Un hermano franciscano recuerda su tiempo y trabajo con el santo Salvadoreño
El 24 de marzo de 1980, los salvadoreños lloramos cuando una bala asesina silenció la voz de los sin voz, Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador, El Salvador.
El 14 de octubre de 2018, volveremos a llorar, pero esta vez serán lágrimas de alegría en reconocimiento de la valiosa y poderosa voz que Romero se ha vuelto para nosotros, los pequeños. Ese día, él será canonizado como un santo, no sólo para los pobres y oprimidos de El Salvador, sino para todos los que comparten su sufrimiento en el mundo.
En sus tres años como arzobispo, Romero defendió a su pueblo de la represión de un gobierno militar. Lo hizo desde la perspectiva del Evangelio. En lenguaje simple pero profundamente teológico, escribió homilías que fueron entendidas por los pobres, pero a menudo incomprendidas por los poderosos.
La Misa dominical era el momento más importante para todos nosotros porque el arzobispo Romero encarnaba la palabra de Dios en la realidad que el país soportó. Él trajo esperanza a las familias de aquellos que desaparecieron. Él desafió al gobierno a aclarar los crímenes cometidos contra la gente.
Como el profeta Ezequiel, el arzobispo Romero escuchó al Señor: “Levántate, hijo de hombre, porque voy a hablarte”.
El arzobispo nos enseñó que una persona que escucha al Señor nunca será dominada. “Pueden matarme”, dijo, “pero no a la voz de la justicia”.
Por naturaleza, él era un hombre de pocas palabras: discreto, tímido, introspectivo, temeroso a veces. Pero también fue un hombre de oración, lo que lo llevó a convertirse en un abierto defensor de los derechos humanos.
Ese fue el Romero que conocí en esta tierra, el que me abrazó, me estrechó la mano, me regañó y me desafió a ser un mejor ser humano.
Fue asesinado mientras celebraba una Misa para honrar el recuerdo de la madre de su amigo en el hospital Divina Providencia.
El hospitalito, como lo conocíamos los que trabajamos con el arzobispo, brindaba cuidados paliativos a las personas que padecen cáncer. Era su hogar también. Tenía allí su departamento donde recibió políticos, religiosos, diplomáticos, oficiales militares, líderes de organizaciones populares y principalmente a todos los que buscaban su ayuda. Ahí preparó sus homilías dominicales y grabó su diario en audio.
Con frecuencia pasé tiempo allí durante mis días como seminarista, cuando documentaba la vida y el trabajo del arzobispo con fotografías y entrevistas de radio. Recuerdo haberlo entrevistado un día después que recibió una amenaza de muerte. Como la estación de radio católica había sido bombardeada, muchas otras estaciones de radio se negaron a transmitir esa entrevista. Finalmente, un gerente de una estación tuvo el coraje de transmitirla. Esa entrevista se escuchó en cinco países centroamericanos, y la efusión de la solidaridad fue abrumadora en cuestión de días.
Hoy, “la casita”, el pequeño departamento del arzobispo es un museo y tiene algunos de los objetos que le pertenecieron, incluidas las ropas que vestía en el momento de su muerte. Allí, los visitantes pueden ver algunas de las muchas fotografías que tomé cuando viajé con él en sus rondas pastorales.
Las Hermanas Misioneras Carmelitas de Santa Teresita han hecho un trabajo maravilloso al preservar estas reliquias. La mayoría de la gente todavía se pregunta porqué el arzobispo terminó viviendo en un hospital. Simplemente, la arquidiócesis no tenía una casa para él y las hermanas le proporcionaron un lugar para descansar.
Estas hermanas fueron testigos de su martirio y limpiaron la sangre derramada en el piso detrás del altar donde cayó cuando le dispararon. Algunos de nosotros cerca de él aún conservamos pequeños trozos de algodón manchados con la sangre del mártir, una reliquia preciosa, ahora que nos acercamos a su canonización.
El arzobispo Romero estuvo al lado de su gente hasta el final. Reconoció que era deber de la Iglesia defender la dignidad de todos los seres humanos. Ese fue el verdadero significado de su programa de radio semanal, en el que tuve la oportunidad de participar.
“La Iglesia”, dijo, “defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede callar ante semejante abominación… En el nombre de Dios, en nombre de esta gente sufriente cuyos gritos suben al cielo más fuerte cada día, te imploro, te lo ruego, te lo ordeno en el nombre de Dios: ¡detén la represión!”
El día de su canonización, gritaré de alegría. Romero está presente entre nosotros, como todas las personas santas que veneramos. Romero es un santo para el mundo.
Foto Principal: Procesión por el aniversario del asesinato de el Arzobispo Oscar Romero. El Papa Francisco reconoció formalmente que Romero fue asesinado “en odio a la fe”, despejando el camino para su beatificación. (CNS/El Salvador)