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De las Cenizas a la Pascua
Por Joseph R. Veneroso, M.M.

Invitados a abandonar la esclavitud,
el pecado y el egocentrismo,
aún así dudamos cruzar tal vasto,
extraviado y vacío yermo,
temiéndole sobre todo a
nuestra recién descubierta libertad.

Indicios de nuestra mortalidad acechan cada paso.
Polvo somos, al polvo volveremos.
Lo sabemos. Lo sabemos. ¡Ojalá no lo supiéramos!
Cuánto anhelamos volver a esa certera seguridad
donde los malos hábitos, la fría indiferencia
y la apatía cruel nos hizo dichosos olvidadizos
de la triste certeza de la muerte.

Por fin, decidimos a regañadientes seguir adelante,
sin darnos cuenta que nuestras oraciones y penitencias
nos llevarían a recorrer su Camino.
Pero ahora somos Pilato, los soldados,
la multitud, las mujeres, Simón, Verónica.
Estamos al pie de la cruz y no podemos evitar preguntarnos
por qué someterse a tal sacrificio,
sufrimiento y humillación inefables.

Como si leyera nuestros pensamientos tácitos, dice:
“¿Aún no ves ni entiendes?
Nada que puedas hacer, ningún pecado que puedas cometer
hará que deje de amarte siempre”.
Seguidamente inclina la cabeza y muere.

Antes del amanecer nos levantamos para caminar
junto a las mujeres en luto portando mirra.
Quitada la piedra, nuestra tristeza se vuelve desesperación.
Una tumba vacía se mofa de nosotros con nuevas dudas.
¿Ladrones de tumbas? ¿El dueño? ¿La tumba equivocada? O…
“¿Por qué buscar entre los muertos al que vive?”
Dice nuestros nombres.
El que creíamos muerto vive de nuevo.
Apresurados regresamos con Magdalena
para difundir la Buena Nueva y en adelante
vivir por el que murió y resucitó por nosotros.

Amén
Aleluya