Relatos Misioneros de Roma, Perú, Venezuela y Honduras

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Por: Misioneros Maryknoll
Fecha de Publicación: Ene 1, 2019

Roma

Un día después de la canonización de San Óscar Romero en Roma, el Santo Padre dio una audiencia para la comunidad salvadoreña que asistió a la canonización. Obtuve un lugar por donde sabía que el Santo Padre pasaría. Detrás de mí estaba Jon Sobrino, el único padre jesuita que salvó de morir en el asesinato de la Universidad de América Central en 1989, porque se encontraba fuera del país. Cuando el Papa entró en el salón, temí que no viera al padre Sobrino y comencé a gritar en español: “¡Jon Sobrino está aquí!” El Santo Padre me miró y le señalé dónde estaba parado el padre Sobrino. El papa se acercó, lo saludó y hablaron. Quienes estábamos allí también saludamos al Santo Padre. Al hacer una buena acción, también recibí la bendición de tocar y hablar con el Papa Francisco en la Misa de acción de gracias por la canonización del arzobispo de mi tierra natal.

Roberto Rodríguez, M.M.

Honduras/Guatemala

Con un grupo de salvadoreños, nos subimos a un viejo autobús escolar para una peregrinación de todo el día a Esquipulas, Guatemala. El viaje, que comenzó antes del amanecer y terminó después del anochecer, implicó cruzar las fronteras de Honduras y Guatemala. La Basílica, el santuario más visitado de América Central, alberga un Cristo moreno. Las personas, muchas de ellas con atuendos nativos, esperan en fila durante horas para pasar por el crucifijo, al que se le atribuye poderes curativos milagrosos. Sosteniendo velas encendidas, piadosos fieles proceden de rodillas todo el camino hasta el santuario detrás del altar. Los benedictinos, quienes supervisan el cuidado de este lugar sagrado, ofrecen una cálida bienvenida a todos. A nuestra llegada, un sacerdote de túnica marrón roció alegremente a los peregrinos agua bendita de una cubeta de lata.

Margo Cambier, MKLM

Perú

Un día, mientras daba clases en el Altiplano de Perú, se escuchó un ruido atronador ¡Era tan fuerte y constante, que sonaba como si una ametralladora estuviera disparando al techo de lata! Todas las chicas del salón de clase salieron corriendo entre los escritorios, gritando ¡granizos!, lo que no significó absolutamente nada para mí en ese momento. Todas se sacaron los ponchos y corrieron hacia los campos de papas alrededor de la escuela. Rápidamente extendieron sus ponchos sobre las plantas de papa que estaban floreciendo, lo que indicaba que la época de cosecha estaba cerca. Luego entendí porqué gritaron “granizos”, que es el agua congelada que pudo haber aplastado las flores y arruinado las plantas y su cosecha. Siendo el cultivo de papas su único ingreso económico, ellas estaban guardando su alimento para el año. ¡Rápidamente agregué la palabra “granizo” a mi vocabulario y también aprendí algo sobre las papas!

Helen Phillips, M.M.

Venezuela

En Nueva Tacagua, una barriada en Venezuela sin agua potable, baños y con habitaciones divididas por sábanas o mantas, vivía una anciana, América López, con su hija y tres nietos. La llamaban “la loca”. Los niños se burlaban de ella. Parecía distraída y fuera de contacto con la realidad. El fallecido misionero laico Maryknoll Jim Sweeney contactó a nuestro equipo pastoral y explicó que América necesitaba ayuda. Le pedimos a las Hermanas de la Caridad en Caracas, quienes dirigían un hogar para ancianos, si podían cuidar a América. Lo hicieron. Después de semanas, Jim y yo visitamos a América. Tenía un vestido limpio, estaba peinada y sus mejillas se estaban llenando. Me preguntó por su hija, sus nietos y aconsejó cómo criarlos. Y con una gran sonrisa dijo: “¡Voy a ir al dentista para que me ponga dientes postizos!” Con buena comida, cuidado y ambiente adecuado, la “loca” era una persona sensata y entusiasta. Con tanta gente necesitada, su historia responde la pregunta: ¿dónde empieza uno? Con una persona a la vez.

Leo Shea, M.M.

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