Una Hermana Maryknoll que es doctora entrena a promotores de salud en Guatemala.
Desde niña, Mary Lou Daoust siempre supo que sería doctora. Oriunda de Detroit, ella nunca imaginó que serviría a una de las comunidades más pobres de Guatemala.
Para la Hermana Daoust, el camino que la llevó a la misión empezó cuando hacía su residencia médica en los hospitales de la Universidad de Miami. “Me interesé por trabajar con pacientes de otras culturas y en la misión como un compromiso a largo plazo”, dice. “Y así fue como encontré a Maryknoll”.
Fue asignada a Guatemala, donde trabajó junto a la Hermana Maryknoll Jane Buellesbach, quien también es doctora. Cuando el equipo de las hermanas se mudó en 1983 al departamento de San Marcos, ella y la Hermana Buellesbach eran las únicas doctoras en todo el pueblo y municipalidad de Catarina. “Pasamos el primer año visitando las comunidades rurales y atendiendo a pacientes”, recuenta la Hermana Daoust. “Al finalizar la tarde, nos reuníamos con la comunidad para escuchar cuáles eran sus necesidades”.
La mayoría de las enfermedades eran prevenibles, tal como infecciones bacterianas o padecimientos a causa de parásitos y desnutrición. Las hermanas, que ya habían entrenado satisfactoriamente a promotores de salud en otra parte de Guatemala, se pusieron manos a la obra.
“Empezamos entrenando a gente de Catarina y del pueblo contiguo”, dice la Hermana Daoust, quien trabaja para el ministerio de salud de la Diócesis de San Marcos. La voz corrió rápidamente. “Sencillamente, despegamos”.

Los candidatos asisten a seis cursos básicos de cuatro días de clases cada dos meses. Talleres de educación continua de un día se ofrecen dos veces al año. El taller de septiembre del año pasado, por ejemplo, se enfocó en el síndrome metabólico, un grupo de condiciones que incrementa la posibilidad de desarrollar enfermedades crónicas.
Romeo Esteban y Carlos Romeo Orozco participaron en los primeros grupos de promotores de salud. “Cuando las hermanas vinieron a enseñarnos, ellas hicieron un cambio rotundo en la comunidad, empezando con nuestras propias familias”, dice Orozco.
“El primer curso trata de higiene básica”, dice la Hermana Daoust. “Carlos Romeo pasó un año convenciendo a su esposa para que hirviera el agua. Un día ella le dijo, ‘tenías razón. Los niños ya no se enferman con diarrea’”.
En esa época, dicen los promotores, muchas personas hacían sus necesidades en el campo, contaminando así los cultivos y el agua. Si caminaban descalzos, larvas parasíticas penetraban la planta de los pies. “Empezamos un programa para construir letrinas”, dice la Hermana Daoust.
Aunque las condiciones en San Marcos han mejorado en las últimas cuatro décadas, la atención médica es aún escasa. Después de 55 años de servicio en Guatemala, la Hermana Buellesbach regresó a Estados Unidos en el 2023. La Hermana Daoust aún continúa en la clínica de Catarina en la caliente y húmeda costa. En las frías alturas del altiplano, una segunda clínica es dirigida por el doctor Mario Fuentes como parte del ministerio de salud diocesano.

La clínica en Catarina incluye un dispensario que Esteban y Orozco mantienen abierto siete días a la semana, de 8 a.m. a 5 p.m. Un aumento de precio del 10% cubre sus salarios. Los precios de las medicinas son considerablemente más bajos que en las farmacias y el dispensario está mejor abastecido que las instalaciones dirigidas por el gobierno.
“Los lunes atendemos pacientes en el pueblo”, dice la Hermana Daoust. “Hoy en día la diabetes es lo más común. No pasa ni un lunes sin tres o cuatro casos nuevos. Algunos pacientes no tienen ni 30 años”.
Otra área de preocupación, dice ella, es detectar la bacteria Helicobacter pylory (H. pylori), la cual se ha relacionado con el cáncer gástrico. “Guatemala tiene una de las tasas más altas de cáncer gástrico en el mundo”, señala la doctora.
