábamos por el don de poder vivir en paz como hermanas y hermanos en Cristo. No era una tarea fácil.
El reto consistía en lograr que los tres grupos étnicos diversos, dinka, nuer y shilluck, convivieran pacíficamente en este campamento de casas con láminas de plástico, amontonadas unas contra otras. A pesar de la violencia que se producía con frecuencia en el campo, y que continúa hoy en día, la comunidad católica se convirtió en una fuerza unificadora para detener la violencia mediante el diálogo y la oración.
Una mujer llamada Margaret hizo historia en nuestro campamento al dar a luz a trillizos. Cuando su marido se enteró, abandonó a la familia y se fue del campamento. Me pidió que les diera nombres a sus hijas y las llamé Miriam (María), Esther y Bakhita. Nuestra comunidad católica, junto con otras personas del campo, acudió en su ayuda con alimentos, leche y apoyo. Fue un momento que unió a la gente de nuestro campamento de la ONU para estar en paz y ayudarse mutuamente.
Un niño de 12 años llamado Taban vino a nuestra iglesia un domingo y me dijo lo que había aprendido de su tiempo con nosotros y de nuestras oraciones: si queremos que la paz llegue a Sudán del Sur debemos ver a todos los grupos étnicos del campo como “una familia de Dios.”
Así es el nacimiento de Cristo que esperamos en este tiempo de Adviento. Revela el amor encarnado de Dios que puede apartarnos de la violencia y los conflictos para ver la dignidad de todos los migrantes, refugiados y desplazados internos del mundo. Nos da valor para elevar nuestras mentes y corazones mientras perseveramos con esperanza para encontrar juntos un camino mejor para vivir como una sola familia de Dios en esta amada tierra.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll Michael Bassano visita una familia deontro de la Zona de Protección a Civiles dentro de la base de las Naciones Unidas en Malakal, Sudán del Sur, el 27 de agosto del 2021. El Padre Bassano, también un miembro de Solidaridad con Sudán del Sur, vivió en el campo de refugiados. (CNS/Paul Jeffrey)
Preguntas para reflexionar
¿Hay inmigrantes en tu comunidad que puedan estar enfrentándose al miedo y la consternación?
Donde a otros se les trata como forasteros, ¿cómo podrías ayudar a acogerlos y construir con ellos “una familia de Dios”?
Oración
Dios, Padre todopoderoso,
somos tu Iglesia peregrina
que camina hacia el Reino de los Cielos.
Cada uno de nosotros habita en su propia patria,
pero como si fuéramos extranjeros.
Toda región extranjera es nuestra patria,
sin embargo, toda patria es para nosotros tierra
extranjera.
Vivimos aquí en la tierra,
pero tenemos nuestra ciudadanía en el cielo.
No permitas que nos constituyamos en amos
de la porción del mundo
que nos has dado como hogar temporal.
Ayúdanos a no dejar nunca de caminar
junto con nuestros hermanos y hermanas migrantes
hacia la morada eterna que tú nos has preparado.
Abre nuestros ojos y nuestro corazón
para que cada encuentro con los necesitados
se convierta también en un encuentro con Jesús,
Hijo tuyo y Señor nuestro. Amén.
—Papa Francisco