Reflexión Maryknoll: De la ira a la liberación

Tiempo de lectura: 3 minutos
Por: Oficina de Asuntos Globales
Fecha de Publicación: Oct 23, 2025

Por Maureen Hanahoe, M.M.

XXX Domingo Ordinario
Octubre 26 del 2025
Eclo. 35:12-14|2 Tim. 4:6-8, 16-18; Lucas 18:9-14

¿Cómo evaluamos la calidad de nuestras vidas?  ¿A través de la comparación con los demás y nuestro moralismo, o es a través de nuestra disposición de aceptar quiénes somos con honestidad y transparencia, acogiendo nuestras fortalezas tanto como nuestras limitaciones y sabiendo que somos amados por un Dios misericordioso y compasivo?

Las lecturas de la liturgia de esta semana hablan de este tema.  El libro de Eclesiástico nos invita a reflexionar sobre la verdadera justicia de Dios.  Dios escucha el auténtico clamor de alguien necesitado y no está influenciado por el dinero, el estatus o las agendas ocultas. Dios busca al íntegro y no al pretensioso. Dios defiende la causa de los pobres con compasión y misericordia. Se nos recuerda que es “El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes”. (Ecles. 35, 16)

En su carta a los Tesalonicenses, Pablo, en el ocaso de su vida, reflexiona con profunda gratitud sobre una vida vivida al máximo, con plenitud de corazón.  El trabajo de su vida fue su testimonio del Evangelio de Cristo Resucitado.  En medio de pruebas y dificultades, vivió lo que predicó a través de su fe, amor, paciencia y paz.  A través de sus desafíos y experiencias de abandono, Pablo llegó a conocer el poder de Cristo en su debilidad. “Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Corintios 12,10)

El Evangelio de Lucas revela el don de este viaje a la verdad interior.  El recaudador de impuestos se conocía a sí mismo y conocía el amor y la misericordia de Dios.  A través de su oración, estaba en profunda comunión con Dios.  Su exaltación era su libertad interior. “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. (Juan 8, 31-32)

Estas lecturas cobraron vida para mí, ya que recordé un encuentro que tuve hace varios años.  Cuidando a mi padre en los últimos años de su vida, me sorprendió una invitación para unirme a un equipo diocesano dedicado al ministerio penitenciario en un centro correccional local.

¿Has entrado alguna vez a una prisión?  Al principio puede ser una experiencia desalentadora y desorientadora pasar por seguridad y entrar en un espacio con puertas de hierro que resuenan detrás de ti.  Fue aquí donde me encontré con un joven muy asustado de 19 años. Apenas había sido sentenciado a doce años de prisión por afiliación a pandillas y tráfico de drogas.  Aunque nuestro encuentro inicial fue breve, prometí visitarlo cada mes.

Mientras la relación crecía, más me revelaba su vulnerabilidad. Me habló de una infancia de pobreza; del rechazo de su padre alcohólico y su impotencia ante el abuso físico continuo.  Lleno de ira reprimida y desesperación por su difícil situación, abandonó su hogar muy joven, donde se encontró con otros jóvenes que, como él, proyectaban su ira en violencia hacia los demás.

Mientras revelaba gradualmente su historia y clamaba a Dios por ayuda, comenzó a surgir una mayor claridad interior. No solo logró comprender su odio propio y su ira reprimida, que surgían de una vida de abuso, sino que también pudo admitir gradualmente cómo esta ira, proyectada en los demás, le había causado un daño extremo.

Como el recaudador de impuestos en el Evangelio de Lucas, pudo experimentar el amor misericordioso y compasivo de Dios, ya que perdonaba a su padre y pedía perdón para sí mismo. Ahora, con una nueva visión y una profunda confianza en Dios, decidió dejar de ser miembro de una pandilla y rechazar toda actividad pandillera.

Después de doce años de sufrimiento, este joven salió de la cárcel transformado.  No solo fue liberado en la sociedad, sino que además estaba arraigado en una profunda fe en Dios, su autoconocimiento, compasión por sí mismo y por los demás, y la sabiduría para tomar nuevas decisiones.  A través de la gracia de Dios, llegó a conocer la Verdad y esta Verdad interior lo liberó.

La Hermana Maryknoll Maureen Hanahoe sirvió en Chile y Perú en ministerios de atención médica y en un equipo de dirección espiritual.  Actualmente vive en el Centro de las Hermanas Maryknoll en Nueva York, donde ofrece apoyo espiritual.

Para leer otras reflexiones sobre las Escrituras publicadas por la Oficina de Maryknoll para Asuntos Globales, haga clic aquí.

Imagen destacada: Una persona se arrodilla para rezar en contemplación ante la naturaleza. (Pexels/Pixabay)

 

Sobre la autora/or

Oficina de Asuntos Globales

La Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll expresa la posición de Maryknoll en debates sobre políticas públicas en Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y ante los gobiernos de Estados Unidos y otros países, con el propósito de ofrecer educación en temas de paz y justicia social, la integridad de la creación y abogar por la justicia social, económica y del medio ambiente.

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