Mientras la Hermana Daoust atiende pacientes, en el segundo piso Esteban y otro promotor miden y registran el nivel de glucosa para diabéticos en tratamiento. “Si están bien, les damos las mismas medicinas. Si hay un cambio, los dirigimos abajo con la doctora”, dice Esteban.
La Hermana Daoust pasa el resto de la semana atendiendo a pacientes en sitios dirigidos por los 100 voluntarios activos del programa. “Tenemos promotores en la mayoría de los pueblos en San Marcos”, dice la misionera. “Hay 40 lugares en la costa y en el altiplano casi igual”.
Uno de estos lugares es un asentamiento de 30 chozas en una plantación de hule. Los trabajadores reciben 60 quetzales al día (menos de 8 dólares americanos). Sus viviendas están construidas con tablas de madera y láminas de zinc. “Estas personas viven en una sola habitación, una tras otra en fila”, dice la Hermana Daoust. “Nacieron ahí y ahí morirán”.
Como su padre, Manuel Vázquez nació y creció en la plantación. El trabajo es pesado, dice él, y la cuota por cada turno es de 500 árboles. Los cosechadores empiezan antes del amanecer, “picando” (cortando) la corteza de cada árbol de caucho. La savia, conocida como látex, gotea en un balde que cuelga debajo del corte. “Cuando es doble jornada, son 1.000 los que tenemos que picar”, dice Vázquez. “Nos levantamos a las 2 de la mañana”.
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Pero antes de terminar el día, su deber de voluntario comienza. Él y su tío Isaías, entrenados por las hermanas, llevan a cabo cerca de 500 consultas en el curso de seis meses. “Nos han visitado de muchas partes”, dice Vázquez con orgullo de servir en este importante y respetado rol.
Los promotores más experimentados se convierten en supervisores. Hay 10 supervisores en la costa y 10 en el altiplano, dice la Hermana Daoust. Los casos de más gravedad son remitidos a los doctores.
“Le damos a cada promotor un botiquín de 20 medicinas esenciales para empezar”, explica ella. El botiquín incluye remedios para el resfrío y la gripa, acetaminofén, antiácidos, desparasitantes y cremas para problemas de la piel como el pie de atleta, el cual es común en este clima. Los promotores reponen los medicamentos a través del dispensario.
Darío López ha servido como promotor por 29 años en la aldea de Nicá. En una estructura sencilla de dos salas que colinda con la iglesia, la Hermana Daoust atiende a pacientes mientras López distribuye medicinas y registra información en un cuaderno.
López, un campesino de subsistencia, tiene poca educación académica. Para él lo más difícil de aprender fue mantener registros. “El programa lleva una contabilidad y es estricto”, dice. “Pero se aprende y hay talleres o cursos”.
Sin embargo, los pacientes son más que simples números. “La Hermana Jane decía: ‘Hay gente que necesita una medicina, pero también hay gente que necesita un consejo’”, recuerda López. “Nos decía: ‘La gente necesita desahogarse. Ustedes tienen que aprender a escucharlos’”.
Vistiendo una tradicional falda indígena, una madre de tres niños espera su consulta. “Siempre he venido aquí”, dice. “Aquí en la clínica nos tratan bien. Ayudan a los que no tienen mucho dinero”.
Ser promotor, dice López, es un llamado. “No entendía al principio”, admite. Tenía 19 años cuando se apuntó, y durante el entrenamiento se preguntaba por qué se leían extractos del Nuevo Testamento.
Él dice que ahora entiende: “Servir a la gente es servir a Dios. Contribuimos al Reino de Dios”.
Vea el video del 2021 de las Hermanas Maryknoll sobre la misión de las Hermanas Jane Buellesbach y Mary Lou Daoust:
Imagen destacada: La Hermana Maryknoll Mary Lou Daoust, doctora titulada, sirve en una clínica en la aldea de Nicá en un ministerio de salud para la Diócesis de San Marcos en Guatemala. (Octavio Durán, OFM/Guatemala)
